Ya lo comentábamos en un post anterior, nos gusta ligar en verano. Nos sentimos mas guapos, más alegres, tenemos mas tiempo disponible y, sobre todo, nos invade un espíritu mucho más disfrutón. Las horas de luz activan nuestro sistema nervioso y nos ayudan a generar sensaciones más placenteras. El tiempo y lo excepcional del momento nos acompañan a todos los niveles: nos invitan a salir, nos empujan a conocer y nos suscitan la curiosidad de explorar y experimentar. El hecho de estar de vacaciones hace el resto del trabajo, es la guinda perfecta para este pastel veraniego.
Pongamos por caso que estamos ya inmersos en este estado, que se nos ha puesto el cuerpo en modo verano o, mejor aún, en modo vacaciones con sensación de ser las más deseadas de toda una vida. Imaginemos que ya hemos puesto en práctica esto de salir, explorar, conocer y experimentar, que nos ha ido bien y que hemos regresado a casa ilusionados. Digamos, además, que después de una larga noche de verano nos hemos levantando aún obnubilados y notando unas delatadoras mariposas en el estómago. Imaginemos, en definitiva, que nos hemos enamorado (o al menos así lo parece y así se siente).
¿Y ahora qué? ¿Cómo sigue la historia? A la mente más racional, que empieza a procesar toda esta información, le surgen un montón de interrogantes… ¿Qué hacer? ¿Esto se disfruta así, sin más? ¿Aun a sabiendas de que puede tener los días contados? ¿O se para de inmediato antes de que luego pueda ser doloroso? Atento a los siguientes consejos, porque es posible disfrutar del amor de verano sin comerse demasiado la cabeza. Es posible sentir sin preocuparse demasiado por planificar el futuro.
Antes de nada, sé sincero y genuino. Es normal y esperable que, casi a modo “gran hermano”, te dejes llevar por la sensación de intensidad que rodea este momento. Probablemente sientas que os conocéis de toda la vida y que la complicidad que os une es espectacular. Las sensaciones no te engañan, pero cuidado con ser tú quien se encargue de trucar la realidad. Lo más frecuente es que os hayáis conocido lejos de vuestro contexto habitual. Estás fuera de los círculos y escenarios en los que se desarrolla tu vida el resto del año -la mayor parte el año- y que forman parte de tu identidad. Por eso es más importante que nunca que no te dejes llevar por la adrenalina del momento y no endulces o manipules tu realidad. Sé genuino, habla de ti con naturalidad y transparencia. Procura reflejar de manera fiel quién realmente eres y no solo lo que puedes llegar a ser cuando estás relajado en la playa y calzándote indistintamente tanto una de bañador como una de gin-tónic de manera despreocupada.
Disfruta (y no le busques nombres a la relación). Sí, así de claro: vive, siente y disfruta. No trates de ponerle nombre a lo que aún no tiene ni historia ni recorrido. Las personas nos asustamos con facilidad cuando no podemos identificar con claridad (con nombres y apellidos) qué es lo que tenemos entre manos. Pues mira, te respondo rápidamente a esa duda: nada, de momento no tienes nada. Lo que estás experimentando no es más que un cúmulo de sensaciones aún inclasificables que necesitan de continuidad para poder transformarse en algo que se pueda nombrar, etiquetar y manejar o planificar.
No te adelantes a los acontecimientos, regresa simplemente a tu vida. No vayas tomando decisiones sin que las cosas hayan fluido y transcurrido con naturalidad. No cortes de raíz porque “es obvio que esto no puede continuar” ni des por sentado que “es el amor de tu vida y esto que has vivido acaba sí o sí en algo más porque no puede no ser verdadero”. No tomes decisiones en base a afirmaciones categóricas que nos son más que presagios personales sin base de realidad alguna. No te permitas generar expectativas en el aire. Permítete ir volviendo a tu rutina habitual como lo harías en cualquier otra circunstancia y descubre entonces si eso que un día nació se sigue construyendo o alimentando o se desvanece sin interés alguno por vuestra parte. Explora tus emociones y tus deseos, explora las situaciones que vayan surgiendo y observa (si las hay) las limitaciones que planteen… Deja que todo ello te vaya marcando el camino.
Asume los compromisos que de todo ese recorrido se desprendan. Después de ese tiempo de vuelta a la normalidad, después (y solo después) de haberle tomado el pulso a ese fácil o difícil equilibrio, ya podrás tomar una decisiones. Mejor dicho, ya lo habrás hecho sin darte apenas cuenta:
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