ENTREVISTAS

Daniel Grao: “Cada vez creo más en los matices, que no todo es blanco o negro”

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A pesar de llevar los dos una mochila profesional considerable a la espalda, ha tenido que llegar La huella del mal a la vida de ambos para hacer nuestra primera entrevista. Dicen que lo bueno se hace esperar y Daniel Grao se ha propuesto demostrarlo. Reconoce que, cuando más honesto se muestra, es cuando interpreta. Tal vez porque su enfermiza timidez le frena en otras facetas de la vida.

Hubo un tiempo en el que soñaba que no dejaba de volar y ese vuelo le ha traído hasta el lugar que hoy ocupa. Con un reciente Goya por el corto La gran obra, que protagoniza al lado de su hijo pequeño, estrena La huella del mal, al lado de Blanca Suárez, y reconoce que su Daniel de ficción le ha hecho salir de su lugar de confort habitual. Ahora solo le queda explotar más su faceta cómica y poder compartirla…

The Luxonomist: ¿Qué te da la interpretación que no encuentras en otra actividad de la vida?
Daniel Grao: La interpretación es una forma de ser, es lo que soy. Y así lo vivo yo, no como una actividad. Desde que entró en mi vida, se convirtió en una forma maravillosa de autoconocimiento, conocimiento de la vida, del mundo y de nuestros comportamientos. Cuando era alumno lo asumí como algo terapéutico. Al final tú eres el instrumento y te debes conocer muy bien, por lo que buceas en tu carácter y en tus historias. Me resultó altamente sanador porque, incluso lo que juzgaba como negativo de mi vida, se convirtió en gasolina para los personajes.

“Lo que juzgaba negativo de mi vida, se convirtió en gasolina para los personajes”

TL: ¿De niño ya eras el teatrero de la pandilla?
Daniel Grao: En la infancia sí. Acompañaba a mi madre a las mercerías, porque solía coser, me subían al mostrador y yo imitaba a los políticos de la época, como Felipe González, y contaba chistes verdes. Eso les hacía mucha gracia y me convertía en el centro de atención. En la adolescencia pasé al otro lado radicalmente. Era tímido, tuve un acné bastante fuerte que me tenía muy acomplejado; y también había problemas en casa que no me permitían estar para muchas bromas. En el Dani de hoy convive ese niño teatrero del “Rubio, súbete al mostrador” y el tímido patológico.

TL: ¿Cuándo te das cuenta de que vales para dedicarte a esto y, sobre todo, vivir de ello?
Daniel Grao: Mi primer contacto con la interpretación fue en el instituto. Tenía un profesor de literatura, ya jubilado, que hoy es amigo. Un enamorado del flamenco y de Lorca. Era muy radical en su momento, muy contracorriente. A mí me encantaba su parte gamberra. Era un profesor que nos hacía pensar. Una vez a la semana daba unas clases, ligadas a la literatura, en la que teníamos que llevar un poema para analizarlo y comentarlo.

Un día llevé en un cassette La nana del caballo grande de Lorca, cantada por Camarón de la Isla. Al ver que me gustaban ambas cosas, me invitó a sumarme a su grupo de teatro, La Mandrágora. Y ese fue mi primer contacto. Luego me empezó a ir mal los estudios, los dejé a medio acabar, estuve un año medio perdido y mi padre me dio un buen consejo: “Intenta investigar qué es lo que en algún momento te ha encantado y tira por ahí”. Y me di cuenta de que mis momentos de mayor felicidad fueron en ese teatro. Así que busqué escuela y empecé a prepararme.

“La interpretación me sanó en su momento y me configura como persona”

Foto: La Charito Films

TL: ¿En algún momento te has arrepentido de elegir este camino?
Daniel Grao: Nunca, todo lo contrario. Fue un hallazgo en mi vida encontrarme con esto que me sanó en su momento y que me configura como persona. Soy bastante lo que hago. Incluso, a veces, me da miedo porque no sabría qué otra cosa hacer.

TL: ¿Tienes la sensación de que La huella del mal te hizo salir de tu zona de confort?
Daniel Grao: Leyéndome el guión propuse un personaje que se aleja bastante de mí. Soy muy de evitar conflictos, de intentar agradar al otro, de sentir que estamos en paz y en el mismo lado. Y mi personaje, que también se llama Daniel, no va por ahí. Es un poco arisco al principio, crea conflicto, no le importa caer mal. Es un poco avasallador, tiene su manera de hacer las cosas. Y en ese sentido sí, ha sido salirme de mi forma y zona de confort. Y ha sido gustoso.

TL: ¿La mayor dificultad de meterte en la piel de Daniel Velarde?
Daniel Grao: No lo he vivido todo como una dificultad, aunque a veces la manera natural de uno se quiere imponer y hay que estar vigilante para saber que tú reaccionarías así, pero al que estás componiendo no. Es importante estar todo el rato en contacto con esa energía.

“Me cuesta dedicar tiempo a personas cerradas de mente”

TL: ¿Has descubierto en ti registros no mostrados hasta ahora?
Daniel Grao:
Me gustaría explorar más que es el de la comedia. Contactar con esa parte más ridícula, de reírse de uno mismo. Me gustaría tener más oportunidades en ese registro.

TL: ¿Qué versión de actor van a encontrar tus miles de seguidores en La Huella del Mal?
Daniel Grao: Se van a encontrar con un registro machirulo, con el que ahora (afortunadamente) somos tan críticos. Una masculinidad tóxica, que sucede por no contactar con las emociones y la empatía. Lo bonito es que el personaje empieza en un punto y acaba en otro diferente. Por el camino, Daniel Velarde pierde cosas, pero también aprende otras.

TL: ¿Eres de cocinar la vida a fuego lento?
Daniel Grao: Soy bastante impaciente, de “Lo quiero ya”. Pero lógicamente la vida ya se encarga de enseñarte que hay cosas para las que tienes que ser paciente, cocinarlas a fuego lento y que luego saben mejor. Para mí, hacerlo así, es un aprendizaje.

TL: ¿A quién no le dedicarías ni un minuto de tu vida?
Daniel Grao: En general, un minuto se lo dedicaría a todo el mundo, porque hacerlo puede que cambien las cosas. Pero a priori me cuesta más hacerlo con la gente cerrada de mente, la que no duda, la que cree que su verdad es la verdad y que no da espacio para plantearse una alternativa y dialogar.

“Soy impaciente. Hacer las cosas con calma es para mí un aprendizaje”

Foto: La Charito Films 

TL: ¿Ese olor inolvidable que te transporta a la infancia?
DG: El de las mandarinas. Cuando era pequeño, mi madre me hacía unos bocadillos muy ricos de jamoncito a la catalana con aceite de oliva. Y yo creo que, siendo muy pequeño, tal vez en la guardería, me debía dar mandarinas porque tengo muy presente ese olor y lo asocio a eso.

TL: ¿Un sueño que se repite una y otra vez?
DG: Ninguno que se repita. Sueño con diferentes escenarios, pero nada recurrente. En una época, eso sí, no dejaba de volar.

TL: Tres palabras que definan el momento que está viviendo…
DG: Incertidumbre, madurar y núcleo familiar. Supongo que, por la edad, me encuentro en un momento en el que estoy revisando los objetivos, la escala de valores, las prioridades. Estoy enfocando de un modo diferente mis relaciones, la familia, la profesión…

TL: Imagínate que te piden que escribas tu vida. ¿Cómo titularías el libro?
DG:“La transmutación”. Lo que más me define son las diferentes maneras que he ido encontrando de convertir el plomo en oro.

“Nunca he vivido un fenómeno fan molesto”

TL: Y si se lleva al cine, ¿quién dirigiría la película?
DG: Me encantaría que la dirigiera Sorrentino, porque tiene una manera muy personal de contar algo profundo, hondo y convertirlo en belleza. Me parece un ejercicio maravilloso.

TL: ¿Lo mejor que te gustaría escuchar de ti?
DG: Que soy buena persona. Que en un encuentro conmigo o en una conversación, les he podido ayudar, inspirar o motivar positivamente.

TL: Si pudieras hacerlo, ¿qué le dirías al niño que se quedó atrás?
DG: Ánimo, confía en que, al final, todo estará bien.

TL: ¿Qué es lo peor de la fama?
DG: No me he sentido nunca esclavo de ella y gozo del privilegio de llevar muchos años viviendo de ella. No he estado nunca en un producto masivo, durante muchísimos años en el mismo, con lo cual en la calle gozo de cierto anonimato. A la gente les sueno y, si se acercan, lo hacen con mucho respeto. No he vivido nunca un fenómeno fan molesto. Lo peor es cuando, en un momento determinado, proyectas una imagen que puede ir cambiando y que genera comentarios frívolos de los que se extraen conclusiones precipitadas. Es algo que he ido aprendiendo, pero que me tensa y me incomoda bastante.

“Antes pensaba que con los años iba a tener las cosas más claras. Pero el camino es inverso”

Foto: La Charito Films 

TL: ¿Recuerdas ese primer photocall ante la prensa?
DG: No es lo mismo interpretar a un personaje que hacer una producción de fotos. Al fin y al cabo estás interpretando, pero al estar en un photocall o entregando un premio, ya no te digo recibiéndolo, me tiemblan las piernas. Soy un gran tímido.

TL: ¿Qué no echarías de menos nunca en tu camerino?
DG: Siempre hay música, también en mi vida en general. En teatro, sobre todo, una que está muy acorde con lo que estoy haciendo. La música es algo que me acompaña siempre.

TL: ¿Eres de dar consejos aunque no te los pidan?
DG: No, para nada. Y te diría, además, que cada vez menos. Antes daba mucho mi opinión y pensaba que, a medida que pasaran los años, iba a tener las cosas más claras. Pero el camino es el inverso (risas). Cada vez creo más en los matices, que no todo es blanco y negro. Esa tendencia que hay ahora me aburre y no quiero participar de ella.

TL: ¿Esa situación o persona que te ha dejado sin palabras?
DG: Tengo esa sensación cuando hay algo que me encanta. Una buena película, una interpretación, cuando voy a ver a compañeros al teatro y hacen algo estupendo. Ahí sí hay una fascinación.

TL: ¿La cara y la cruz de ser tú?
DG: La cara es soy incansable en trabajarme a mí mismo, ponerme en duda, intentar mejorar, intentar aprender, no dar por hechas las cosas. La cruz es parte de esas cosas, la de dar muchas vueltas a las cosas y obsesionarme muchas veces, ser un poco pesado conmigo mismo y, a veces, fustigarme.

“Todos deberíamos hablar de alguien teniendo todas las versiones”

TL: ¿Algo que siempre dicen sobre ti y no es cierto?
DG: Cuando era más joven, antes de conocerme, la gente me decía que parecía altivo y que miraba por encima del hombro. Y eso no dejaba de asombrarme porque mi sensación era la contraria. Era un resorte inconsciente de mi timidez y de tener, en ocasiones, un complejo de inferioridad. A veces me sentía inseguro, pequeñito y eso hacía que me creara una armadura que podía reflejar esa sensación de frío y distante.

TL: ¿Un miedo que no sepas controlar?
DG: Los miedos, en general, pasan a serlo porque no los podemos controlar, en la cabeza adquieren dimensiones mayores. A veces quieres que todo vaya bien, pero no nos damos cuenta de que son pocas las cosas que podemos controlar y, en la cabeza, el escenario siempre es mayor que en la propia realidad.

TL: Es pregunta que no te he hecho y te habría gustado responder…
DG: No hay una pregunta en concreto, pero sí a veces siento que, cuando se sacan conclusiones o se dicen cosas sin tener toda la información, siempre pienso por qué esa persona no viene a preguntarte y conocer tu versión. Hay una enorme facilidad en crear un retrato robot de otro y de la situación. Creo que es un esfuerzo que deberíamos hacer todos, hablar sobre alguien teniendo todas las versiones. 

Amalia Enríquez

De Pontevedra al mundo. Periodista donde me dejan y llaman. CEO and Founder #RedCarpetFilms redcarpetfilms.es Miembro de la AICE, Premios Feroz, Academia de Cine y Academia de TV.

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