Según el diccionario, un beso es la acción de tocar con los labios, respondiendo al impulso del amor o en señal de amistad o reverencia. Sin embargo, un beso es mucho más. Fuente de inspiración de todas las caras del arte, estamos ante uno de los comportamientos humanos más básicos e instintivos con los que contamos para acercarnos unos a otros. Besar es comunicar lo que uno siente: dar aquello que queremos dar de nosotros mismos. Pero besar es también compartir, y además es una experiencia sexual. Entonces, ¿qué es besar? ¿Por qué besamos?
Lo que Shakespeare definió como “el sello del amor”, fue para otros “la primera y última alegría”, “el lenguaje del amor”, “el néctar de Venus”, e incluso “el perfume de frutas madurando en sus brotes de invierno, las praderas florecidas en el verano… un ramo de flores que atrae a las abejas”. En la semana de San Valentín analizamos este acto tan humano, pero para el que no existe una definición exacta. Porque cada beso es diferente.
En sus tiempos, Freud habló de necesidades primarias que van apareciendo en los niños desde que nacen, siendo estas necesidades cambiantes a medida que el niño evoluciona. Aunque Freud no habló del beso entre sus necesidades, sí que puso en primer lugar “la necesidad oral”, que es lo que lleva al niño a centrar toda su actividad en torno a la boca y a valerse de ella para sobrevivir y comunicarse con su ambiente. Esto hace que durante sus primeros años, los niños satisfagan sus necesidades a través de mamar, chupar, y llevarse objetos a la boca.
Aunque la necesidad oral está estrechamente vinculada a la obtención de alimento, simbólicamente está relacionada con los afectos y el deseo de cariño y de cuidados básicos; y es una necesidad que se mantiene consciente e inconscientemente a lo largo de toda nuestra vida. Ejemplo de esta relación la encontramos en el mundo animal, donde algunas especies “se besan” haciendo un intercambio de comida, e incluso una masticación previa por parte de la madre antes de dársela a la cría.
Con el beso sexual, y de acuerdo con estas premisas, en cierto modo “regresamos” a esta etapa de nuestra infancia. Puesto que dos personas se besan para satisfacer el deseo que sienten entre ellas, con ello satisfacen un deseo tan básico y natural como el hambre. El beso responde a esa urgencia de acercamiento sexual que surge entre dos personas y las une de forma íntima y primaria.
No faltan, por su parte, algunas razones evolutivas para explicar el mantenimiento del beso como forma de intercambio sexual. Una de ellas atiende al modo en que el olor interviene en el sexo y en la elección de pareja. Algunas teorías evolucionistas afirman que la percepción del olor de la pareja potencial ha sido fundamental en nuestros ancestros. Tanto, que servía para captar inconscientemente el olor de familiares, como pudieran ser hermanos o primos; y rechazarlos como parejas sexuales, evitando de este modo los problemas derivados del incesto. El beso, en este sentido, sería una de las maneras de aproximarse y “oler” al potencial compañero de apareamiento.
Por si alguien lo dudaba, besar a quien se quiere es una actividad altamente placentera. Y no lo es sólo por cuestiones románticas, sino por razones químicas que operan en el cerebro. Con cada beso se produce también una importante descarga de hormonas involucradas en la felicidad y en la eliminación del dolor.
La más importante de ellas es la oxitocina, pero también se segregan otras como la dopamina y la serotonina, mientras que baja, por su parte, el nivel de cortisol. Como resultado, y en la medida en que aparecen sensaciones de euforia y placer mientras que desaparece el estrés, es más fácil que se genere el apego entre dos personas que se besan.
No todo es sexual en el beso, sin embargo. De hecho, a veces es un simple gesto de respeto o de cariño alejado de todo tipo de impulso relativo a la libido. Desde el beso que le da una madre a su hijo, hasta el beso en el anillo del Papa, hay una infinidad de variantes de beso que no están relacionados con el acercamiento sexual, sino con el acercamiento meramente humano, por el que manifestamos un afecto positivo o la consideración hacia los demás.
El primer beso de amor, ése que nunca se olvida, suele coincidir con la etapa de la adolescencia, que es cuando el niño empieza a dejar de serlo, con el despertar de su curiosidad sexual.
Aunque no se puede decir que exista un beso perfecto, de haberlo, sería aquel que se le da a quien se quiere, y como forma de sellar un pacto de amor casi tan urgente como necesario de expresar. Es por eso que los besos están, inevitablemente, asociados al romanticismo y al Día de San Valentín.
Aunque es cierto que un buen beso puede unir tanto a dos personas, que parezca cosa de magia, hay más cuidado, ternura y sinceridad en un beso dado a alguien especial que a un desconocido.
En términos de afecto, besar es toda una experiencia sensorial sexual que hay que “saborear” (nunca mejor dicho); pero que va mucho más allá de juntar dos bocas. Por esta razón, y casi de forma reactiva al beso, solemos cerrar los ojos. Haciéndolo así conseguimos concentrarnos mejor en esa tarea, y permitimos recibir todos los inputs cerebrales que surgen como consecuencia del hecho de besar.
En realidad, son varias las razones para cerrar los ojos al besar:
Lo cierto es que, aunque generalmente parece más popular el beso con los ojos cerrados, el hecho de no cerrarlos también puede ser estimulante por varias razones:
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