La benefactora sonrisa de la doctora Elena Barraquer

La eminente oftalmóloga opera de modo altruista tres mil cataratas al año en pacientes de países desfavorecidos 

Josep Sandoval. 16/07/2018

Delante de la doctora Elena Barraquer (Barcelona, 1954), uno pierde la noción del tiempo porque te coloca en un Nirvana de paz que relaja tus sentidos. No aciertas a comprender cómo detrás de su frágil apariencia, su transparente mirada y, sobre todo, su mágica sonrisa, se esconde una mujer de carácter fuerte, eficaz continuadora de una estirpe familiar marcada por la oftalmología. Algo más que una profesión familiar de la que ella forma parte de la cuarta generación que inició su abuelo Ignacio, siguió su padre, Joaquín, y ahora continúan su hermano Rafael y ella misma.

Una saga ejemplar, pionera en su especialidad y altruismo. Su abuelo se hizo popular por recibir a todo tipo de pacientes, atendiendo a quienes no podían pagarle con el mismo empeño y eficacia como aquellos que entraban por la puerta de la consulta privada. Este espíritu lo sigue manteniendo la familia hoy en día, aunque ha ido más allá. Hace más de once años crearon una Fundación para atender fuera de nuestras fronteras, principalmente en países como África o Asia, donde el problema de las cataratas en niños y adolescentes es primordial.

La doctora Barraquer acaba de regresar de un viaje a Guinea Conaky donde ha operado 230 cataratas y el sábado, día 14, se marchó a Ghana con dos cirujanos oftalmólogos argentinos para operar otras cuatrocientas. No es nada nuevo ni especial, según estas cifras es fácil calcular que anualmente realizan unas 3.000 cirugías, visitan a unas 12.000 personas y facilitan gafas a unas 8.000, todo a veces en paisajes caóticos, cuanto menos a precario.

Pasa fuera 9 semanas al año con labores solidarias de la Fundación

Estos desplazamientos le suponen estar fuera de casa unas nueve semanas al año, «semanas que siempre son de nueve días», puntualiza. Lo cuenta feliz, sin perder el ánimo ni la sonrisa, ni con la sensación de quien lleva haciéndolo como un sacrifico: es sólo su trabajo, una labor que le apasiona y por la que llegó a una determinación. Tras diez años en marcha, desde la primavera del pasado año la Fundación lleva su nombre, aunque Elena Barraquer sigue codirigiendo la clínica de la que sigue siendo copropietaria con su hermano.

Muchos quisieron ver una enemistad entre ellos, aunque separar funciones no implica en absoluto nada de ello, simplemente aplicar aquello en lo que cada uno se siente más identificado. De este modo, los dos gozan de su individualidad en pos de un mejor rendimiento. En especial porque la doctora, que siempre fue el ojito derecho de su padre (suena a broma, pero creo que fue así), nunca ha sido mandada, le gusta trabajar con libertad según sus criterios. Y la apoyó en sus expediciones, que ella siempre hizo y deshizo según necesidades y sin consultar a nadie; y aunque cuando está en Barcelona opera la primera, lo suyo es moverse.

Preparar los viajes, buscar el soporte económico, volar, operar, conocer historias de las que jamás podrá sustraerse aunque cada día sean docenas de ellas a cual más estremecedora, tierna o cruel. Devolver la vista es devolver la vida. A niños que no tenían ni amigos, adolescentes que no tenían trabajo, a personas mayores como aquel hombre que le regaló el bastón que no volvería a necesitar nunca más…

Dice que le aterrorizaría perder el oído porque es muy aficionada a la música

Por regla general funcionan a partir de las solicitudes recibidas por diversas oenegés desde países como Marruecos, Senegal, Niger, Guinea, Camerún, Mozambique, Kenia, Malawi, India o Bangladesh, lugares donde las cataratas y el glaucoma son verdaderamente un problema, a causa de la fuerte luz solar y la malnutrición. Elena lo cuenta toco con una felicidad y serenidad que dan ganas de arroparla en lo que pida, aunque eso de pedir se le resiste un poco. Y eso que tiene apoyos muy notables, como el de su amigo Isak Andic, propietario de Mango, cuyas aportaciones son fundamentales; o compañías como Air France que no les cobra el equipaje (que suele pesar 400 kilos si viaja un solo cirujano, pero que llega a los 600 si van dos), y les proporciona mejores asientos si hay posibilidad; o la compañía de Emiratos, incluso Vueling en las líneas que cubre. Las demás ignoran el altruista proyecto.

También tiene una relación de socios con unas… llamémosles cuotas, y cuenta con actos sociales puntuales donde la presencia de famosos como Vargas Llosa, Punset, Julia Otero o Antonia Dell’Atte suponen un incentivo de asistencia. Por otro lado, cuenta con Purificación García, que echa una mano en la parte informática a la directora de la Fundación, Tete Ferreiro; también con Rossy de Palma, que ha amadrinado una carrera de coches Ford que se ha celebrado en Madrid y ha ganado la escudería de la actriz; o bien Belinda Washington, que ha viajado como asiente hasta a seis países.

Para esta mujer, insisto, de apariencia frágil, que nunca tiene una mal gesto ni pierde la sonrisa, mantener una vida privada tiene que ser muy complicado. No rehuye pregunta alguna, así que cuenta que se casó en primeras nupcias con un americano, Bob, pero “fue muy breve, cuando estudiaba en Maryland” (aunque se licenció en la Universidad Autónoma de Barcelona tuvo una beca en el National Institutes of Health de Bethesda, en Maryland y se formó en importantes centros de Boston y Miami).

Seguimos sumando reconocimientos #nomascataratas . Premios Movers & Shakers gracias

Una publicación compartida de Fundación Elena Barraquer (@fundacionelenabarraquer) el 16 Jun, 2018 a las 1:13 PDT

Tras su divorcio y un periodo de libertad de siete años se instaló en Turín donde se volvió a casar, Paolo (de quien está divorciada), con quien tuvo dos hijos, Stefano y Rodrigo. ¿Ellos podrían ser la quinta generación de la saga Barraquer? Hubo un intento. Stefano empezó Medicina, aunque lo dejó por Periodismo y ha sucumbido a la música techno, aunque desde la faceta producción y management. Una afición compartida con su hermano pequeño, Rodrigo, experto compositor de música electrónica cuyo sueño sería firmar la banda sonora de una película. Quizá el apellido, vía oftalmológica, continúe con dos sobrinos que estudian Medicina, pero todo está por ver.

Aunque Elena reconoce que perder la visión sería el mayor trauma para sus sentidos, a ella le afectaría mucho la pérdida del oído. Escucha música a todas horas y, para que tengan una idea sus gustos van desde la clásica, acostumbrada desde pequeña por su padre a los conciertos de Salzburgo, al rock, que escucha incluso en los improvisados quirófanos donde ejercita su humanitaria labor. Y está feliz con ser la XIX de la saga, así en número romanos, una idea de su abuelo Ignacio para evitar duplicidades, por si coincidían algunos doctores. Él era el primero (lugar que hoy ocupa su hermano Rafael), su padre era el III, su tío José Ignacio el II, así hasta el suyo, el XIX, que le ha gustado siempre tal como se escribe en números romanos.

Elena Barraquer seguirá así “mientras el cuerpo aguante”, como hizo su padre, Joaquín Barraquer, fallecido en el 2016 a los 89 años, que siguió operando hasta un año antes de su muerte. “Nunca le falló el pulso, aunque sí la vista, hasta que mi hermano Rafael lo operó de cataratas”, dice sin perder la magia de su sonrisa. Tampoco ella perderá el pulso. Ni por supuesto, el ánimo. Ni la sonrisa su sombra.

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