¿Quieres ayudar a tu hijo? Alaba su esfuerzo, no su inteligencia
Cambiando el “qué listo eres” por “cuánto practicas” crearás una mentalidad de desarrollo mucho más positiva en tus hijos.
En algún momento de nuestras vidas nos hicieron saber que era positivo alabar a nuestros hijos para ayudarles a desarrollar su aprendizaje. Y así nos lo creímos, por qué no, aunque haciendo nuestra propia lectura de lo que supone hacer alabanzas constructivas o beneficiosas para él. Efectivamente, elogiar a un niño es en general positivo, pero siempre hay que hacerlo en base a un proceso y a un esfuerzo, y no a características supuestamente inherentes a su persona, como la inteligencia.
Si pensamos en ello es posible que nos demos cuenta de que nosotros mismos, sin darnos cuenta, incurrimos muchas veces en el error de la adulación. Lo hacemos cada vez que decimos frases como “¡ay qué listo es mi niño!”, “eres un crack” o “se nota que eres muy inteligente”. A pesar de generar una emoción reactiva en el niño que le da seguridad, a largo plazo le hacemos un flaco favor e incluso le generamos la presión de cumplir unas expectativas de éxito poco realistas que dejan de lado el componente del esfuerzo, la dedicación y el placer del desafío de aprender.
La alabanza mal aplicada puede ser perjudicial para el niño
Cuando un niño está aprendiendo, realizando un ejercicio cognitivo o cualquier esfuerzo que requiera de su habilidad e interés, es importante cambiar nuestra mentalidad a la hora de recompensar su ejecución. Cómo reaccionemos nosotros será determinante en él, al contribuir el elogio al desarrollo de su mentalidad de aprendizaje y a cómo se siente como aprendiz.
Estas son las conclusiones que se desprenden de la teoría del ‘Mindset‘ (en español la Mentalidad de crecimiento o desarrollo) elaborada por la psicóloga Carol Dweck. Esta investigadora y profesora de la Universidad de Standford realizó una serie de experimentos con los que demostró que el impacto de la alabanza puede ser tanto positivo como negativo. La buena noticia es que cambiar el chip es sencillo, y basta con saber que lo que debemos aplaudir es el esfuerzo y no tanto la habilidad espontánea.
El poder de creer que puedes mejorar
Hay una enorme diferencia entre creer que no has hecho algo porque eres incapaz o creer que “todavía” no lo has hecho pero “estás en ello”. Es lo que Dweck llama ‘The power of yet’, que podríamos traducir como ‘El poder del todavía‘. Con este matiz conseguimos cambiar la desesperanza del sentimiento del fracaso por lo positivo de la esperanza de un aprendizaje que abre el camino hacia el futuro, y que la investigadora y también autora del libro y best seller ‘Mindset: La actitud del éxito’ explicó muy bien en una charla TED traducida a más de 40 idiomas.
Dos tipos de mentalidades y sólo una de ellas contribuye al éxito
La teoría del Mindset de Dweck explica cómo todos contamos con algunos esquemas y clichés mentales, tanto conscientes como inconscientes, que condicionan el éxito en nuestras vidas. En concreto habla de dos tipos de prototipos mentales a la hora de enfrentarse a las dificultades: uno es la Mentalidad fija y el otro la Mentalidad de desarrollo o crecimiento.
La Mentalidad fija es inflexible y cree en una inteligencia estática que se mostrará en sí misma evitándose a toda costa riesgos, desafíos, críticas y obstáculos, además de contribuir a la percepción del éxito de los demás como una amenaza.
La Mentalidad de desarrollo es todo lo contrario: Aboga por un deseo de aprender y mejorar, siempre alimentado a base de esfuerzo y de aceptación de críticas por parte de los demás, quienes son una fuente de inspiración para mejorar.
¿Cómo recompensar “bien” al niño?
Conocida la teoría de Dweck, una de las más influyentes de la psicología actual, queda aprender a manejarla con los niños para inculcarles el modelo mental asociado al éxito y no al del fracaso. Para ello podemos retroceder a los experimentos que hizo con niños en el año 1999 y que están en la génesis de su teoría:
La doctora los separó en dos grupos, a los que recompensaba por su habilidad y por su esfuerzo, respectivamente. Tras la primera prueba, a todos ellos les iba proponiendo opciones de ejercicios de distinta dificultad tras haber aplicado ovaciones en torno a su capacidad innata o, por el contrario, en torno a su empeño por completarlo con éxito.
Pues bien, nueve de los diez niños que habían sido elogiados por sus esfuerzos eligieron la prueba más desafiante, mientras que solo tres de los diez niños elogiados anteriormente por sus habilidades eligieron la prueba desafiante. La razón por la que estos últimos niños eligieron una prueba similar es que temían fallar o hacerlo peor que la primera vez. Esto se debe a que la retroalimentación se basó en sus habilidades. No obtener buenos resultados los haría sentir como si no fueran inteligentes.
Como conclusión, tengamos cuidado: La alabanza gratuita es una especie de caramelo envenenado por el que minimizamos el papel del esfuerzo por mejorar y en cierto modo “endiosamos” al niño, haciéndolo cobarde a la hora de acometer acciones de mayor dificultad y que comporten un esfuerzo. Lo que nos interesa aplaudir y recompensar es el modo en que se enfrenta al proceso cuando lo hace con interés y esfuerzo.