El regreso de Parchís

España es país de parches, de pactos a pachas, y de perchas. Pero sobre todo es país de parchís, ya que nuestra política se asemeja mucho a una partida de este tradicional juego de mesa.

Mario Garcés. 03/07/2019

No hay mayor y mejor país que el de la infancia, una isla de recuerdos y nostalgias en mi bemol mayor que evocan lo que fuimos y dejamos de ser. En esa bruma inconsciente que abriga nuestros más ternes temores y nuestras más frágiles promesas, habitan seres extraños, un bestiario de figuras y personajes que el NODO enterró entre cartas de ajuste y ajustes de cuentas. Bonanza, el cartero de «Crónicas de un Pueblo», el Señor Chinarro, Kiko Ledgard, Torrebruno, Calimero, Orzowei, Antonio Garisa, Mary Santpere, el señor Nilsson y Emilio el Moro. Aunque mucho me temo que entre tanta personalidad inanimada y animada, entre tanto cassette de estación de servicio en carretera secundaria antes de que existiese Spotify, hay leyendas. Entre esas leyendas imposibles, malamente según Rosalía, están los grupos infantiles antes de que llegase Xuxa a perturbar la educación sentimental y sexual de toda una generación de EGB. Y entre todos ellos, Parchís.

Bajo la morriña de calor sulfúrico de un Madrid letraherido por la canícula de un julio abrasador, acerté a ver en televisión una entrevista a tres antiguos integrantes del grupo. Para los millennials, Generación Fortnite o fans de Mangel, la banda no podría interpretar ahora un primer estribillo sin que les cayera todo el producto de una memorable tomatina. Lamentablemente, nunca pude con ellos, con ese almibarado baile de la ficha roja atusándose el flequillo, con la melena pelirroja de los más pequeños, a los que parecía que les acabasen de rociar con talco las nalgas, o con las dos mujeres que se desleían en el cableado de piernas de los tercos muchachos, mientras eran portada de las insípidas revistas púberes de la época.

Parchís fue un grupo musical infantil que triunfó en España y América Latina (Foto: @alejandrozradio Instagram)

Parchís, un grupo infantil de éxito que triunfó en todo el mundo

Y no fue por envidia, al menos no exactamente, porque, aunque no lo sepan tenemos algo en común: tanto Parchís como este chamuscado escritor compartieron sello discográfico, pues ambos grabamos para la mítica Belter. Corrían los buenos sesenta, como corría el aire antes del cambio climático, y los vinilos de Belter cobijaron a 33 revoluciones por minuto a los 3 Sudamericanos, Salomé, Concha Velasco o Víctor Manuel. Ya en los setenta acogió a otros grupos como Burning o Los Burros, precedente inmediato de «El último de la fila».

Pero no fue sino con Parchís cuando el sello da un salto de cantidad, que no de calidad, que le permite llegar prácticamente a toda América Latina, y que, a su vez, permitió sostener el ya quejoso equilibro contable de la compañía. Fue en 1979 cuando grabamos un disco de folklore aragonés, «En recuerdo de unos Valles», para la misma marca de discos, cuyos derechos bien podrían ser adquiridos por el Gobierno para su uso adecuado como banda sonora de la exhumación de Franco. Cinco años después el sello cerró y con él, parte de la España del blanco y gris, de historias para no dormir, de las finales de Copa del Generalísimo, y de los pantanos abonados contra los empréstitos del Banco de España, cuando el Banco de España era Banco y de España. Ignoro si el disco fue rentable, pero no llevo en mis quijadas la responsabilidad del cierre de la empresa.

Eran tres en la entrevista, y, para los ruinosos en ripias y mojamas del pasado, me vino a la mente su color, como los protagonistas de «Reservoir Dogs» de Tarantino. Y como es verano de calimas y de oasis en flor de Madrid Central, al pronto recordé que uno era la ficha roja, ella la ficha amarilla y el barbudo, la ficha azul. Y como entreno y desenfreno el cerebro en artes de la real política, parecían los dos grandes partidos del país ante la ficha amarilla, la independencia. No preocuparía mucho este espejismo de irrealidad fruto de los estertores del fétido verano, si no fuera porque la política en España se ha acabado convirtiendo de un tiempo a esta parte en una partida de Parchís. Para la generación del vinilo y del botijo de plástico en años de verano en el pueblo, el Parchís era juego universal, de mesa camilla y de camilla de la abuela, de cubilete y dado de seis, cuando los trileros vivían por necesidad y no de la necesidad de los demás.

A pesar del paso de los años, al verlos en televisión de nuevo se pueden identificar cada uno de los integrantes con su color característico. Precisamente esos colores se pueden extrapolar a los partidos políticos (Foto: @nostalgia45 Instagram)

La política española se asemeja mucho a una partida de parchís

Por eso, el objetivo es llegar a la meta, ya sea comiéndote al oponente, construyendo puentes seguros o buscando refugio en casilla cierta. Así es, porque si tienes riesgos, aforamiento en casilla segura. Si no puedes consentir que un rival te supere, barrera al canto y que espere, que aquí no pacta ni el angelito de Machín. Y si te intentan superar por izquierda o por derecha, para evitar el sorpasso, te meriendas al rival y por la Ley d’Hont cuentas veinte diputados más, ya tengan que empezar nuevamente la partida o, en román paladino, se convoquen elecciones otra vez. Además, en las reglas del Parchís, si solo juegan dos jugadores, como en el bipartidismo, si tu rival abandona la partida, esta finaliza y se entiende que la gana el que resiste. En cambio, cuando hay más de dos jugadores, aunque se retire uno de ellos, la partida sigue con los jugadores en liza, y así hasta la victoria final o el pacto definitivo. Evasión o Victoria.

España es país de parches, de pactos a pachas, y de perchas. Pero sobre todo es país de Parchís. No en vano, la letra de su canción principal tiene más valor anticipatorio que una profecía de Nostradamus: «Si llegas al casillero, metes una y metes dos, metes/tres y a la/cuarta, ya serás el ganador, primero ha llegado el/rojo, y después/llegó el azul, el verde no tiene claro, y amarillo/tururu». Así debía ir tarareando alguno a Soto del Real.

La política actual de España se asemeja bastante a una partida de Parchís, donde los políticos tratan de avanzar, crear barreras y buscar casillas seguras para conseguir la victoria

Y aunque España es país de cuadrado de Parchís, también lo es de círculos, pues por algo se habla tanto de un tal Redondo. Como el círculo de tiza caucasiano de Bertolt Brecht. Acaso España no es más que un círculo donde el poder es ese niño de la obra del dramaturgo alemán. Un niño que es agarrado de cada brazo por su despiadada madre y por su cuidadora, la cocinera Grusha.

La custodia recaerá en la mujer que consiga sacar a la criatura de la esfera. A pesar de la victoria de la viuda/madre, el juez atribuye la custodia a la criada que no aspira a hacer daño al menor en la refriega por la defensa de este. En la guarida de los pactos a la solana, adviértase quién zahiere al poder como bestia de carga, y quien aspira a la buena custodia y administración del mismo. Y aunque todos parezcan iguales, créanme, no todos lo son.

*Foto principal: @lachitina Instagram

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