Las personas necesitamos ciclos. Estos contribuyen psicológicamente a nuestro orden mental y nos sirven para establecer hitos y metas. Nos preparan para encomendarnos a nuevas tareas, sobre todo cuando estas conllevan algo de dificultad o reto.
Uno de estos ciclos a estrenar comienza cada 1 de enero, momento en el que nos planteamos los míticos “propósitos de año nuevo”. Adelgazar o ir al gimnasio están entre los top fav en relación con la salud. Sin embargo, hay otros asuntos vitales que conciernen a la salud, en este caso mental, y que no debemos olvidar.
Uno de ellos es la actitud, esa disposición anímica que nos acerca o aleja de nuestras metas y de nuestra felicidad en función de que sea más o menos positiva. ¿Qué tal si nos proponemos aumentar la positividad en el 2025, aprovechando el inicio del nuevo ciclo?
Si tenemos que elegir una metáfora para definir la actitud, diríamos que es el filtro con el que miramos el mundo. No importa si hablamos de salud o de nuestra vida personal o laboral: lo que pensamos respecto a las situaciones que vivimos condiciona nuestra manera de percibirlas.
Esa percepción, a su vez, tiene un impacto directo en cómo nos sentimos y actuamos. De hecho, desde la psicología se sabe que la actitud puede ser el motor más potente para activar un cambio en nuestra realidad y mejorarla.
Cuando nuestra actitud es positiva, tendemos a fijarnos en las oportunidades en lugar de en los problemas. Un ejemplo cercano lo tenemos en el trabajo, cuando surge un problema inesperado. Si tu actitud es positiva, lo vivirás como un reto y no como un lastre en tus tareas. De hecho, puede suponer una oportunidad para aprender, e incluso para crecer en lo profesional.
Verlo desde esta perspectiva no solo reduce el estrés, sino que también fomenta la creatividad, favoreciendo la colaboración con otros compañeros. Sucede así porque nuestra mente, al enfocarse en lo constructivo, se abre a más opciones y favorece soluciones. Este enfoque optimista, por otro lado, también genera una sensación de logro y bienestar que incide en nuestro sentimiento subjetivo de felicidad.
Por su parte, la actitud negativa funciona como ese otro filtro oscuro que nos lleva a percibir las situaciones de manera amenazante, haciéndonos creer que no podemos resolverlas. Esto no solo afecta nuestro estado ánimo, sino que también tiene consecuencias físicas en términos de estrés, ya que la negatividad se acumula.
Cuando pensamos constantemente de forma negativa, nuestro cuerpo entra en modo de alerta, liberando hormonas relacionadas con el estrés, como el cortisol. A largo plazo, esto puede causar agotamiento, problemas de salud y, por supuesto, dificultar nuestras relaciones personales.
Siendo esta una pregunta que parece tener una respuesta subjetiva, durante años ha suscitado un enorme interés dentro de la psicología. Tanto es así que desde su vertiente más científica se ha tratado de definir con números. Concretamente, se ha buscado el índice de positividad necesario para ser uno feliz o para que le vayan bien las cosas en las diferentes esferas de la vida.
El precursor en la búsqueda de un indicador numérico de positividad fue John Gottman. Este psicólogo estadounidense puso todo su empeño en el estudio de las relaciones de pareja con el fin de predecir su estabilidad y satisfacción. Y lo hizo analizando sus patrones de comunicación y sus emociones.
En el año 1986 creó el conocido como The Love Lab, hecho que le convirtió popularmente en “el científico del amor”, tras fundar en los años 90 el Instituto Gottman, especializado en terapia de pareja. Una de sus grandes contribuciones fue el concepto de “ratio de positividad”, que se refiere a la proporción entre interacciones positivas y negativas en las relaciones de pareja. Para ser exitosas, y según él, este índice se establece en la proporción de al menos 5 a 1.
Continuando con la búsqueda de esta ratio destaca el psicólogo y matemático chileno Marcial Losada, esta vez dentro del campo de la psicología de las organizaciones. El investigador se centró en codificar las interacciones observando a equipos de trabajo. Basándose en un análisis matemático, Losada propuso que una ratio superior a 3 a 1 (tres positivas por cada negativa) es fundamental para el éxito y el desarrollo positivo de los equipos.
Ratios más bajas, sin embargo, y según su teoría, se suelen relacionar con equipos disfunciones. Aunque fue cuestionado, logró acuñar el nombre de “ratio de positividad de Losada”, contribuyendo a la aceptación de la idea de la necesidad de un balance positivo en las interacciones.
Los estudios posteriores de Losada junto con la psicóloga Barbara Fredrickson fueron los que realmente popularizaron el concepto. Esta última, como psicóloga social y profesora en la universidad de Carolina del Norte, es conocida por elaborar la teoría de la ampliación y construcción de las emociones positivas.
Esta vez desde el contexto de la psicología positiva, Fredrickson analizó el equilibrio emocional de estudiantes universitarios descubriendo que aquellos con una ratio de positividad superior a 3 tenían significativamente más probabilidades de tener una alta salud mental y social.
En su libro Positividad Barbara Fredrickson comparte cinco estrategias simples pero muy efectivas que todos podemos poner en práctica para aumentar la positividad en el 2025:
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