Gracias a la divulgación psicológica, la importancia del bienestar emocional infantil está ganando cada vez más visibilidad en nuestros días. Y no es para menos. La salud mental de los más pequeños es uno de los pilares fundamentales para su desarrollo a todos los niveles: no solo el psicológico y el anímico, sino también el afectivo e incluso el físico. Sin embargo, a pesar de contar con toda esta información y del creciente interés de los padres, existen algunas actuaciones infantiles que nos superan. Entre ellas destacan las conductas autolíticas.
Son una serie de comportamientos autodestructivos que se observa cada vez más a menudo en niños, hasta el punto de ser casi una “moda”. Pero ¿qué nos están transmitiendo realmente los niños con sus conductas autolíticas? Y, sobre todo, ¿qué podemos hacer como padres para ayudar a nuestro hijo, si se diera el caso?
Antes de popularizarse la psicología, cuando un niño se portaba mal o llevaba a cabo cualquier tipo de comportamiento extraño o sospechoso, siempre se decía lo mismo: Quiere llamar la atención. Esta frase era aplicable a todo. Léase: acosar a otros niños, pegar, mentir, esconder cosas, robar…. Cualquier mala conducta era explicable con este diagnóstico precipitado.
Si bien tenía bastante de certero, fallaba en la parte referida al después. Esto es, a analizar el ¿Por qué el niño quiere llamar la atención? y el ¿Qué hacemos ahora para remediarlo? En nuestros días, entender la génesis de las conductas problemáticas se entiende como algo fundamental para erradicarlas. Sobre todo, en actuaciones graves, como sucede cuando el niño se autolesiona.
Al ser tan llamativas, cuando un padre se da cuenta de que su hijo se autolesiona habitualmente no sabe cómo reaccionar, al margen de llevándose las manos a la cabeza. Sin embargo, mantener la calma será importante para poder analizar lo que está pasando para poder intervenir.
Las conductas autolíticas se refieren a aquellos comportamientos en los que el niño muestra la intención —real o simbólica— de hacerse daño a sí mismo. Pueden variar en gravedad, desde actos que parecen triviales, como rasguños en la piel, hasta gestos más preocupantes, como golpear la cabeza contra la pared o expresar verbalmente deseos de morir. Este tipo de conductas no sólo se dan en la adolescencia, como muchas veces se cree.
Pueden aparecer en niños pequeños, aunque con características diferentes. Así, aunque en estos últimos las autolesiones suelen tener un componente exploratorio o imitativo, también pueden ser signos de que algo no está bien en su mundo interior o emocional.
En general, y con independencia de la edad, la manifestación de las conductas autolíticas puede responder a muchas causas. Por ello es importante actuar con la cabeza templada, sin minimizar su importancia, pero sin tampoco sobredimensionar la situación sin antes comprender lo que puede estar motivándolas.
Cuando un niño muestra conductas autolíticas, su primer objetivo no suele ser hacerse daño de forma definitiva. De hecho, lo habitual es que se trate de un grito de ayuda, de una llamada de atención sobre un malestar que, por su edad, no sabe expresar de otra forma. En estos casos, las emociones juegan un papel fundamental. Así, la frustración, la tristeza, la impotencia o el miedo pueden ser sentimientos que estén a la base de estas conductas autolesivas.
No hay que olvidar que, para un niño, la verbalización de sus emociones es mucho más limitada que para un adulto. Su manera de expresarse puede ser más física o simbólica. Esta dificultad se hace especialmente difícil si al niño no se le permite expresarse ni encuentra validación de sus emociones, algo común en muchas familias e incluso en algunas culturas como la anglosajona, en la que se instruye en la represión emocional como forma de buena educación.
Son varios los factores que pueden desencadenar las conductas autolíticas:
Los niños que muestran conductas autolíticas no están buscando llamar la atención de forma superficial. Están pidiendo ayuda a su manera, intentando comunicar algo que sienten pero que no pueden verbalizar. Estas conductas son un síntoma de un dolor emocional que necesita ser escuchado. Por eso, la clave está en intentar descifrar el mensaje que se esconde tras ese comportamiento.
En adolescentes, por ejemplo, hay que entender que su crisis se vive como una batalla agotadora. Ni siquiera saben quién es el enemigo. Muchas veces optando por hacerse daño a sí mismos a través de conductas conflictivas como puedan ser las autolesiones, las ideas suicidas o incluso el intentar quitarse la vida.
Para los padres, pues, es esencial recordar que el niño no tiene la madurez para regular sus emociones de la misma forma que un adulto. Su forma de expresar el malestar puede ser más intensa y confusa. Las conductas autolíticas, lejos de ser un capricho o una exageración, nos están indicando que el niño necesita apoyo, comprensión y herramientas para gestionar su mundo emocional.
Cuando un niño muestra este tipo de señales de malestar emocional, es fundamental que los padres mantengan la calma y no reaccionen de manera impulsiva o exagerada. La serenidad crea un entorno seguro en el que el niño se puede sentir escuchado y entendido. Además, hablar de manera empática con él, sin presionarlo, facilita que se abra cuando esté preparado, reforzando la idea de que hay un adulto que lo escucha sin juzgar.
En los casos en los que las conductas autolíticas persistan o se intensifiquen, buscar la ayuda de un profesional será fundamental para recibir la orientación adecuada y trabajar en la gestión emocional del niño. La comunicación emocional es fundamental. Enseñar a los pequeños a reconocer, nombrar y entender sus emociones les ayudará a manejar sus conflictos internos de una forma más sana y adecuada.
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