(Foto: Freepik)
Los niños son como pizarras en blanco: todavía no tienen criterio debido a su falta de conocimiento y experiencia. Por eso se fían de sus padres, aceptando lo que dicen como si fueran dogmas irrefutables. Esto les convierte en seres susceptibles a la influencia, pero también muy vulnerables a las impresiones fuertes cuando tratan de entender lo que oyen al presenciar una conversación adulta. De esta, entenderán apenas la mitad.
Aun así, tratarán de interpretarla dentro de su reducida comprensión. Y de esta lectura limitada podrían llegar a conclusiones erróneas, generándose consecuencias no deseadas. En algunos casos, oír hablar a los padres podría incluso llevarlos a estados de miedo y ansiedad. En consecuencia, existen algunos temas de conversación a evitar delante de los niños. Toma nota de lo que no debes hablar y por qué.
Cada generación de padres tiene sus propias “deformaciones” o defectos, a menudo en relación con compensar las carencias o excesos de la generación anterior. En este sentido, los padres de hoy buscan una educación más “suave” y horizontal en la que se huye de las “dictaduras”. Por el contrario, se fomenta la comunicación familiar, dejando opinar a los hijos.
Esto, unido al deseo de pasar más tiempo de calidad con ellos, es positivo, en general. Aunque también puede llevar a errores como el de un exceso de permisividad, falta de establecimiento de límites e incluso a una confusión de roles por la que el hijo no es hijo, sino “amigo”. Y, como tal, se le cuenta y comparte todo. O, simplemente, no se le oculta nada.
Sin embargo, los niños no están preparados para participar en las conversaciones adultas. Ni siquiera para escucharlas desde lejos y “poniendo antena” como a menudo hacen. De hecho, no sólo son como esponjas y altavoces de repetición fuera de casa, sino que son especialmente sensibles a captar en sus padres temas confidenciales o espinosos de los que no deberían oír hablar.
Sin entrar en detalles, hablar sin restricciones de cualquier cosa en presencia de los hijos podría tener efectos no deseados y muy nocivos como los siguientes:
Además de por estética (hablar de dinero es poco elegante y si tú lo haces, ellos lo harán después), hay varias razones. La primera es la discreción, sabiendo que lo podrán replicar a terceras personas. Al margen de ello, es especialmente importante no hablar de dinero en términos de dificultades y agonías económicas. Ni, por supuesto, mencionar de la falta de empleo de cualquiera de los progenitores.
Si nos escuchan, les transmitiremos no sólo una ansiedad innecesaria, sino un sentimiento permanente de inseguridad, miseria y pobreza. Este irá acompañado, además, de la culpabilidad por los gastos que ellos mismos generan a sus padres y a la familia. Por el contrario, a los niños hay que transmitirles sensación de seguridad y la idea de que sus padres se harán cargo de todo y no les va a faltar de nada.
Evitarlo es fundamental. De otro modo, les estaremos sugestionando negativamente contra estas personas. Por otro lado, si los niños han tenido hasta el momento un afecto positivo hacia ellas, les va a generar una gran confusión que necesitarán resolver de alguna manera: a veces contándoselo a estas mismas personas. Otra razón para no hablar mal de nadie es no darles ejemplo y que no lo normalicen como un hábito a seguir.
Censurar a los demás, sobre todo a los amigos de los niños y sus familias, a los profesores o a familiares cercanos nunca traerá nada bueno. Por descontado que jamás se debe malmeter contra alguien de la familia (y muy especialmente contra el otro progenitor, aunque se esté divorciado), tratando de llevar al niño a nuestro terreno y en contra del otro. En este caso, la confusión podría derivar en una patología relacional conocida como “triángulo perverso”, por la que se establecen patrones de conflicto muy dañinos a nivel psicológico.
Cuando hablemos con nuestros hijos o delante de ellos, entre las críticas más negativas que debemos evitar a toda costa estarán las centradas en aspectos físicos, corporales, ideológicos o raciales. Nadie nace racista, ni con gordofobia o ideologías radicales y agresivas. Todos estos atributos se adquieren culturalmente del entorno, y la familia es el primer modelo que los niños tienen y con el que aprenden a pensar y a comportarse.
Así, hacer comentarios ofensivos respecto a la apariencia, el cuerpo o la raza, les puede convertir en futuros adultos con prejuicios y con un sentido de la vida muy alejado de la realidad actual y que poco les podrá ayudar. Por otro lado, y especialmente a las niñas, el oír comentarios despectivos respecto al físico, les generará una preocupación excesiva por mantener una imagen delgada, a veces inalcanzable, suponiendo un riesgo de adquirir algún tipo de trastorno de la alimentación.
A casi todo el mundo le gusta un poco el cotilleo, y que tire la primera piedra el que no haya chismorreado de otro alguna vez, si quiera de forma pasiva y escuchando. Si no fuera así, los famosos no coparían todas las portadas de las revistas ni tendrían miles de followers en redes sociales. Siendo esta una tendencia bastante natural en las personas, hay que controlarla y no convertirla en deporte. Sobre todo, en presencia de los niños, que replicarán este comportamiento.
Además, evitar esta costumbre es necesario porque es una dinámica tóxica pensada para generar una mala imagen del otro, así como para difundir rumores. Esto significa que, además de aprender un modelo tóxico, los niños podrían generarse una idea equivocada de la persona de la que estemos hablando, e incluso irse de la lengua después y contar lo que han escuchado, poniéndonos en evidencia.
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