Jardínes botánicos que visitar antes de morir

El lujo de la diversidad de la naturaleza condensada en unas cuantas hectáreas.

Los jardines botánicos son obras de arte en sí mismos y un oasis para quienes viven en grandes ciudades. Es por ello que la administración pública, universidades y particulares realizan una cruzada continua por levantar fotos para su manutención y la ampliación de sus colecciones. Estudiar especies de plantas nativas, exóticas, tropicales y en peligro de extinción, así como divulgación y enseñanza son sus objetivos.

Cuentan con parques, espacios temáticos como rosaledas, lagunas artificiales e invernaderos. Hoy, muchos de ellos han sido declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO y son visitados por millares de personas. Hoy, escogemos para vuestro deleite, tres jardines emblemáticos en rincones opuestos del mundo.

Sólo existe flora nativa en Kirstenbosch. Fotografía de Delyth Angharad.

Kirstenbosch (Cape Town, Sudáfrica)
16 hectáreas dedicadas exclusivamente a la conservación de especies nativas a los pies de Table Mountain. El parque que más fascinación ejerce hoy en día, fue fundado en 1913. Lo rodean otras 214 hectáreas conocidas como el Reino Floral del Cabo (fynbos), declarada por la Unesco en 2004 como Patrimonio de la Humanidad.

La protea rey es una de las más comercializadas hoy en día. Fotografía de Flickr.com

En la familia de las proteáceas existen más de 80 especies. Estas flores grotescas en tamaño y textura, significan cambio y la esperanza en la tradición local. La protea cynaroides, llamada comúnmente Protea rey, es una de las más conocidas y comercializadas. La strelitzia o ave del paraíso, es también oriunda de la zona. Entre sus variedades se encuentra una amarilla bautizada como el Oro de Mandela.

Jardines del Byōdō-in. Fotografía de Gregory Fisk Jr.

Byōdō-in (Kyoto, Japón)
El templo de Byōdō-in, jardines, laguna y puentes fueron construidos hace casi mil años en la ciudad de Uji, prefectura de Kyoto. Entonces el budismo pasaba por una época oscura y el regente Fujiwara no Yorimichi, mandó levantar una estatua de ciprés con láminas de oro en honor al Buda Amida Nyorai. El jardín cuenta con una colección exquisita de cerezos y pérgolas con enredaderas de la flor de la pluma.

La primavera en el jardín japonés. Fotografía de Muchan.

Considerado el cielo en la tierra, es uno de los lugares privilegiados para realizar el Hanami, la tradición de observar la belleza de las flores. En su larga historia, también hay tragedia. En 1180, Minamoto no Yorimasa cometió harakiri, siendo el primer suicidio de un samurai registrado.

Tulipnes frente a la casa de Claude Monet. Fotografía de Tony Tomlin

Giverny  (Normandía, Francia)
Claude Monet
, impresionista obseso por las flores, pasó más de 40 años en su casa de Giverny, hasta que murió en 1929. Su jardín fue una de sus obras de arte más acabadas y fuente continua de inspiración. La diez hectáreas alberga un estanque con nenúfares, llamado el Jardín del Agua, y lo cruza un puente de inspiración japonesa; plantas bambú y árboles como arces, ginkgos biloba, sauces llorones, cerezos y manzanos.

Otoño en el jardín de agua de Claude Monet. Fotografía de Walter Schaffer

El frente de su casa era el espacio exclusivo para las flores (Le Clos Normand). Tenía margaritas, peonías, variedad de amapolas, dalias, iris, agapantos, capuchinas (Nasturtiums), malvarrosas, rosas trepadoras. Giverny fue restaurado gracias al aporte de un filántropo americano cuyo nombre no fue dado a conocer. En la actualidad, recibe 500 mil visitantes. 

*Portada: Kirstenbosch en Cape Town, Sudáfrica. Fotógrafo: Jonathan Gill.

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