Bien es sabido por todos nosotros que cada uno tenemos nuestro «genio», el cual dejamos salir dependiendo de las circunstancias de cada momento… A mí me gusta llamarlo mi «mono interior», ese que se nos revoluciona ante circunstancias cotidianas y saca nuestros instintos más primarios, el animal que llevamos dentro y el cual nos controla momentáneamente, haciendo en esa situación un verdadero «simio» de nosotros.
Da igual la educación que hayamos recibido, las carreras que hayamos cursado, los masters, los idiomas, el estatus social, nuestro puesto laboral o cuanto hayamos leído o viajado… el «mono» nos controla a nosotros, haciéndonos tener salidas de tono que no solo perjudican nuestra «imagen» ante los demás, sino que dañan nuestro interior, haciéndonos sentir culpables y con mal sabor de boca de muchas reacciones que hemos tenido fuera de lugar en algún momento…
¿Cuántos de vosotros no ha sido controlado por su «mono» teniendo que recular más tarde y pedir perdón hasta la saciedad, no por no llevar razón, sino por haberlo hecho de malas maneras ? Esto en los «monos» mas evolucionados nos hace tener mala conciencia y «recular» ante semejante acto y ya en los «homo sapiens», en la parte más humana nuestra, hace que dicho sentimiento de culpa nos haga pedir perdón, rectificar y decir 20 veces «lo siento» a la persona afectada… tirando por tierra, a los ojos ajenos, el 80% de nuestras buenas acciones, frente al 20% de descontrol del «mono».
Creo firmemente que cada uno de nosotros debe sacar el látigo del auto adiestramiento y empezar a controlar cada vez más a nuestro «mono interior», tomando conciencia en el momento que empieza a descontrolarse… Yo llevo más de 12 años intentando adiestrar a mi gran «simio», el cual salía a diario, y después de un arduo trabajo y muchas horas de entrenamiento parece que solo tengo un «titi» que sale en pocas ocasiones al día… aunque sí es verdad que muy de vez en cuando el «simio» se me revoluciona y se convierte en King Kong.
Y ¿ cómo lo haces ?… Bien, os voy a contar los pasos que sigo para el adiestramiento:
Cuando he terminado de adiestrar en cada situación a mi «mono», en vez de sentirme mal conmigo misma y enfadada, con remordimientos y teniendo que invertir mucho más tiempo y energía disculpándome, tengo la satisfacción interna de haber hecho las cosas bien y en el momento adecuado, evitándome dañarme a mi misma, a mi autoestima y a mi imagen exterior con un sin fin de «lo siento» que ya no llevan a ninguna parte, más que a humillarte ti misma tirando por tierra tus razones.
Permitirme que os cuente una anécdota: Iba un día en el coche por el Paseo de la Castellana de Madrid con el hijo de una amiga que contaba 6-7 años; llevaba la ventanilla abierta, pues era primavera e íbamos jugando a algo distraídos. Paramos en un semáforo y a mi lado paró un Mercedes de alta gama con dos «señores» que, al intuir que yo iba sola, pues no debieron ver al niño, me dijeron varios «piropos» fuera de tono y lugar, intentando hacerse los graciosos…
Mi «mono» se revolucionó hasta tal punto que me hubiese encantado salir del coche en esos momentos, haberles sacado de la pechera y sin mediar palabra propinarles un buen par de hostias (permitirme la licencia)… ya no porque a mi me sentase mal, pues he de decir que, por desgracia, hay muchos «señores» carentes de clase y saber hacer que creen que así te hacen sentir bien… sino porque el niño lo escuchó todo y aunque no se enteró bien de lo que decían, no sabía bien si esos señores me conocían, eran mis amigos y por qué me decían esos «piropos».
El semáforo se abrió, arranqué con mi «mono» subido en el techo y me permití respirar profundo, contar hasta 20, la ocasión requería el doble de esfuerzo, mientras seguía jugando con el niño sin darle importancia al hecho ante sus ojos.
En el siguiente semáforo se volvieron a parar a mi lado y no dejé pasar la ocasión de sonreírles y hacer el ademán de hablar con ellos, en ese momento sus caras de «hemos ligado» fue tan evidente que daban hasta lastima…
En ese momento, el niño asomo la cabeza, se puso de pie y muy mono les dijo: «¡Adiós señores!» haciendo un gesto de saludo con la manita… Si lo llego a ensayar, no me sale mejor, eso sí me sentí mejor que nunca y espero que a ellos se les hayan quitado las ganas de volver a decir un «piropo» semejante a una mujer…
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