Dicen que la felicidad, al igual que las desgracias, nunca llega sola. Y eso es lo que le ha pasado a la estrella del cine francés Sophie Marceau, de 53 años. Está de vacaciones en Córcega, redescubriendo sus paisajes y un poco a ella misma. Jugando un tanto entre la realidad y la ficción, una mezcla inevitable por otro lado en la vida de una actriz. De una gran actriz, a pesar de que ella se considera a sí misma como una persona normal y corriente. Una persona polifacética, en plena efervescencia, que pinta, escribe, sin tiempo para aburrirse.
Una mujer que detesta la soledad y que no se aburre nunca porque, cuando ha convenido, se ha acostumbrado a ella. Pero desde hace dos años las cosas no funcionaban demasiado bien para esta bella mujer que, cosas del destino, de pequeña detestaba ser fotografiada y escapaba cada vez que veía el objetivo de una cámara. El instrumento que de mayor le proporcionaría la gloria.
Han sido dos largos años en los que las cosas no han sido negras del todo, pero sí muy sombrías con algunas zonas peligrosas. Primero la muerte de su madre, enterrando así buena parte de su infancia. Después la desaparición del cineasta Andrzej Zulawski, el padre de su hijo, filósofo, escritor, veintiséis años mayor que ella, todo un mazazo a pesar de que era un final previsto desde hacía tiempo. Zulawski fue su Pigmalion, una palabra por otro lado que ella detestaba, pero fue el hombre a cuyo lado vivió su transformación más plena.
Fue un compañero de vida que la ayudó en sus búsquedas de personajes, a aceptar papeles, a dirigir en cierta forma su vida profesional apoyándola en ese camino iniciatico que toda actriz joven busca y desea. Para completar el panorama de sus rupturas más personales, la de Cyril Lignac, estrella de Meilleur pâtissier, que aglutina restaurantes, bistrots, pastelerías, un hombre energético, que rebosa alegría por todas partes y con el que había descubierto el lado dulce de la vida.
En ese momento le llegó a Sophie lo peor, su hijo Vincent, de 24 años, había sido internado en el hospital de Saint Maurice, víctima de una crisis de ansiedad. Se dice que por no haber podido soportar la pérdida de su padre. Le queda el consuelo de su hija, Juliette, habida de su relación con el productor Jim Lemley, poco antes de romper con él y empezar con Christopher Lambert, de quien se separaría en 2014.
La felicidad anunciada al principio del artículo estriba en que Marceau no está sola en esas vacaciones en Córcega, sino que lo hace acompañada de su nuevo amor, con quien sale desde el pasado mes de marzo con la máxima discreción. Se trata del productor teatral Richard Caillat, un hombre siempre en la sombra, artífice de carteleras tan importantes como la del Théâtre de Paris y el Théâtre de la Michodiere, y responsable del retorno a los escenarios del mítico Alain Delon. Este amor y la noticia de la notable mejora del estado de salud de su hijo, hacen que Marceau por fin, toque la felicidad.
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