Entramos en la recta definitiva hacia el fin de curso. Ya han comenzado en algunas comunidades la EvAU, la prueba de acceso a la universidad actual,y en muchas familias se viven momentos estresantes con la preparación de los exámenes. Es un momento importante para ellos, y como padres les podemos ayudar, aunque siempre sabiendo que el examen lo van a hacer ellos y no nosotros. El grado de involucración parental variará mucho en cada familia y va a depender tanto de la demanda de ayuda del niño como del propio carácter de los progenitores.
Ver cómo los niños crecen y van adquiriendo responsabilidad suele producir sentimientos agridulces en los padres. Por un lado, nos gusta ver cómo nuestros hijos evolucionan y van adquiriendo autonomía. Por otro, también significa que vamos perdiendo al niño pequeño que fue, a favor de un adulto en ciernes. El tiempo vuela, y tanto el sistema educativo como la propia competitividad de la vida comienzan a exigir a los niños un rendimiento óptimo desde edades tempranas.
¿Cuándo empiezan a importar las notas? Aunque en los primeros años los resultados académicos no tienen consecuencias, a partir de que entren en el bachillerato (es decir, entre los 16 y los 18 años), sus notas sí van a importar. De hecho, van a condicionar la elección de su carrera universitaria. En cualquier caso, en los años previos a esto, los niños ya deben ir aprendiendo a estudiar para ser capaces de dar la talla después y evitar el fracaso escolar.
Es precisamente en este corte, en el del salto al bachiller, cuando las familias deben plantearse la conveniencia de seguir en el colegio de siempre o de cambiar de centro. Aunque algunos padres hayan apostado desde el principio por afamados colegios de prestigio, habitualmente más duros, si el niño no está funcionando bien en ese centro, harían bien en considerar otras opciones. Mantener a un niño que no es buen estudiante en un ambiente de gran exigencia podría afectarle muy negativamente en dos sentidos:
Como padres debemos ser realistas y saber que la nota importa, transmitiéndoles a los niños la importancia de esforzarse para tratar de obtener mejores resultados y tener opciones. Esto, que parece una obviedad, es algo sobre lo que los padres a veces no reflexionamos lo suficiente, ya que va a tener consecuencias en la futura vida adulta del niño. El peso específico del bachiller será del 60 por ciento y el restante 40 por ciento vendrá determinado por las notas de la EvAU (lo que antes se llamaba la selectividad).
En época de exámenes, lo adecuado será ejercer un apoyo activo sin agobiar al hijo. Deberemos estar ahí para lo que nos necesite. Y esas necesidades cambiarán según el niño: unos harán los exámenes sin que nos enteremos, mientras que en otras casas parecerá que toda la familia se atrinchera entre las paredes del hogar, entrando en un tipo de crisis o emergencia. Lo importante será que sienta que estamos ahí para facilitarle las cosas y darle soporte emocional y logístico.
Si los resultados académicos son habitualmente favorables, dejemos que sea el niño quien determine lo que necesita de nosotros. A veces sólo necesitará que le despertemos por la mañana y le demos conversación mientras come. Pero si es un poco “desastre”, en el sentido de no organizarse bien, podría necesitar ayuda adicional por nuestra parte. Por ejemplo, con una gestión de agenda, facilitándole algunas aplicaciones para estudiar o, incluso, entrenándolo en técnicas de estudio.
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