El regalo más grande de Nueva York: la mansión de Cartier

En Navidad la mansión Cartier se viste de lujo, disfrazándose del más maravilloso de los regalos: un edificio histórico con un pasado apasionante.

Los edificios cuentan historias, sirven como referente de la idiosincrasia de una época y de su contexto, y no se pueden desarraigar del hilo histórico en el que nacieron, o al menos, no deberían hacerlo. Ello no implica, obvio, que no puedan adaptarse a las necesidades de la vida actual, ni recomponer sus partes más significativas, aquellas que el inmisericorde paso del tiempo ha deteriorado, para de esta forma, seguir mirando con orgullo a su pasado y con estilo a un incierto futuro.

Cada Navidad el edificio Cartier de Nueva York se ilumina con unas cintas rojas colocadas en posición vertical y horizontal, a modo de envoltorio de regalo

Llega la Navidad, y como el resto del orbe, Nueva York se prepara para deslumbrar lo máximo posible a sus ciudadanos y a los turistas que la disfrutan, devorando con ansia y fervor cada esquina de la mítica ciudad. Un año más, Cartier ha hecho posible que muchas de estas personas puedan inmortalizar una singular y fantástica imagen, una instantánea que enmarca un enorme regalo, nada más y nada menos que un histórico edificio: La Mansión Cartier.  Debido a ello, estos días se cuentan por miles las imágenes de Instagram cuyo fondo es el fantástico inmueble.

 

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La mansión Cartier de Nueva York se convierte en un regalo

El edificio, situado en el número 653 de la Quinta Avenida, luce por navidades un enorme lazo rojo, un lazo cuyo punto culminante se ubica en la esquina de la cuarta planta, donde convergen dos tiras enormes del mismo color, una en horizontal y otra en vertical, que simulan «empaquetar» el edificio entero. Para los románticos debe ser el mayor regalo que se le puede hacer a una ciudad, además de ser una imagen difícilmente mejorable en las fechas que nos rodean (salvando las que nos hacemos con familiares y amigos, claro).

El edifico Cartier de Nueva York se sitúa en el número 653 de la Quinta Avenida, un lugar emblemático y privilegiado

Pero el inmueble no nació con el emblema de la conocidísima marca de origen francés, sino que fue construido en 1905 para un magnate del ferrocarril llamado Morton F. Plant, hijo del también magnate, Henry Plant, con el que llevaba una relación no muy amigable, dado que en el testamento de éste la mayor parte de su fortuna se la legaba a su nieto. Afortunadamente para nuestra historia, la mujer del fallecido y el señor Morton impugnaron con éxito el testamento, y éste consiguió heredar la enorme fortuna. No digo afortunadamente porque me unan «lazos» afectivos con los descendientes de este señor, lo digo porque sin esa herencia no habría existido la actual mansión Cartier.

El edifico Cartier fue construido por el magnate del ferrocarril Morton F. Plant, gracias a la millonaria herencia de su padre Henry Plant

Una lujosa vivienda de estilo neorrenacentista

El magnate, para gastar un poquito su herencia, encargó al arquitecto Robert W. Gibson la ejecución de la vivienda. Este lo hizo empleando sus notables conocimientos en arquitectura neorrenacentista, un estilo con el que los poderosos de la época querían inmortalizar su presencia en el mundo. El señor Gibson usó sus artes para crear un edificio de seis plantas de altura, con esquinas que simulan columnas de enorme porte, ventanas simétricas con columnas jónicas a los lados, balcones de hierro forjado y un muy impresionante frontón triangular. Para mí que el efecto buscado fue conseguido.

 

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Pero lo más importante que hizo en su vida el señor Morton (para nuestra historia) fue casarse con doña Mae Caldwell Manwaring, quién se mudó a la vivienda de Plant en 1914, tres años antes que ésta pasara a manos de Cartier. Además, fue ella quien hizo posible esta transacción. En este punto hay que añadir un detalle más, Plant, como otros magnates de la época, detestaba la incursión de las ruidosas tiendas comerciales en la Quinta Avenida, y es, en parte, el motivo por el que construyó su mansión allí, para impedir el avance de escaparates (lo sabemos, perdió).

La intención del señor Plant era construir una vivienda de estilo neorrenacentista en un lugar emblemático de la ciudad y evitar la invasión de espacios comerciales en la Quinta Avenida

Un lujoso collar a cambio del espectacular edificio

En 1909, queriendo conquistar el mercado americano, llegó a Nueva York el nieto de Louis-François Cartier, Pierre Cartier, que instaló su famosísima joyería en el número 712 de la Quinta Avenida. Allí fue donde la señora Plant se enamoró perdidamente de un collar de perlas, una doble cadena de perlas naturales del Mar del Sur, con 55 y 73 piezas cada cadena, cuyo coste ascendía a un millón de dólares (de la época). Un collar que era toda una oda a la exuberancia, y que ella luciría con descaro para el retrato de Alphonse Junger, reinterpretado por la artista Claudia Munro Kerr.

Mae Caldwell Manwaring, mujer de Plant, se enamoró de un exclusivo collar de Cartier, que finalmente consiguió tras cambiar esa joya por la cesión comercial del edifico

Pero si Mae se enamoró del collar, no menor fue el amor que sintió Pierre al conocer la elegante Mansión de Plant. Así, como hacen las personas civilizadas, se sentaron los tres y llegaron a un inesperado acuerdo: Cartier entregaría a Morton el doble collar de perlas y 100 dólares, y éste a cambio le cedería la mansión. Este es posiblemente el mejor regalo que se le podía hacer al joyero, un regalo que ha cumplido este año 103 primaveras en poder de la empresa, siendo estandarte mundial e icono indiscutible de la Quinta Avenida. Sin embargo, el collar terminaría años más tarde vendiéndose por la (¿irrisoria?) cantidad de 181.000 dólares… (sin palabras).

En 2014 la mansión Cartier fue reformada por los estudios de arquitectura Beyer Blinder Belle y Thierry W. Despont

Una reforma para adaptar el edificio al siglo XXI

En el año 2014 el inmueble se sometió a una restauración/reforma de gran calado, en la que intervinieron los estudios de arquitectura Beyer Blinder Belle (restauración) y Thierry W. Despont (diseño de interiores). El trabajo duró dos años y medio y consistió en restaurar la maravillosa piedra caliza del exterior y rediseñar el escaparate, rescatando para ello un diseño de 1917 del arquitecto William Welles Bosworth, que no llegó a ejecutarse. Ampliaron el espacio abierto al público al trasladar las oficinas al piso superior y rediseñaron los interiores para adaptarlos a las comodidades propias del siglo XXI, pero con el espíritu del siglo XX. Además, unieron las cuatro plantas comerciales mediante una nueva e impresionante escalera.

La mansión de Cartier posee un total de 4.500 m2 repartidos en oficinas, salones y zonas de exposición de joyas

Para ejecutar las obras se retiraron los paneles de caoba, haciendo una trazabilidad de los elementos para ubicarlos, sanos y salvos en su posición original. Los 4.500 metros cuadrados del edificio se renovaron con modernas instalaciones, integradas de forma que interactúan lo menos posible con la imagen histórica del inmueble. El trabajo fue impecable. Se diseñaron 35 muebles únicos para la mansión, se hicieron 30 candelabros a partir de los originales, se instalaron 101 cortinas hechas a medida y se colocaron telas y pieles para las paredes y los muebles.

 

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Una publicación compartida de Jenna Andrews (@jennaeandrews) el 30 Nov, 2019 a las 8:14 PST

Si estás en Nueva York estas navidades, o piensas visitar la Gran Manzana, no dejes de acercarte a la tienda de Cartier, al menos para ver su fantástica fachada neorrenacentista «enlazada» y sacar alguna que otra foto para subirla a Instagram. Es muy fácil llegar, está en la misma manzana que la Olympic Tower, y al lado de la manzana de la Catedral de San Patricio. Sube tu foto a las redes sociales… y ya de paso… ¡Nos etiquetas!

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