Si algo puede doler en esta vida es perder a alguien a quien queremos. Y con ello no estamos hablando de su muerte, ni mucho menos. A veces las personas, simplemente, se alejan de nosotros. Ya sea poco a poco o de un día para otro, supone una pérdida con la que no contábamos y que nos va a causar estrés emocional. Incluso nos puede llevar a pasar por todo un proceso de duelo. Cuando las relaciones se enfrían y notamos que alguien desaparece o nos echa de su vida solemos también caer en el error de sorprendernos, desplazando toda la responsabilidad hacia el otro. Pero ¿qué pasa si somos parte del problema?
Culpar a los demás es siempre mucho más fácil que hacernos ciertas preguntas incómodas desde un punto de analítico y sincero en el que contemplemos que quizá le hemos hecho algo a esa persona. Sin embargo, reflexionar sobre lo que ha pasado por ambas partes será fundamental para poder recuperar a la persona perdida. Si nos compensa el esfuerzo, tendremos que intentarlo.
Eximirnos de la responsabilidad para culpar a los demás es una reacción habitual y comprensible, pero no siempre justa. Esta tendencia se debe a un mecanismo psicológico llamado sesgo de autoservicio o de interés personal. Se trata de una forma de percepción favorable a nosotros mismos por la que tendemos a atribuir los fracasos a factores externos. Siendo muy conveniente, también es un sesgo egoísta que puede hacernos caer en percepciones erróneas de la realidad e incluso vivir en lo ilusorio.
Contrariamente, cuando algo bueno sucede, tendemos a atribuirnos todos los méritos y responsabilidad de lo acontecido. La ubicación de la responsabilidad (o la culpa, cuando lo que sucede es malo) ha sido ampliamente estudiada en psicología en la teoría del locus de control, que podrá ser interno o externo, según hagamos las atribuciones causales a nuestro favor o dejemos las razones de lo sucedido al margen de nosotros.
Asumir la posibilidad de que nosotros mismos hayamos tenido algo que ver con el distanciamiento no es fácil. De hecho, cuestionar nuestras acciones requiere de mucha valentía emocional y honestidad, pero es algo necesario para reparar las relaciones deterioradas.
Si alguien se aleja, es probable que se sienta dolido, enfadado o ambas cosas. Una forma de verlo es comparando la reacción de la persona que desaparece -emocionalmente herida- con las respuestas que emitimos típicamente ante el estrés: lucha, huida o paralización.
Ante los problemas relacionales, mientras que algunos optan por la confrontación directa del “ataque”, a través de una discusión, otros elegirán retirarse o “huir” para protegerse de nuevos disgustos o agravios. Los más pasivos, por su parte, se podrán sentir bloqueados o “paralizados”, entrando en una espiral depresiva basada en la inacción. Cuando alguien desaparece o nos deja de lado, ya sea de forma gradual o abrupta, a menudo se debe a que la persona ha preferido evitar el conflicto antes que confrontarlo.
El distanciamiento emocional puede afectar tanto a amigos como a personas de la familia, pero las dinámicas subyacentes suelen ser diferentes. En las relaciones familiares, los vínculos biológicos crean una sensación de obligación que a menudo frena el alejamiento. Lo que no llega a frenar es el resentimiento. Este se puede ir acumulando durante años, y terminar por explotar. Por ejemplo, unas expectativas incumplidas o unos patrones de comunicación tóxicos podrán llevar a rupturas entre hermanos o incluso con los propios padres.
En la amistad, sin embargo, el mantenimiento de la relación depende más de la reciprocidad y el cuidado mutuo. El investigador y psicólogo evolucionista británico Robin Dunbar subrayó hace ya 30 años que las amistades requieren inversión de tiempo y energía. Tal vez por ello, y de acuerdo con su Teoría del número Dunbar sobre la capacidad humana para mantener relaciones cercanas, las personas podemos tener, como máximo, 150 amigos. En su línea argumental, cuando alguien siente que no recibe la atención esperada, puede optar por desconectarse de esa persona o incluso por romper el vínculo con ella.
Por algún sitio habrá que empezar, y hacerlo por uno mismo será lo mejor que podamos hacer para recuperar una relación perdida. Sigue los siguientes consejos:
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