¿Enfermedad mental, perversión, parafilia? A veces los límites de estas tres cuestiones están muy difusos o incluso se funden entre sí. Tal es el caso de Jeffrey Dahmer. El famoso asesino, también conocido como el Monstruo o Caníval de Milwaukee, padecía de varias parafilias o desviaciones sexuales. Estas lo llevaron a cometer una serie de terribles asesinatos que conmocionaron a la opinión pública entre finales de los 70 y primeros 90. Hoy nos hacen estremecer a todos con la exitosa serie de Netflix en la que se descubre el oscuro mundo de las parafilias o gustos sexuales atípicos, que afortunadamente no siempre terminan tan mal como en la escandalosa cinta.
Si todavía no has visto “Dahmer- Monstruo: la historia de Jeffrey Dahmer”, seguramente no tardarás en hacerlo. Aunque, eso sí, deberás estar preparado para asumir imágenes de cruda morbosidad en forma de escenas sexuales tan sádicas como escatológicas. Y lo peor de todo: está basada en hechos reales. No es apta, pues, ni para menores ni para ojos demasiado sensibles. En cambio, sí que puede tener cierto interés documental para aquellos interesados en la psique humana, en la conducta sexual, o incluso servir como fuente de inspiración para hacer novela negra.
Conviene saber que un comportamiento sexual atípico, es decir, diferente al de la mayoría del grupo cultural de referencia, no equivale a perversión, necesariamente. En vez de patológico, en principio ha de ser considerado como un comportamiento que unos aprueban y otros desaprueban. Ejemplo de ello es el castigo sexual como práctica consentida.
Sin embargo, un caso como el de Dahmer no deja lugar a dudas: se trata de un comportamiento enfermo. No sólo por terminar en la muerte involuntaria de una de las partes, sino porque se trata de una práctica no consentida de principio a fin. Por tanto, ni siquiera se puede hablar de “relación sexual”, sino de una suerte de ataque con varios trasfondos parafílicos, a la que se suma la ausencia total de control de impulsos.
La complicación acerca de definir un comportamiento sexual como anormal se halla en las enormes diferencias que se encuentran entre las distintas culturas, y a través de la historia, en la concepción de la actividad sexual. Lo que en una cultura es algo normal y está aceptado socialmente, en otra es reprobado y generará el rechazo público.
Igualmente, encontraremos importantes diferencias a lo largo de la historia. En la antigua Grecia, por ejemplo, era común en los hombres doctos y de clase alta el tener a niños a su disposición para la actividad sexual, siendo este hecho, además, valorado positivamente por la sociedad. Así pues, lo que en tiempos de hoy se consideraría una aberración, fue una práctica común en tiempos pasados.
En general, en las personas existe la tendencia a censurar o a estigmatizar aquellos comportamientos que son diferentes a los propios, siendo los comportamientos sexuales especialmente proclives a suscitar una crítica.
A la hora de evaluar una preferencia por una práctica o estilo sexual determinado como un comportamiento patológico, hemos de fijarnos en el grado de interferencia que produce en la vida del que la padece y en la de los que le rodean. Se hablará de patología sólo en los casos en los que los impulsos o pensamientos sexuales poco comunes o extraños, necesarios para obtener la excitación sexual, estén fuera de control por parte del individuo, produciéndole malestar, o creándole problemas con los demás.
Tal es la situación de Jeffrey Dahmer, en quien se presentan estos síntomas como un caso de manual. Sus pensamientos aberrantes aparecen de forma intrusiva y él mismo reconoce no ser capaz de controlarlos. De hecho, siente que estos impulsos le controlan a él “obligándole” a hacer “cosas” (engañar, drogar, torturar, someter, matar…) de las que sin duda después sabe que se arrepentirá.
Sin duda existe un trasfondo psicoanalítico responsable de la génesis del problema de Dahmer. En él que se descubre un miedo irracional a sufrir el abandono y por ello busca el sometimiento de sus amantes hasta casi convertirlos en zombis sexuales. Además del miedo al abandono y la soledad, sus asesinatos responden al impulso de tres parafilias:
Las personas afectadas por una parafilia suelen solicitar ayuda profesional debido a las repercusiones sociales adversas consecuentes a su práctica o impulso sexual. Tengamos en cuenta que no dejan de tener una base obsesiva y compulsiva, y que por tanto, se pueden abordar a partir de ahí desde la psicoterapia.
Estos son los objetivos terapéuticos en un agresor sexual:
Como parte de la terapia, a lo largo de la historia se han usado métodos por los que se ha asociado la actividad parafílica y que produce placer, con estímulos aversivos. Entre estos, antiguamente se encontraban algunos de carácter doloroso o muy desagradable como descargas eléctricas soportables u olores intensos a amoniaco, bajo la premisa del condicionamiento instrumental. Por éste la parafilia dejaría así de ser un estímulo placentero para el paciente y adquiriría las connotaciones negativas del castigo. En la actualidad estos métodos son poco frecuentes y se habrían sustituido por representaciones de situaciones físicas desagradables, generalmente de forma imaginada, que dejan de suministrarse cuando el paciente fantasea con imágenes sexuales “normales.”
Actualmente también se está experimentando con terapia hormonal e incluso se ha llegado a practicar la castración química voluntaria en algunos pacientes para reprimir los impulsos incontrolables en los agresores sexuales. Al contrario que la castración física, esta genera una condición médica reversible.
El abordaje en nuestros días para un agresor sexual idealmente ha de ser multidisciplinar y ecléctico, pudiéndose aplicar medicación junto a diferentes técnicas cognitivo- conductuales, entrenamiento en técnicas de afrontamiento y ejercicios desde una perspectiva más psicodinámica para ahondar en la génesis del problema y realizar una adecuada intervención.
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