¿Alguna vez has visto un cartel de Privado en una puerta y has sentido el impulso de abrirla, aunque solo sea para mirar? De ser así, sobre todo si has llegado a asomar la cabeza, habrás obrado bajo la influencia de la psicología inversa. Por ella, nos referimos una suerte de “técnica” tan efectiva como controvertida que ejemplifica muy bien los misterios del comportamiento humano.
Sobre todo, cuando se utiliza con el propósito de manipular la voluntad del otro y se emplea con alevosía. Pero, ¿qué es exactamente la psicología inversa? ¿Cómo y por qué funciona? Analizamos los mecanismos de una estrategia psicológica de uso cotidiano, explorando sus riesgos y sus aplicaciones más eficaces.
Aunque en el caso del cartel de Privado la idea no era esa, sino que se pretendía verdaderamente prohibir el paso, lo cierto es que a veces funciona: nada como pedir a alguien que haga una cosa para que haga la contraria. Se trata de la conocida popularmente como psicología inversa, una herramienta de manipulación que todos hemos empleado alguna vez. A veces, incluso sin darnos cuenta.
Atendiendo a su definición, la psicología inversa consiste en inducir a una persona a tomar una decisión o a hacer algo, sugiriéndole exactamente lo contrario de lo que esperamos que haga. Por ello, se considera una estrategia de manipulación para alterar la voluntad del otro. Los mecanismos subyacentes a la psicología inversa son bien conocidos dentro de la psicología.
Obedecen a lo que se denomina “reactancia psicológica”, un fenómeno conductual derivado del impulso que todos tenemos a preservar nuestra autonomía. O lo que es lo mismo: a hacer lo que queramos nosotros y no a lo que nos digan los demás. Así, cuando sentimos que nuestra libertad para elegir está siendo amenazada o, simplemente, limitada, podremos reaccionar haciendo precisamente lo opuesto a lo que se nos indica.
Como concepto y acepción, la reactancia psicológica surge de la psicología conductual y social, si bien el término se acuñó allá por los años 60 por el psicólogo norteamericano Jack Brehm. Según Brehm, cuando las personas sienten que se les está forzando a actuar de una manera específica, experimentan la sensación de pérdida de libertad. Por ello, para recuperar su independencia, tienden a desobedecer las instrucciones directas.
A pesar de la creencia común, y volviendo a la psicología inversa, lo cierto es que, dentro de la psicología oficial o más amparada por el ejercicio profesional, esta no es una herramienta terapéutica al uso. Sin embargo, se parece mucho a otra técnica conocida como “intención paradójica” que sí se emplea mucho en clínica. Esta última fue acuñada y popularizada en logoterapia por el psiquatra Viktor Frankl , y puede definirse como una técnica terapéutica utilizada en la superación de ansiedades, basada en la exageración deliberada de los miedos del paciente, e incluso usada con humor.
¿En qué se diferencian la psicología inversa de la intención paradójica? Mientras que la psicología inversa es una forma de manipulación sutil, la segunda es empleada con fines terapéuticos y bajo la supervisión de un profesional, con el objetivo de cambiar la actitud del paciente y darle seguridad en determinados contextos. Así pues, la psicología inversa no es una técnica empleada oficialmente en psicoterapia, sino más bien una estrategia persuasiva que a veces se utiliza en la vida cotidiana o en el ámbito educativo.
Uno de los escenarios más comunes de la psicología inversa es el hogar y dentro de la crianza de los hijos. Bien empleada, puede servir para que el niño haga lo que debe o le conviene. Por ejemplo, comer verduras. Para ello, le podremos decir: “No te comas esos pimientos que son míos, ¿eh?” O decir: “Hoy no hay baño que queda poco jabón de fresa de ese que huele tan bien”. Como es de esperar, el niño querrá rebelarse comiendo los pimientos y bañándose. Análogamente, se usará en el contexto educativo cuando los profesores busquen una respuesta muy concreta en los niños, siempre dentro de la ética y de unos objetivos didácticos oportunos.
Así y todo, la psicología inversa siempre deberá administrarse con precaución y ocasionalmente, y no como una fórmula habitual: abusar de ella puede enseñar al niño a desconfiar de lo que se les dice. Además, en lugar de obedecer atendiendo a las razones de lo que se les pide, lo harán por un desafío, lo que puede complicar la relación a largo plazo. Por último, los niños enseguida se dan cuenta de las cosas y terminan por descubrir la manipulación, generándose una desconfianza básica por la que nos será cada vez más difícil influir en ellos.
Aunque parezca inofensiva, la psicología inversa no está exenta de riesgos, fundamentalmente en lo que se refiere a las relaciones personales. Recordemos que manipular a los demás no suele caer bien a nadie, por lo que hacerlo no deja de ser un riesgo que puede hacer tambalear la confianza, generando sensación de traición y resentimiento. Nunca apliques la psicología inversa en estos casos:
Si vas al psicólogo y te preocupa que te manipule con estrategias psicológicas, pierde cuidado: éticamente, un buen profesional nunca buscará la manipulación, sino que elegirá técnicas que lleven a cambios más profundos y duraderos, teniendo siempre en cuenta el componente emocional. Otra razón por la que no se suele usar es que podría interferir de forma negativa en el vínculo psicólogo-paciente generando la desconfianza en el profesional y alterando la terapia.
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