Esta semana celebramos el Día Internacional de la Mujer, una jornada que debería ser especial para todos y, sobre todo, para todas. Al margen de la política. El feminismo y la igualdad de tratamiento y oportunidades para la mujer respecto al hombre no debería pertenecer a ningún partido, sino considerarse un motivo superior por el que luchar como sociedad. La buena noticia es que casi todos estamos de acuerdo, y por ello se habla tanto en los últimos años del empoderamiento femenino.
Aunque al empoderamiento a veces le sucede como al amor, que se desgasta o “rompe de tanto usarlo”. Así las cosas, aprovechamos la efeméride del 8 de marzo para recordar lo qué es verdaderamente el empoderamiento femenino y qué podemos hacer para asentarlo en nuestras rutinas y mejorar así nuestras vidas y autoconcepto.
Sin duda el empoderamiento es una noción amplia, además de una gran palabra repleta de connotaciones importantes. Aunque a veces se usa sin saber muy bien a qué se refiere, llegando a desgastarla y hasta a convertirla en un icono peyorativo de mujeres agresivas cargadas de acritud. Sin embargo, el empoderamiento femenino ofrece una fórmula reconocida internacionalmente para resaltar las propias capacidades.
-El vocablo viene del inglés, de la palabra empowerment, y alude a la capacidad del individuo. En este caso, de la mujer, para tener el control de su propia vida, ejerciendo el derecho a tomar decisiones sobre esta.
-Este derecho se fundamenta sobre la igualdad de oportunidades como ciudadanos, promoviendo la igualdad de género entre hombres y mujeres en las diferentes áreas de la vida.
-Lleva implícito el concepto de ser capaz y de poderse hacer, ofreciendo una noción muy interesante del poder, no entendido este como estar por encima de nadie.
Cuando hablamos de empoderar a las mujeres, “nos estamos refiriendo a poner en valor y a visibilizar sus capacidades”, explica la psicóloga de Ciudad Real Catalina Fuster. Según puntualiza, “se suele emplear en contextos en los que las mujeres siguen siendo una población desfavorecida”. Y es que, lamentablemente, a pesar de la sensación cada vez más generalizada en nuestro entorno de que vivimos en un mundo prácticamente igualitario, todavía estamos lejos de conseguirlo.
Ejemplo de ello son los micromachismos y las microdesigualdades, pero también el machismo con todas las letras que se vive en muchos hogares, sin cuestionárselo siquiera. Ese por el que, por ejemplo, las mujeres son controladas económicamente por sus parejas, como explica Fuster. “Lamentablemente todavía hay muchas mujeres que no disponen de libertad para manejar el dinero de casa, que controla el marido”. Y esto se hace por una cuestión cultural y de costumbres, sin ninguna mala intención.
La psicóloga señala también que existen dos aspectos o caras fundamentales del empoderamiento: la individual y la colectiva. La primera es la que vivirá cada mujer en su casa, en su empresa o dentro de los distintos escenarios que compongan sus circunstancias personales. Sin embargo, la colectiva alude a las mujeres en términos generales y como grupo: “En esta última faceta se nos vincula como grupo, como colectivo, a actividades que no son socialmente ni tan importantes ni tan reconocidas como las actividades que hacen los hombres”.
La cuestión de la igualdad está lejos de resolverse, a pesar de que el movimiento se comenzó a gestar desde el año 1908 en Estados Unidos, con una huelga en el sector textil de Nueva York. Pero no fue hasta el año 2010 cuando, en un nuevo encuentro internacional socialista de mujeres celebrado en Copenhague, se propuso el día 8 de marzo como fecha para reivindicar los derechos de la mujer.
Las diferentes dimensiones de la igualdad reivindicados por las mujeres de todo el mundo, y reconocidos por organismos como la ONU, contemplan muy diferentes aspectos de la vida. Algunos están superados, pero otros no. Y, sobre todo, hay que señalar que los avances varían mucho en función de las diferencias geográficas, políticas y culturales de los distintos países del mundo.
Como en todo, tanto en el concepto del feminismo como en el de su antagonista, el empoderamiento femenino, existe mucho de teoría y menos de práctica. Sin embargo, hay algunas cosas que podemos hacer en nuestro día a día para establecer buenos patrones a favor del cambio y la mejora personal.
Los procesos de transformación personal que facilitan el empoderamiento femenino son tanto mentales como actitudinales. Ambos llevarán a cualquier mujer a mejorar la seguridad en sí misma, así como la imagen que proyectará hacia el resto de personas.
Sigue estos consejos para sentirte más capaz y darte visibilidad ante los demás en tu día a día:
No te conviertas en tu peor enemiga, y no te castigues cuando hagas algo mal. Hay que aprender a ver el lado bueno de las cosas, aprendiendo de este y sin dejar de ser realista, pero huyendo de las lamentaciones y el complejo de víctima.
Cuídate, sabiendo que eres la principal, sino la única, responsable de tu propio bienestar. Al margen del ámbito laboral y el motivo de logro, hay que dejar espacio para el autocuidado y para disfrutar de la vida con amigos, haciendo deporte o con hobbies que te agraden.
Piensa en mejorar primero, para triunfar después, ya que el camino se hace poco a poco. Por ello, tus metas han de ser realistas y, seguramente, por pasos, y marcando hitos. Tomar atajos sólo te llevará a la frustración a expectativas poco realistas, que terminarán en decepción.
Para mejorar en la vida hay que seguir aprendiendo, aunque esto suponga salir de la zona de confort. Nada ofrece más seguridad que el conocimiento y el control, y esto se transmite a los demás.
Huye de la gente tóxica que te pone palos en la rueda, y elige rodearte de aquellos que te aprecien y valoren. Como se suele decir, “quédate donde te reciban con una sonrisa”. Además, por supuesto, de los que te puedan ayudar en tu camino hacia el aprendizaje, hasta encontrar la mejor versión de ti misma.
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