Vivimos en sociedad y eso significa que estamos obligados a ciertos compromisos con el resto de nuestros congéneres, por menos que nos apetezca y por más introvertidos que seamos. Que nos lo cuenten ahora, en vísperas de un montón de celebraciones navideñas en las que nos veremos frente a frente con todo tipo de “cuñados”.
Parte de la vida incluye tener que interactuar a menudo con personas que “nos gustan regular”. Y, por supuesto, tener que tratar con gente que nos cae mal de vez en cuando. Como es lógico, con cuanta más gente quedemos, más probabilidades tendremos de coincidir con esa persona que nos resulta indeseable por las razones que sea.
Seguramente te haya pasado que alguien te genera rechazo sin ninguna razón aparente. En realidad, objetivamente esa persona no tiene nada de malo. Pero notas que no; que no hay química, ni siquiera intentándolo, y que posiblemente, cuanto más lo intentas, peor.
En esos casos, no hay duda: entre vosotros se genera una mala energía. Esto no quiere decir exactamente que te caiga mal, porque tampoco tienes nada en su contra ni le deseas ningún mal, pero su mera presencia o cuando se da la ocasión de estar con ella a solas es incómodo para ti.
¿Por qué pasa esto? Cuando no hay evidencias ni nada explícito para que alguien nos disguste, seguramente se esté disparando en nosotros algún tipo de reacción inconsciente en respuesta a alguna señal de la otra persona. Estas oleadas de rechazo suelen ser hacerse ya evidentes en las primeras impresiones, pero se van acrecentando con el trato. Los responsables de esta “relación-desastre” serán la comunicación no verbal, la inteligencia emocional y la forma en que nuestra amígdala cerebral dispara respuestas.
Existe un principio básico de la comunicación que consiste en que “no es posible la no comunicación”. Esto quiere decir que, en nuestra interacción con otros, siempre vamos a emitir un mensaje, aunque estemos callados. Hablamos de la comunicación no verbal, aquella que todos lanzamos y que también se capta de forma inconsciente. Puede tratarse de una mirada, o, por el contrario, de evitar el contacto ocular; también podría ser la orientación corporal del otro, cómo se mueve o incluso su tono de voz.
Cada uno de sus gestos será interpretado dentro de la suma de un todo y, cuando nuestro interlocutor salga mal parado y nos caiga mal, será porque algo en él ha puesto en alerta nuestro cerebro más primitivo. En concreto, a la amígdala, que es la que controla nuestra parte más emocional y es el epicentro de nuestro instinto de supervivencia.
Cuando no haya más remedio que tratar con esa persona (ya sea no-amigo, archienemigo o familiar chirriante en las celebraciones navideñas), lo mejor que podemos hacer es tratar de ser cordiales. Sin exageraciones ni excesivas hipocresías. Estos son algunos consejos para tratar con alguien que te cae mal en las próximas reuniones de Navidad:
También puede ser, por supuesto. Y lo mejor en estos casos es no forzar las cosas. Pero no nos engañemos: lo de caer mal siempre nos va a escocer a todos un poco. Es así debido a la ansiedad de evaluación y al miedo al rechazo que, en casos exagerados, intenta compensarse con una necesidad de aprobación constante.
Por eso mismo, en lugar de tener la piel tan fina, recuerda que es algo que puede pasar. Como adultos, debemos saber que es imposible caerle bien a todo el mundo, del mismo modo que a nosotros tampoco nos caerá todo el mundo bien.
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