Aunque no sea un festivo oficial este año, hoy es el Día del Padre, hecho que nos llevará a celebrarlo. Los niños entregarán sus dibujos infantiles en casa y los que somos adultos llamaremos a nuestro progenitor para felicitarlo. Culminaremos así una jornada de homenajes a esa persona tan crucial en nuestras vidas que es nuestro padre.
Tanto es así que, desde la psicología, se habla de una “figura paterna”, cuya presencia o ausencia nos marcará hasta convertirnos en lo que somos hoy. Aprovechamos para repasar qué es la figura paterna, por qué es importante y cómo nos influye, para bien o para mal.
Desde lo imaginario, las características fundamentales de la figura paterna vienen determinadas por los roles familiares más arcaicos. Estos papeles, literalmente, vienen de antiguo. En ellos el padre ejerce ese rol heteropatriarcal que hoy en día se desprecia desde algunos sectores sociales o políticos.
Sin embargo, hay que entender que este papel vino determinado por la propia naturaleza en el sentido evolutivo. Aunque hayan cambiado las cosas, la representación del padre sigue estando simbolizada a partir de esos papeles repartidos su momento. Así, a esta figura se le otorgan todavía, y a nivel figurado, las siguientes características y responsabilidades:
En la línea anterior, el mayor arquetipo de la figura paterna es Dios. De hecho, a la hora de definirlo, lo primero que se dice de él es que “Dios es padre”: el padre de todos. Como tal, Dios nos ha creado y nos adoctrinará aplicando, si hace falta, acciones disciplinarias. Pero, sobre todo, como padre, nos querrá a lo largo de toda nuestra vida, hagamos lo que hagamos.
Este último hecho tiene un profundo calado, al asumirse el amor incondicional del padre hacia los hijos. Será, precisamente, este amor y eterno velar por nosotros (a veces real, a veces no) el responsable del hilo conector que nos enganche de por vida a nuestro progenitor. En suma: explicará por qué siempre le querremos y le perdonaremos, por más daño que nos haya hecho.
El supuesto básico subyacente pertenece al inconsciente colectivo e implica que el padre lo hace todo por nuestro bien. Sin embargo, este es uno de los principios que precipitarán la confusión psicológica desde edades tempranas, sembrando las bases de muchos de los traumas en relación con nuestro padre.
A nivel biológico, está claro que sólo hay un padre, aunque éste no siempre tendrá un origen conocido, o siquiera presencia en la vida de la persona. Hoy en día las familias han cambiado, alejándose del modelo tradicional. A cambio, ahora existen diferentes modelos familiares, e incluso familias con dos padres o con dos madres. Son familias sin etiquetas, pero que también funcionan.
En estos casos se repartirán los roles y atribuciones psicológicas de su papel en la crianza, posiblemente sin quiera apercibirse de ello. Lo cierto es que todos necesitamos una figura paterna sobre la que sentar las bases de nuestra seguridad en la vida. Y si el padre no está ahí, lo tendremos que buscar, o incluso nos lo tendremos que inventar, si hace falta. Al fin y al cabo, cuando nos referimos a la figura del padre estamos hablando de un rol y de una simbología que puede representarse en diferentes personas.
Cuando no existe un padre según los cánones biológicos de la naturaleza, los niños buscarán y encontrarán su figura paterna en otras personas. Podrá ser un abuelo, por ejemplo, o un tío. Pero también podría ser un profesor o tutor, e incluso un vecino. En suma: cualquier persona más mayor que el niño y que ejerza una influencia de cierta autoridad, admiración y respeto en el pequeño.
También aquella que le dote de aprendizajes, permitiendo al niño mostrarse como es, con seguridad y sin miedo. Ese es el buen padre que todos queremos y el que, de forma natural, anhelaremos a lo largo de toda nuestra vida.
Análogamente, desde nuestro inconsciente como adultos, tenderemos a buscar figuras paternas amables en nuestro entorno. Bien porque no hayamos tenido su presencia lo suficientemente asentada en nuestra infancia o, por el contrario, porque seamos demasiado dependientes de ella. El caso es que todos necesitamos de esta personalidad en nuestra vida, por ejercer una influencia positiva e infundirnos respeto. Pero, sobre todo, por proporcionarnos seguridad.
Las figuras paternas se procuran mucho en el entorno académico y del trabajo, por ejemplo, por ser líderes naturales a nivel de empatía, paciencia y comprensión. Al fin y al cabo, el buen padre es aquel que enseña. Es el que dota de recursos y que, aunque a veces regañe, siempre termina por perdonar, enseñando el camino recto. Además, y quizá lo mejor de todo, es que aporta esa red que nos permitirá saltar sin miedo, porque sabemos que responderá por nosotros.
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