Lo mejor que puedes hacer o decir a un niño cuando está teniendo una rabieta
En las rabietas los niños pierden el control y necesitan la ayuda adulta.
Unos más que otros, casi todos los adultos hemos vivido o presenciado las temidas pataletas infantiles. Estas no son sino un ataque de frustración infantil que los pequeños no saben gestionar. Con el agravante de que los padres tampoco sabemos muy bien cómo reaccionar ante ellas y no hacemos sino empeorar las cosas. Toma nota de lo que es una rabieta en un niño o niña, por qué se producen y qué puedes hacer para mejorar esta situación de crisis infantil tan habitual.
¿Es normal que los niños se enfaden? La respuesta es sí. De hecho, debemos saber que todos los niños se enfadan, y a veces, mucho. Y lo hacen porque todavía no cuentan con los recursos necesarios para hacer frente a una frustración surgida ante situaciones que les confunden y no coinciden con sus expectativas.
Debemos aprender a intervenir si el niño sufre una rabieta
Como resultado, todos lo hemos visto alguna vez: desde tirarse al suelo y patalear (de ahí lo de pataleta), hasta ponerse a chillar, insultar, salir corriendo para escaparse, además de tirar o romper objetos, o incluso pegar. La incidencia de estos episodios será mayor en niños con algún trastorno del desarrollo, como el TDAH o el TEA.
Las variantes conductuales de las rabietas son múltiples, pero cuando se dan en su grado más agresivo, el niño puede resultar una amenaza tanto para sí mismo como para su entorno. Y todo amén del berrinche que se lleva el niño. Por ello, los adultos necesitamos aprender a intervenir, ayudando al pequeño a resolver esa situación tan difícil para él, huyendo del camino fácil empleando la reprobación o el castigo rápido.
¿Qué son las rabietas y por qué son tan frecuentes en niños?
Las rabietas, también conocidas como pataletas, son episodios aislados en los que el niño presenta una explosión de ira como consecuencia de alguna situación que le frustra. Debemos entenderlas como la manera que tiene él de comunicar el dolor que está sintiendo en ese momento, con independencia de lo que lo haya causado. En suma: es su forma de decirnos que está sufriendo pero que no sabe qué hacer a continuación. Al margen del sentimiento del pobre niño, el origen de los eventos que han podido generar esta situación pueden ser varios:
- Unas veces tendrán lugar por frustraciones materiales; por ejemplo, cuando quieran algo y no lo consigan.
- Otras, sucederán como reacción a contratiempos sociales con otros niños. Por ejemplo: perder en alguna competición deportiva o juego de mesa, no ser elegido para un equipo o actividad, ser reprendido dentro de su grupo de amigos, o incluso cuando toque irse a casa y dejar de jugar con los amigos.
- En muchas ocasiones la situación se resumirá, simplemente, en que el niño no ha logrado salirse con la suya por cualquier razón.
¿Cómo reacciona un niño a una rabieta?
Sea como fuere, como consecuencia de ello, nuestro hijo podrá reaccionar mal o muy mal:
- Con violencia y agresividad hacia los objetos y personas de su entorno: insultando, pegando o lanzando cosas para romperlas.
- A veces esta agresividad podrá dirigirla hacia sí mismo y terminar por hacerse daño.
- Otras veces la rabieta no llegará a materializarse externamente, y en su lugar el niño se quedará bloqueado, siendo incluso incapaz de reaccionar. En estos casos será previsible que se quede callado y no responda a las preguntas. O incluso no será raro verlo apartarse para irse a apretar los dientes él solo a un rincón, cruzándose de brazos y aguantándose toda la rabia acumulada que no quiere o puede expresar.
Cuándo y cómo intervenir
Hay rabietas y rabietas, y en algunas ocasiones es mejor no hacer nada, más allá de mantener el ojo avizor por si la cosa empeora. Esta actitud será la adecuada cuando notemos que el niño tiene un simple enfado por el que nos deje de hablar un rato, pero sabemos que luego se le pasa. Si le andamos contemplando o preguntándole qué le pasa, en estos casos es posible que la cosa vaya a más; porque sin quererlo, estaremos reforzando su frustración, y esta podría derivar en un comportamiento mucho peor.
Distinto es cuando la situación se haya desbordado y esté fuera de control, manifestándose de forma violenta. En estas ocasiones, los padres o educadores siempre deberemos intervenir. Toma nota de cómo reaccionar ante las rabietas infantiles con estos consejos:
- Tu aproximación hacia el niño debe ser siempre desde la calma: recuerda que la idea es tranquilizarlo. Si le chillas, conseguirás bloquearlo aún más en su pataleta.
- Sé empático, sabiendo de antemano que el niño está sufriendo y te está pidiendo ayuda a gritos porque no sabe resolver la situación.
- Cuando se trate de enfados graves pero no extremadamente físicos, se le podrá intentar abordar desde el diálogo. Lo haremos a través de frases cortas y acercándonos a él para solucionarlo. Por ejemplo: “Veo que estás muy enfadado”; “entiendo por qué te encuentras así con lo que ha pasado”; “me puedes contar lo que te pasa para ver si te puedo ayudar, y te prometo mantener el secreto”.
- Ante situaciones más violentas o físicas puede ser conveniente aplicar la técnica del “tiempo fuera”. Esta consiste en alejar al niño a un sitio seguro y en el que no se pueda hacer daño ni agredir a nadie, y en el que asimismo esté desprovisto de estimulación. Aunque pueda parecer una forma de castigo, el niño terminará por calmarse. En términos de psicología conductual sería esperable una extinción del comportamiento, por el que dejaría de realizar esa conducta, al no recibir ningún resultado; en este caso en forma de atenciones o de salirse con la suya. La razón por la que no debemos aportarle tampoco ninguna estimulación adicional es que no queremos que el niño pueda malinterpretar las señales, entendiéndolas como un refuerzo o premio a su comportamiento.
- Una vez superada la crisis de conducta más evidente, propón al niño algún ejercicio con el que consiga tranquilizarse de verdad. “Cuando estés listo, me gustaría hacer un juego de respiración contigo”. Este consistirá en practicar la respiración diafragmática para tranquilizarlo a través de respiraciones lentas. Se lo puedes explicar así: “Respira durante cuatro segundos, aguanta la respiración otros seis, y suelta el aire despacito, contando hasta diez”.
- Si este tipo de situaciones se repite y las rabietas se convierten en habituales, será muy conveniente acudir a un profesional de la psicología infantil para que pueda, desde fuera y desde la objetividad, hacer un análisis funcional de lo que está generando y manteniendo ese tipo de comportamientos en tu hijo, así como explicarte en términos muy claros lo que debes hacer.
Procura anticipar las situaciones potencialmente estresantes
Como se suele decir, más vale prevenir que curar. Por ello, y conociendo como conoces a tu hijo, seguramente sabes cuáles son aquellas situaciones más susceptibles de provocar un “ataque” en él, que podría derivar en una rabieta de gran magnitud. Para evitarlo, es mejor que le vayas introduciendo lo que va a pasar, para que se vaya preparando y no le pille de sopetón. Por ejemplo, irse a casa y no seguir jugando en el parque. No cuesta nada decirle que “a las cinco nos vamos, y ya son las cuatro y media”.
Sobre todo, emplea el sentido común
Tampoco cuesta ningún trabajo evitar situaciones o lugares susceptibles de generar en él alguna demanda irracional que no podamos complacer y vaya a despertar toda su ansiedad. Así, ¿por qué pasar delante del parque donde están jugando sus amigos si hoy vamos al médico y no podemos parar? O, ¿por qué pasar frente a la heladería a la hora de cenar si podemos coger otro camino?
Por otro lado, como adultos, a veces deberemos aflojar un poco y emplear la mano izquierda para que el niño no explote. La flexibilidad, negociar y darle opciones suele ser mucho más efectivo que amenazar al niño o buscar la imposición a la fuerza.