Está a punto de estrenar La odisea de los Giles y, tras representar en Madrid Escenas de la vida conyugal, se la lleva de gira por toda España. Aprovechando un rato de calma en medio de su repleta agenda, hemos charlado sobre sentimientos y sobre la vida. Infidelidad, ego, amor, desamor… al final de la conversación, tuve la sensación de haber salido de una terapia de pareja.
The Luxonomist: Bienvenido a casa…
Ricardo Darín: Gracias Amalia.
TL: Una vez más, porque ya eres de los nuestros…
RD: (risas) Es como una cosa que no se termina nunca.
TL: Nuestra última conversación fue en el Festival de Cine de San Sebastián, el año pasado. Hablamos de sentimientos, de ausencias, infidelidades y parece que el destino ha decidido que la retomemos donde la dejamos…
RD: Parece que por una cuestión de edad o generacional, me están tocando este tipo de roles. Unos personajes de señores ya grandes, que han caminado la vida y que atraviesan una serie de complicaciones y obstáculos en relaciones de pareja.
TL: Es la vida…
RD: Así es. “Escenas de la vida conyugal” tiene muchas cosas en común con “El amor menos pensado”, que era la película por la que conversamos en San Sebastián, pero con otro enfoque. En el teatro atravesamos escenas de 25 años de matrimonio y todo está mucho más en movimiento, atraviesan muchos más obstáculos.
TL: Tu matrimonio, al igual que el del protagonista, dura muchos años. No se quiere igual a los 20 que a los 50…
RD: Yo creo que todo está en movimiento permanente y los afectos también se mueven, se reacomodan, se readaptan, se resignifican. Así somos los seres humanos y no hay que asustarse, ni apenarse por ello. Es lo que pasa, lo que ocurre.
TL: Los afectos se van devaluando también…
RD: No necesariamente. Van cambiando de color y no sé si eso es una devaluación.
TL: ¿Tú en qué estadio te encuentras más cómodo, por ejemplo?
RD: Más cómodo a los 20 porque uno no tiene noción de nada. A esa edad uno tiene una inconsciencia generalizada. Todavía estás tratando de averiguar quién sós, adónde vas, qué querés hacer, qué cosas te interesan, las que te movilizan y las que no. A los 20 hay como una sobredosis de atención sobre uno mismo. Luego uno empieza a abrirse al mundo y, si tiene la suerte de encontrar a alguien con quien compartir el camino de la vida, ahí dejas de ser uno para ser dos. En el mejor de los casos, si ese ser dos sugiere o provoca la aparición de un tres o un cuatro, ahí la cosa se complica tanto que volver a ser dos es muy difícil (risas). Entonces, en función del amor que siente, es cuando empieza a readaptarse y es cuando empieza a cambiar de color.
TL: Las emociones se acomodan…
RD: Puede ser que seas menos santito, menos intempestivo, no tan pasional pero depende de quiénes, porque yo soy muy pasional todavía (risas).
TL: Tu mujer estará encantada…
RD: (risas) Sí, sí… Vive sacándome de encima y de decirme “bueno, basta ya” (risas).
TL: ¿Cómo ha llevado ella toda tu fama y lo que conlleva?
RD: Ella es un genio, un auténtico genio. Ella es todo lo que está bien en este mundo. Puede lidiar con lo que sea, no le resta importancia a nada, pero tampoco le otorga más de la que tiene. Esa es la clave.
TL: Y nos vamos a esas segundas oportunidades que siempre me dices que merece todo el mundo…
RD: Estoy completamente seguro y convencido de eso.
TL: ¿Eres más de darlas o de recibirlas?
RD: Bueno, si uno quiere recibir, debe estar dispuesto a dar. Dicho así parece que uno se está haciendo el magnánimo. Yo creo que las merecemos porque es legal equivocarse. Por supuesto, hay distintos tenores de equivocación y errores cometibles pero, en términos más o menos normales y aceptables, es humano que podamos redimir un error.
TL: Un día me dijiste algo. “Si yo bajo la persiana, no la vuelvo a subir” ¿Por eso eres paciente?
RD: Esa es otra cosa que también se va moviendo con los años. El paso del tiempo, la cantidad de decepciones, las ingratitudes, te endurecen un poco, te enfrían y te hacen ser un poco más cerebral. Yo lucho contra eso porque siento que el paso de ese tiempo me ha convertido en un poco más… no sé si el término es… intolerante. Me doy cuenta de que antes me ponía siempre en el lugar del otro, cosa que intento no dejar de hacer porque creo que es la clave para la comunicación y la conexión con los demás, pero últimamente me pasa que pienso por qué siempre tengo que ser yo el que está a cargo de eso.
TL: Porque siempre hay uno que es el que más da…
RD: Claro, ese es el tema. Lo estamos comentando en términos generales y se convierte en una abstracción, pero es algo que pasa. Es irremediable.
TL: Hemos hablado de infidelidad alguna vez y tú eres de los que la perdonarías…
RD: Hay matices en eso, pero sí. Cuando un hombre va a dar la “patada al tablero” y romper una relación, necesita tiempo de comprobación y análisis. La mujer es distinta, es más valiente en ese sentido y, si sienten que se enamoran de alguien y dejan de amar a la persona con la que están, lo dicen. Tienen más arrojo. A mí me ha pasado cuando me dejaron, me dijeron: “Se terminó”.
TL: ¡Qué me dices!
RD: Fue hace años, el día de mi cumpleaños. Un buen regalo (risas). Era una novia que yo tenía de joven, a la que quería mucho, como regalo de cumpleaños me dijo: “Yo no te quiero”. Me quedé descolocado y la explicación posterior fue peor: “Bueno, no es que no te quiera. Te quiero pero no como sé que vos me querés a mí”. Le dije muchas gracias y nunca más la vi.
TL: ¡Menudo shock!
RD: Pero fue muy valiente. A la larga, eso hay que agradecerlo. Como decía mi padre: “Si un amigo te va a traicionar, que lo haga rápido. Así no perdemos tiempo ninguno de los dos”. Es genial su pensamiento.
TL: Cuando eres infiel es porque dejas de sentir por la otra persona, ¿no?
RD: Hay muchas teorías al respecto, nuestro eterno debate. Yo creo que en una infidelidad, la responsabilidad es compartida. Y posiblemente me gane muchos enemigos con esto. No se trata solo de eso, por eso creo que todos merecemos segundas oportunidades, Cuando algo no funciona es porque no estamos contribuyendo de la misma forma, porcentaje y calidad. Uno de los dos, en un momento determinado, acusa eso y hace cualquier cosa. Eso sí, hay que ver si el otro está capacitado para reconocer su participación en el fallo. Y generalmente no es así. Suele ocurrir lo intempestivo: “Cómo me haces esto a mí, no me lo merezco”… y todo el rollo que ya conocemos. Siempre es mucho más fácil echarle la culpa al otro que mirar en nuestro interior y preguntarnos qué estamos haciendo para que eso esté ocurriendo.
TL: Después de una infidelidad, ¿volverías a confiar igual?
RD: Es que yo nunca confío.
TL: ¿Ah, no?
RD: Yo no confío en nada, principalmente en mí mismo (risas). No confío nunca, por eso estoy dispuesto a aceptar lo que venga.
TL: O sea, que eres un peligro en ti mismo… (risas)
RD: Totalmente, lo soy (risas). Dicho así suena a que soy un descabezado. A lo que me refiero es que creo que la especie humana es fácilmente intoxicable (risas).
TL: Te voy a dar un respiro para salir del jardín en el que nos estamos metiendo (risas). ¿Te recuerdas un niño feliz?
RD: No fui necesariamente un niño feliz. Fui un niño actor y los niños profesionales no necesariamente son felices. Están sujetos a estructuras muy férreas, que no son las más apropiadas para los niños.
TL: Eras lo que querías ser y eso debería proporcionarte felicidad…
RD: No estoy tan seguro de eso. Hay que sumar también que la situación que se vivía en mi casa entre mis padres, que sí se querían mucho, pero no se llevaban bien. Los dos eran actores y la situación económica influía mucho en la dificultad de encontrar estabilidad. La que más hacía era mi madre porque ella era tierra y él la nube. La sensación térmica familiar, por momentos, era complicada. No siempre porque había mucha risa y mucho humor, pero a veces se complicaba. Con la perspectiva que da el tiempo, yo creo que para mí el trabajar como niño actor, desde temprana edad, era como una especie de escape porque la actuación es eso, es la chance que te ofrece la vida de salirte de ti y ver tu vida desde fuera por un rato.
TL: Eres de los que no te llevas nunca el personaje a casa…
RD: Siempre se queda en el set de rodaje, porque es muy tóxico para la pareja. En mi casa, en mi caso, desde siempre empezamos a tener como una especie de antídoto con el tema de la popularidad, la fama y demás. Gracias a mi mujer, que tiene un gran sentido del humor, nos hemos burlado mucho de Ricardo Darín. Lo hemos hecho como una receta para convivir con el monstruito dentro de la casa y que no nos afecte. Toda vez por que pudimos burlarnos de él, faltarle al respeto, desacralizarlo, bajarlo ¡lo hemos hecho! Yo estoy feliz de que haya aparecido el Chino, mi hijo, porque, como yo soy malísimo para eso, también nos reímos mucho de él. Lo pasamos muy bien.
TL: Yo creo, no obstante, que tú, el ego y la vanidad, los tienes muy domesticados…
RD: Lucho permanentemente con ello. Es fabuloso estar recibiendo alabanzas siempre, pero el lado B es que todo eso, en algún momento, te lo puedes terminar creyendo y salís a la calle pensando que sós un fenómeno. Y, como todos sabemos, no es así. Me gusta hablar de estas cosas porque es una manera de mostrar la trastienda. La lucha permanente es contra el ego, es el principal enemigo.
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