Viviendo peligrosamente en el País de las Maravillas
Si bien la coherencia no ha sido muchas veces virtud extendida en algunos políticos, proclamo mi desconcierto ante el absurdo de algunos profesionales o no de este oficio tan ultrajado que es la política.
Los niños juegan con las palabras y confieren a cada una de ellas el significado que desean. Es el poder de la voluntad y de la palabra. Piensen que hubiera políticos que desdeñasen el uso comúnmente establecido de esas palabras y que, conscientemente o no, alterasen el destino semántico con el que son reconocidas por todos los ciudadanos.
Humpty Dumpty lo expresa así en Alicia a través del espejo: «Cuando yo uso una palabra -insistió Humpty Dumpty con un tono más bien desdeñoso-, quiere decir lo que yo quiero que diga …, ni más ni menos». Uno de los fenómenos más perturbadores, a fuerza de patológicos, que se acostumbra a ver en los momentos recientes es cómo algunos políticos profanan el lenguaje y son capaces de decir lo mismo y lo contrario, con el uso de las mismas palabras, sin rubor ni pudor.
La peligrosa capacidad de decir lo mismo y lo contrario con una sola palabra
Si bien la coherencia no ha sido muchas veces virtud extendida en algunos políticos, proclamo mi desconcierto ante el absurdo de algunos profesionales o no de este oficio tan ultrajado que es la política, cuando un mismo día defienden por la mañana la tesis y por la tarde la contratésis, por la mañana el sentido y por la tarde el sinsentido, por la mañana sí y por la tarde no, por la mañana seguro y por la tarde probablemente.
No tengo dudas de que para una niña como Alicia es un juego básico, asequible para quien contempla el bies de la realidad con la inocencia del absurdo. Nada es extraordinario para Alicia y, en cambio, desde la razón devastada por estos nuevos tiempos, acabamos concluyendo que o quien ejerce así la política es un niño o un desaprensivo. O bien, y por la parte que nos toca es más preocupante, nos hemos colocado contra nuestro deseo al otro lado del espejo, y solo somos espectadores de una obra que ya no nos pertenece. El uso inapropiado de la palabra dada y la mutación del pensamiento a demanda de lo que piensan los demás son tragedias que llevan al totalitarismo o al relativismo, tal como se representa en la conversación que mantienen Alicia y la Oruga:
Lewis Carroll se adentró en la dualidad de los significados
– ¿Quién eres tú? -dijo la Oruga.
No era una forma demasiado alentadora de empezar una conversación. Alicia contestó un poco intimidada:
-Yo … yo … Apenas sé, señora, lo que soy en este momento … Sí sé quién era al levantarme esta mañana, pero creo que he cambiado varias veces desde entonces.
-¿Qué quieres decir con eso?- preguntó la Oruga con severidad-. ¡A ver si primero te entiendes a ti misma!
-Temo que no puedo aclarar nada conmigo misma, señora -dijo Alicia-, porque yo no soy yo misma, ya lo ve.
-Yo no veo nada -protestó la Oruga.
Políticos-oruga. El principio corruptor del «yo no soy yo». Si el pensamiento es endeble y desmiente cualquier opción de congruencia lógica, se pierde el sentido de la identidad. ¡Y bien que hay muchos que o lo han perdido o no lo han tenido nunca! Pero, ¿vale seguir contemplando el mundo desde la racionalidad tradicional o hemos de reconocer que hemos de apurar el tarro en el que se lee BÉBEME, y crecer para creer en un mundo cuajado de irrealidad y contradicción?
Los políticos-oruga viven en la lógica de sus paradojas, no les produce ningún escarnio intelectual, porque, al fin y al cabo, la extravagancia no es más que una vía para envolver voluntades y alcanzar el poder. El poder absoluto. Si son capaces de defender impúdicamente el factual y el contrafactual, el alfa y el omega, la paz y la guerra, el orgullo y el prejuicio, a Dios y al Diablo a discreción, concluyan ustedes de lo que serían capaces de hacer si detentaran el poder.
En el mundo de la política también somos testigos del doble significado de la palabras y los actos
La principal virtud de Alicia en la obra es que da coherencia y lógica a todo un mundo de costumbres ilógicas. Convierte lo irracional en racional, hasta el punto de que el lector acaba entendiendo que la irrealidad es pura convención. Pero, llegado a este punto, ¿hay alguien allí fuera que, como Alicia, dé verosimilitud a cuanto acontece y que nos despierte de este sueño de desconcierto en el País de las Investiduras?
Hasta Alicia necesita un apoyo en su mundo de irrealidad, y que mejor apoyo que el Gato, un personaje que aparece y desaparece a conveniencia. Los políticos-gato. Y en una conversación con el Gato sucumbe a cierto pesimismo de realidad: «Me parece que no juegan ni un poco limpio -empezó Alicia en tono quejumbroso-, y se pelean de un modo tan terrible que no hay quien se entienda, y no parece que haya ninguna regla … Y, si las hay, nadie hace caso de ellas … Y no puedes imaginar qué lío es el que las cosas estén vivas». Así son las cosas, en el País de las Maravillas y en la actualidad.