Después de la maravillosa exposición de Fra Angelico, el Museo del Prado acoge la de Sofonisba Anguissola y Lavinia Fontana, pintoras del XVI-XVII que alcanzaron la notoriedad, aunque con el transcurso del tiempo, la historia la llevara a la oscuridad del olvido. Este lunes se celebra la inauguración, el día donde uno de los templos más importantes del arte sacude sus reparos y traza el camino para saldar esa deuda histórica con el arte femenino. Cabe resaltar que de las 1700 obras que contiene la exposición permanente del museo, tan sólo nueve son de pintoras.
La gran dificultad para las mujeres, es la de que se reconozcan su obras, puesto que una práctica habitual fue la falsa atribución de ellas a hombres, como es el caso de Anguissola, durante tiempo asignadas a Alonso Sánchez Coello, el retratista oficial de la corte de Felipe II.
Anguissola, cuenta Leticia Ruiz, comisaria de la exposición: “Es el gran mito de la mujer artista que sirvió como paraguas para todas aquellas que vinieron después, ya que representaba la referencia ‘digna’ de la mujer artista”. Su padre, un aristócrata venido a menos, tenía seis hijas y un solo varón. Ella hizo valer su talento artístico para convertirse en la dama de la corte más importante del momento, logrando mejorar la posición social y económica de su familia. Ella fue encomendada a enseñar a la reina Isabel de Valois en las artes, pero siguió pintando y no fue hasta principio del XX cuando estudiosos recolocaron la autoría de famosos cuadros a ella.
La otra protagonista de la exposición, Lavinia Fontana, fue igual de revolucionaria, pero de origen opuesto. Hija de pintor, se formó en lo privado- familiar- evitando, al principio, el escándalo de una mujer trascendiendo lo público, pero terminando por abrir su propio taller y dejando a su marido al cuidado de sus dos hijos en casa.“ Por lo que nos dice alguna crónica” cuenta Leticia, “el marido de Fontana fue objeto de escarnio y de burla por ocupar un papel que incluso, a día de hoy, muchos hombres se niegan a ocupar”.
Pero Lavinia dio muchos pasos más, como pintar desnudos en una época donde a la mujer se le prohibían las clases de anatomía u observar desnudos reales, por considerarlo indecoroso. Pero ella, saltándose todas las convenciones e impedimentos logró en su taller la misma actividad que la de un pintor coetáneo. “ Lavinia pintó cuadros de grandes formatos, retratos, cuadros de historia, cuadros de altar de grandes dimensiones (…) incluso desnudos de gran atrevimiento”.
La historia de estas dos pintoras no es una excepción, pero si el principio de un largo recorrido para rescatar y contextualizar el valor del arte femenino en tiempos de prohibición y castigo. Hay quien considera este proceso una sobre representación o exceso para hacer visible el arte femenino. Pudiera ser lo contrario, un juego de equilibrios al fin, donde las grandes pinacotecas del mundo, o los libros de historia, les estén dando al fin el lugar que realmente merecían.
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