Entre las ocurrencias de los programadores de televisión en las semanas de reclusión, emitir La semilla del diablo de Polanski fue un acierto sin precedentes. Cuando las mujeres no podían ir a la peluquería en su mundo confinado, descubrieron que Mia Farrow, bien por exigencias del guión o bien por su divorcio con Frank Sinatra, se había cortado el pelo al raso.
Cuando los españoles no podíamos salir de casa, y revisábamos por la mirilla de la puerta el triste deambular del resto de seres vivos en el rellano, descubrimos que todos pueden formar parte de una gran secta. Todo de gran actualidad para mitigar las sombras del aislamiento. Polanski y sus contradicciones. Probablemente El oficial y el espía (2019) del director polaco-francés fue uno de los últimos éxitos comerciales antes del virus. De hecho, fue la última película que vi antes del confinamiento.
Una historia universal sobre la verdad y la posverdad judicial. Polanski, en su permanente búsqueda experimental y en su espíritu constante de contradicción y de transgresión, actualiza un episodio muy transitado en la historia de Francia como es el caso Dreyfus. Para ello, toma como perspectiva la investigación que emprendió el coronel Georges Piquart, Jefe de servicio del contraespionaje francés.
Con una combinación sabia de factores como el tratamiento riguroso de los hechos acontecidos y los elementos propios del cine judicial, la cinta conmueve dese la misma esencia de las pruebas y de lo real para adentrase en conceptos contemporáneos como la posverdad o el relato.
Un análisis grafológico hecho a medida y el antisemitismo fueron las únicas pruebas condenatorias en un procedimiento judicial delirante. Simplemente o no.
El director urde un clásico definitivo, minucioso como si fuera esculpido por un orfebre. Y dicta sentencia cinematográfica generando jurisprudencia en la conciencia de los amantes del cine. La película abarca lo esencial, lo sublime y lo inteligente. Y hasta en el interlineado de las relaciones entre los personajes principales hay toda una lección de vida y de justicia.
El caso Dreyfus representa una de las cimas universales de la infamia, pero que consiguió despertar el coraje y la conciencia incluso del Picquart. Éste, a pesar de su antijudaísmo, antepuso la verdad como valor superior. Hay una fatuidad en los personajes muy parecida a la que se describe en Senderos de Gloria de Kubrick.
En la película de Kubrick, los soldados de un regimiento francés en primera fila se batalla en la Primera Guerra Mundial reciben la orden de tomar una colina impracticable. Detrás de la ignominia que se esconde tras esta locura, se seleccionan al azar tres hombres del ejército francés para ser juzgados por cobardía ante el enemigo. Una acusación absolutamente falsa, en un procedimiento judicial que resulta ser una farsa.
De Zola a Polanski, protagonista también en la vida real de su propio juicio y de su origen polaco judío. Porque esencialmente la película es una narración impecable sobre la injusticia y sobre el odio a los judíos.
Recuérdese que Umberto Eco ya invocaba a Wagner cuando describía al Anticristo que procedía del pueblo de los judíos, para describir la propuesta de odio basada en la lengua: «Lo que nos repugna particularmente es la expresión física del acento judío. /…/ Nuestro oído se ve afectado de manera extraña y desagradable por el sonido agudo, chillón, seseante y arrastrado de la pronunciación judía: un empleo de nuestra lengua nacional completamente impropio /…/ nos obliga durante una conversación a prestar más atención a ese cómo desagradable del hablar judío que a su qué».
Monstruoso y hediondo presenta la misma Biblia al Anticristo, «expandiendo en su sentido el hedor más horrible, destruyendo las instituciones de la Iglesia con la más feroz de las codicias; se reirá con maldad con un rictus enorme enseñando horribles dientes de hierro». El odio presente y manifiesto en la monstruosidad, cualquiera que sea su expresión física.
La película debe entenderse como una recreación histórica definitiva de un hecho inapelable. Pero también como una reflexión contemporánea acerca del papel que juegan los acusadores y la falibilidad inherente a todo procedimiento judicial, en este caso, con cargo de conciencia.
El odio inmanente de una sociedad entregada a la mentira (la primera escena de la película merece solo pagar la entrada al cine), la impunidad de los órganos represores, la indefensión ante la amenaza de la manipulación, están presentes en el juicio. Tal como entonces, suenan ahora las palabras de Zola, «cuanto más duramente se oprime la verdad, más fuerza toma, y la explosión será terrible.»
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