La pandemia y el regreso del mercader de Venecia
En momentos difíciles como el que estamos viviendo, habrá usureros que tratarán de sacar provecho de las necesidades de la población.
Desde el comienzo de la pandemia, algunas de las imágenes icónicas de la crisis han sido la Plaza de San Marcos okupada finalmente por las palomas sin competencia humana y los canales inundados de peces en aguas cristalinas. Al fin y al cabo, Venecia. Esa ciudad imposible, imperfecta en su perfección, imponderable e imprevisible.
La última vez que la visité hace cinco años fue para tener el orgullo de obtener para España un León de Oro. Aquella noche entre brumas y puentes hice escala en mi hotel con vistas a la belleza casi infinita. Pues bien, en estos días de confinamiento, en los que las imágenes de la ciudad se convierten en una invitación al Paraíso, cuando muchos autónomos y empresarios se afanan en conseguir un crédito para sostener su negocio, son tiempos para invocar a Shakespeare y El mercader de Venecia.
Venecia, una ciudad marcada por la historia
Por extraño que pueda resultar, el primer personaje de la obra es la propia ciudad, Venecia, una ciudad de más de cien mil habitantes, habida cuenta que en la época en la que transita la acción solo había cuatro ciudades que superasen esa barrera de población: Venecia, Milán, Nápoles y Constantinopla.
Venecia representaba la pujanza, el éxito comercial, la expresión de máxima potencia política y económica, en un mar Mediterráneo abierto y dinámico, que abrazó la conquista de América como un océano de posibilidades y de expansión. Venecia no había conocido realmente ni la época feudal ni el periodo comunal, pues había sido de siglos una República aristocrática, con un Dux elegido y asistido por organismos colegiales.
Una ciudad intolerable con los judíos
Sin embargo, esa misma Venecia que tendía relaciones con el Nuevo Mundo, vivía constreñida en una estructura social todavía próxima a la Edad Media. Porque si bien la prosperidad económica y el incremento del peculio familiar es signo de ostentación y reputación, no es menos cierto que no toda fortuna de la época era considerada del mismo nivel. Así, mientras Antonio, el rico mercader, goza de fama derivada de su condición indeleble de cristiano, Shylock, a pesar de su rango de hombre adinerado, padece el repudio y el desprestigio social derivado de su condición de judío. Venecia era una ciudad-estado que representaba la modernidad y el progreso, una ciudad liberal pero profundamente intolerante contra los judíos.
De hecho, por imperativo legal, los judíos venían obligados a vivir en la zona amurallada de la cuidad o Guetto, otra forma de confinamiento, y cuando atardecía, la puerta de la ciudad amurallada se cerraba a cal y canto custodiada por los cristianos. Durante el día, si salían del Guetto tenían que utilizar sombrero rojo como seña de identidad, y tenían prohibido atesorar patrimonios y propiedades, por lo que se dedicaban a la usura. Maldita actualidad.
Basanio y Antonio, los protagonistas de El mercader de Venecia
Enfrentados los dos personajes principales, a la manera shakesperiana, los dos estereotipos que representan dos concepciones diametralmente diferentes de la sociedad veneciana de la época, y sin redención moral inicial, es necesario que exista un personaje-puente que haga suscitar el conflicto. Ese personaje es Basanio. Hombre impetuoso, audaz, impulsivo y correoso, pero de virtud escasa en el arte de atesorar bienes y dinero, precisa del apoyo de su buen amigo Antonio.
“Bien sabes de qué manera he malbaratado mi hacienda en alardes de lujo no proporcionados a mis escasas fuerzas. No me lamento de la pérdida de esas comodidades. Mi empeño es solo salir con honra de los compromisos en que me ha puesto mi vida. Tú, Antonio, eres mi principal acreedor en dineros y en amistad, y pues que tan de veras nos queremos, voy a decirte mi plan para librarme mis deudas”. La causa de la necesidad pecuniaria de Basanio reside, como no podía ser de otra manera, en una causa de amor.
Una deuda que pagar
Llegado el momento, Antonio pierde toda su fortuna allende los mares, pues todos sus barcos que se hallaban en México, Trípoli, Berbería, India, Inglaterra y Lisboa naufragan. Sin piedad, el judío prestamista clama el cumplimiento del contrato convenido, pues había vencido también la fecha de cumplimiento del pagaré.
“Y aunque a Antonio le quedare algún dinero para pagar al judío, de seguro que este no lo recibiría. No parece ser humano; nunca he visto a nadie tan ansioso de destruir y aniquilar a su prójimo. Día y noche pide justicia al Dux, amenazando, si no se le hace justicia, con invocar las libertades del Estado. En vano han querido persuadirle los mercaderes más ricos, y el mismo Dux y los Patricios. Todo en balde. Él persiste en su demanda, y reclama confiscación, justicia y el cumplimiento del engañoso trato”.
Un tiempo difícil en el que las necesidades y la usura han vuelto
No haré un spoiler retrospectivo en estos momentos en que la humanidad confinada ha vuelto a Shakespeare. Esta afirmación es un vulgar espejismo en la era de la consola. Pero, en cambio, cierto es que habrá prestadores de fortuna que aprovechen las necesidades de la nueva normalidad, como si pasar estrecheces fuera algo nuevo. Y la usura, en sus diferentes manifestaciones, volverá.
En estas tristes horas en las que, según la versión oficial, no hay Plan B ni salida en V, habrá que ser valiente y volver al compromiso de siempre. El compromiso que nos hizo libres y prósperos. El que no se impone sino que se repone en etapas críticas. Es la hora de los mercaderes, los de verdad, los que hicieron de este país un ejemplo en el mundo. Cuando se antepone lo público a lo privado, recuérdese siempre, que no hay nada público sin una suma de esfuerzos privados. Son autónomos. Son pequeñas y medianas empresas. Que nadie las olvide.