Cada mañana, no pocos padres se baten en una auténtica lucha para despertar a sus hijos adolescentes. Aunque para estos niños también haya sonado el despertador, con frecuencia no lo oyen, o necesitan de varios recordatorios hasta que son capaces de levantarse. Esta dificultad para despertar, que sucede también en la niñez, curiosamente se acentúa en la adolescencia. ¿Es porque, con la edad, se vuelven más rebeldes, se acuestan más tarde y luego “pasan” de levantarse? O, por el contrario, ¿es un tema biológico?
Aunque de todo hay, los problemas del sueño adolescente vienen más derivados por lo orgánico que por lo comportamental. Precisamente por esta razón, necesitan de nuestra ayuda y supervisión adulta. Te explicamos cuáles son las funciones que cumple el sueño y por qué es tan importante dormir para los adolescentes.
Lo fácil es enfadarse todos los días y recurrir a los míticos estereotipos por los que tendemos a pensar que el niño es vago o que “no hay quien pueda con él”. Sin embargo, el sueño adolescente es algo más complejo, por incluir algunas variables enemigas del descanso reparador. La primera es la existencia de un cierto desorden en sus ritmos circadianos y biológicos respecto a las demandas del ambiente, dentro de un estilo de vida exigente y en el que hay que madrugar.
La segunda, la conocemos bien: la exposición a los móviles y a la luz azul de las pantallas, las grandes enemigas a la hora de dormir y responsables del conocido como insomnio tecnológico.
Algunos expertos en la materia hablan ya de una epidemia de falta de sueño entre los niños adolescentes. Y no es un tema menor. Al margen del descanso, durante el sueño intervienen funciones que contribuyen al desarrollo cognitivo del niño, y a que este sea capaz de rendir en el colegio, por ejemplo.
El sueño es fundamental para el aprendizaje y la consolidación de la memoria, y este proceso es especialmente crítico durante la adolescencia, una etapa marcada por lo que se conoce como plasticidad cerebral. Esta se refiere a que el cerebro no permanece estático, sino que cambia y se desarrolla en función de los estímulos que recibe. Así lo explica el neurocientífico norteamericano Matthew Walker, investigador en el Laboratorio de sueño y neuroimagen de la Universidad de Berkeley y autor del libro Why We Sleep. “El sueño es el momento en que el cerebro adolescente organiza y refuerza las conexiones neuronales”. Además, Walker subraya que dormir adecuadamente mejora la capacidad de resolver problemas y fomenta la creatividad.
De forma similar, durante el sueño se habla de una función tan importante como es la “poda sináptica”, una especie de limpieza que tiene lugar entre las neuronas y que evita su saturación, contribuyendo a mejorar la memoria y a retener el aprendizaje.
Todos sabemos que la adolescencia es una etapa de transformación en muchos niveles, y el sueño no es una excepción. Durante estos años, sus ritmos circadianos -esa especie de reloj interno que regula los ciclos de sueño y vigilia- experimentan también un cambio significativo. Según explica el neurocientífico y conocido divulgador español Javier Albares, especialista en medicina del sueño, el retraso natural en la producción de melatonina hace que los adolescentes tiendan a dormirse más tarde. Este fenómeno biológico, conocido como retraso de fase del sueño, tiene profundas implicaciones para su bienestar y desarrollo cognitivo.
En términos prácticos, este fallo en la producción de melatonina implica que los adolescentes no suelen sentir somnolencia hasta bien entrada la noche. Ello contrasta con los horarios escolares matutinos, que requieren que se levanten temprano y sin que hayan completado el ciclo de sueño profundo. Esta desincronización entre los ritmos biológicos y las exigencias sociales explica por qué a menudo tienen dificultades para despertarse por la mañana. Asimismo, el desfase provoca fatiga y dificulta la activación mental en las primeras horas del día.
Los especialistas recomiendan que los adolescentes duerman entre 8 y 10 horas por noche. Sin embargo, estudios recientes muestran que un porcentaje preocupante de jóvenes duerme menos de lo necesario. La falta crónica de sueño tiene consecuencias graves: afecta el rendimiento académico, disminuye la capacidad de concentración y memoria, y aumenta el riesgo de desarrollar problemas emocionales como ansiedad y depresión.
Algunas de las soluciones propuestas, sin ir más lejos por este último especialista, apuestan por aceptar la realidad biológica de los niños de estas edades, modificando en su lugar la entrada al colegio, que podría ser más tarde. Esta medida sería buena, al haberse observado que los niños están medio dormidos durante las primeras horas de clase. No prestan toda la atención potencial que tienen para favorecer el aprendizaje.
El doctor Albares, que prescribe 9 horas de sueño como mínimo en los adolescentes, advierte que el déficit de sueño también está asociado con alteraciones metabólicas, como el aumento de peso y el riesgo de enfermedades cardiovasculares en la edad adulta. Además, la somnolencia diurna contribuye a un mayor riesgo de accidentes, especialmente al conducir.
Ayudar a nuestro hijo adolescente a dormir el tiempo necesario nos obligará a los padres a estar pendientes de su higiene de sueño, tratando de que mantengan patrones ordenados:
Además, habrá que ser más comprensivos y ayudarlos con despertador. Sólo así podremos asegurarnos de que se levantan cada mañana a la hora que deben.
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