A la hora de enfrentarse a la realidad de una afección médica infantil o trastorno del aprendizaje como el TDAH, cualquier padre comenzará recabando información sobre los síntomas que presenta su hijo. Tras su paso por varios especialistas, pronto se dará cuenta de que no siempre será fácil o posible hallar un diagnóstico exacto o puro, pero aún así, habrá que centrarse en encontrar un buen tratamiento.
Y este, casi con toda seguridad, tampoco será único, sino parte de un proceso que combine diversas técnicas y aproximaciones. Una de ellas puede ser el neurofeedback. A diferencia de los fármacos, no produce efectos secundarios en el niño y mejora el problema de forma natural, reconduciendo su cerebro hacia un estado de equilibrio.
La mayoría de nosotros podemos cambiar el ritmo de nuestra respiración con solo pensar en ella. La respiración la notamos de forma muy evidente y eso nos permite modularla. Pues bien: del mismo modo que podemos alterar el ritmo de nuestra respiración, afectando este cambio a ciertos aspectos emocionales como la ansiedad, conociendo otro tipo de respuestas fisiológicas, también seremos capaces de trabajarlas. Cuando el biofeedback hace visibles las señales cerebrales para poder influir en ellas, hablaremos de neurofeedback.
Con el neurofeedback conseguiremos ser conscientes de algunas respuestas fisiológicas que tienen lugar en el cerebro. Concretamente, de la actividad eléctrica de la corteza cerebral, habitualmente alterada en los niños con TDAH. En la medida en que los niños conozcan y alteren esta actividad cerebral volitivamente, mejorarán los síntomas.
Así lo explica la psicóloga Inmaculada Pérez Tamargo, especialista en neuropsicología y educación, y directora de, Sábilis Centros de Neurodesarrollo. “El neurofeedback nos permite modular la actividad eléctrica en la corteza cerebral. Esto es muy importante porque sabemos que hay patrones eléctricos disfuncionales que están asociados a determinados trastornos, como el TDA-H. En este caso, el neurofeedback enseña al niño a modular esa actividad (que puede ser excesivamente rápida o lenta) hacia la normalidad”.
Sobre la medición exacta que se realiza, Pérez Tamargo aclara que actualmente se miden muchos parámetros. “No solo el tipo de ondas eléctricas, sino también su amplitud, coherencia, fase o la actividad en las distintas redes neuronales. Lo medimos con un gorro que se coloca en la cabeza y que está lleno de electrodos. Cada uno de ellos nos da información de un área. Es el clásico electroencefalograma o eeg”. Con toda esta parafernalia, y añadiéndole los estímulos apropiados, cada sesión se convierte en una forma de juego muy gratificante para el niño.
Una de las razones por las que el neurofeeback funciona tan bien es porque permite un tratamiento completamente a medida. Por tanto, “en realidad puedes mejorar muchos más tipos de trastornos, porque cuando trabajas con neurofeedback no tienes que funcionar con etiquetas diagnósticas, sino con la actividad que está fuera de rango”, aclara Pérez Tamargo. “De hecho un mismo síntoma, como la hiperactividad o los problemas de conducta, pueden tener patrones eléctricos completamente distintos. Esto nos permite individualizar el tratamiento mucho más que cualquier otra técnica”.
En la sesión se mide constantemente la actividad del cerebro mediante sensores, y esta información se procesa con un software específico. En el caso de los niños, cuando consiguen modular la actividad hacia la norma, se les premia. Y a ellos les resulta más fácil que a los adultos, porque lo hacen casi sin darse cuenta, asegura la experta: “A los niños se les suele dar mejor porque no se plantean cómo lo están haciendo, simplemente lo hacen”. Van buscando el juego y la recompensa. Por ello, “la instrucción en las sesiones es muy clara: Si lo haces bien podrás ver la película, de lo contrario, la película se nublará y no se oirá. Si la película les interesa mucho, muy pronto su actividad tenderá al cambio”. Los adultos, por su parte, necesitan hacer más preguntas y pruebas hasta conseguirlo.
“Sesión a sesión, el niño aprende a producir con mayor frecuencia la actividad más funcional hasta que consigue producirla él mismo sin necesidad del feedback”, resume la directora de Sábalis. El número de sesiones variará “entre 20 y 60, dependiendo de algunos elementos, como el método que se use y la frecuencia de las sesiones”. Lo ideal será establecer un protocolo de intervención en función de la gravedad del paciente. Aunque “lo mínimo recomendable serán dos sesiones semanales de 30 minutos para que se mantenga el cambio de una sesión a otra”, razona la neuropsicóloga.
“El éxito también dependerá de otra serie de factores que rodean al niño, como el ejercicio que hacen, el ambiente emocional en su familia o la alimentación durante el tratamiento”, añade la experta. Además, requiere de un compromiso familiar y por parte del entorno. “No es una pastilla que se toma y ya está. En algunas ocasiones se ven a niños como terremotos que sólo están reflejando un mal ambiente emocional que les ha perturbado mucho. Si nosotros conseguimos normalizar el funcionamiento del cerebro pero el ambiente continúa siendo negativo, puede que no mejore o que la mejora desaparezca con el tiempo”.
Otra cosa que influye es si el pequeño toma psicofármacos, ya que el progreso es más lento. “En el caso de los niños, yo recomiendo trabajar también con los padres sobre cómo afrontar asuntos como los conflictos, las tareas o las normas”. En general, sostiene que “todo lo que está en el ambiente del paciente, ya sea a nivel intracelular como en su familia, colegio, amigos, trabajo, va a influir en agilizar o no el cambio”.
A la hora de asumir este tipo de tratamientos muchos padres manifiestan algunas reservas, la mayoría de las veces condicionadas por el precio del tratamiento. Sin embargo, en temas de salud y educación infantil, generalmente lo barato sale caro. En opinión de la neuropsicóloga, lo más caro es no resolver el problema y “dar vueltas buscando tratamientos que no ponen su objetivo en el centro de la cuestión, sino en tratar los síntomas”. En estos casos “se pueden crear otros problemas por sus múltiples efectos secundarios, que además no se orientan a mejorar el sistema, sino a acallarlo. Tratándose de niños, estamos hablando de truncar una vida ¿cuánto cuesta esto?”
Así, en términos de salud infantil, “el neurofeedback es mucho más barato que poner una ortodoncia en los dientes y se tarda menos, pero es más caro que una pastilla”. Sin duda, “los mejores tratamientos serán siempre los que ayuden al niño a reconducir su cerebro a un estado de equilibrio de forma natural y sin efectos secundarios”. Por tanto, si se puede hacer el esfuerzo, merecerá la pena. “La formación a los padres, las ayudas pedagógicas a los niños y profesores, la alimentación, el tiempo de ocio y deporte, así como la gestión de las emociones serían una alternativa sino se dispone de medios, pero lo ideal es cerrar el círculo con técnicas de neuromodulación”.
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