Por más que se intente convertir a la rutina en sinónimo de “el enemigo”, lo cierto es que no lo es. Lejos de eso, la rutina no es sino el esquema más cómodo con el que contamos las personas para tener esa fantasía de seguridad y sensación de control tan “amiga” del bienestar psicológico. Contrario a la rutina, y a esa secuencia de actividades predecibles en nuestro día a día, se encuentra el cambio. ¿Por qué nos cuesta tanto aceptarlo? Te explicamos las razones por las que a veces es tan difícil asumir el cambio y lo que podrás hacer para tolerarlo y sacar lo mejor de él.
Aunque a veces pueda ser aburrida y hacer que nos estanquemos, la rutina es más positiva que negativa para nosotros. Al fin y al cabo, conocer lo que va a pasar nos tranquiliza, porque supone saber lo que vamos a hacer a continuación. Y esto es precisamente lo que nos otorga la sensación de control y esa tranquilidad tan agradable por la que nos sentimos capaces de gobernar nuestra propia vida.
En el lado opuesto de nuestras certezas estará, por el contrario, la incertidumbre, que es la que nos obligará a improvisar sin garantías de resultado. Por esta razón a nadie le gusta la incertidumbre y en cambio nos sentimos cómodos frente a lo conocido y dentro de los escenarios que dominamos.
A pesar de ello, y aunque nuestra zona de confort resulte muy cómoda, esto no significa que tengamos que vivir en una realidad inamovible. Más que nada, porque todo cambia, antes o después, y esta es una máxima universal irrefutable.
Por esta razón, nos conviene tener la capacidad de adecuarnos a los cambios haciendo uso de la flexibilidad. De esta podríamos decir que es una de las mejores habilidades blandas o herramientas en la vida, ya que supone tener competencia para la adaptación.
A veces uno está a gusto tal y como está (muchas veces, de hecho) y, de repente, le viene un cambio inesperado que le pone la vida patas arriba. Entonces, uno se empieza a cuestionar a la desesperada “¿Por qué?, ¿por qué me tiene que pasar esto ahora?, ¿qué he hecho yo para merecer esto?” Responder a estas preguntas unas veces será fácil, pero otras, será imposible.
La única respuesta genérica que se puede dar es que a veces pasan cosas que se escapan de nuestro control y que no hemos buscado. Y que estas podrán tener lugar en nuestro entorno, y sucedernos a nosotros mismos o a las personas que queremos. Pero todas ellas tendrán en común, seguramente, el tener que modificar nuestros hábitos y obligarnos a tomar decisiones.
En suma, el cambio es una constante de la vida. Como tal, debemos aceptarlo, procurando sacar lo mejor de él. Y si bien al principio nos podrá suponer todo un desafío, también nos obligará a buscar soluciones, a veces muy creativas, a lo que en el momento del cambio vivimos como un problema, pero que podría suponer una buena oportunidad.
Aceptar el cambio pasará, en primer lugar, por su aceptación. Y a continuación, habrá que adaptarse la nueva situación generada por este. Esto no siempre es fácil, psicológicamente hablando, y por ello podrán aparecer reticencias o bloqueos que lo hagan incluso más complicado.
Uno de estos mecanismos psicológicos que se pueden producir es el duelo. Este se precipitará cuando los cambios no sean sencillos de asumir y, al no ser buscados, obliguen a la persona a lidiar con la tristeza y con la sensación de pérdida que se produzca. Por ejemplo, al dejarse un empleo, o al cambiar de ciudad o de país.
Otras veces el cambio se producirá en los demás, pero nos salpicará igualmente, obligándonos a hacer un reajuste psicológico. Puede suceder, por ejemplo, cuando tus hijos se van a estudiar fuera de casa, o si se muda nuestro amigo por una buena oportunidad laboral, alejándose de nosotros. Se podrán producir entonces emociones encontradas, como el enfado o la envidia, que nos generarán confusión, pero que deberíamos validar para superarlas.
Puede que no haya sensación de pérdida ni, por tanto, de un duelo grave como tal, pero con los cambios no será raro observar algunos síntomas psicológicos e incluso psicosomáticos. En este caso hablaríamos de síntomas de rechazo al cambio. Por ejemplo, al recibir una mala noticia que nos exija un cambio de vida se puede producir un bloqueo a modo de secuestro emocional.
Este será transitorio, pero durante el tiempo que nos adaptemos a la nueva situación podremos sentir síntomas fisiológicos de ansiedad, insomnio, incapacidad de concentrarse, o incluso de somatizar con problemas en el estómago. Asimismo, el hecho de rechazar el cambio nos afectará psicológicamente, generándonos pensamientos y actitudes pesimistas cercanas a la depresión.
Sólo una vez superados el shock inicial y la aceptación del cambio, podrá asumirse la nueva realidad de una forma más madura y meditada. Esto podrá suceder antes o después según la personalidad de cada uno.
Incluso habrá quien lo asuma enseguida, de forma práctica y sin perder el tiempo en lamerse las heridas. Ser objetivo respecto a la situación y pedir ayuda a alguien “frío” (no involucrado emocionalmente) ayudará a analizar la situación de forma racional y poder confrontarla con éxito.
En general, casi todos los cambios importantes nos ponen a prueba, pero pueden suponer la oportunidad de mejorar y de crecer en lo personal y en lo profesional. Eso sí, a razón generalmente de esforzarse en adquirir las capacidades necesarias en la nueva vida que vayamos a emprender.
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