Isabella Heseltine, el encanto de los fogones
Tras su restaurante Isabella’s abre Bella’s, otra entrañable cita gastronómica en el centro de Barcelona.
Estamos en un momento en que el asunto fogones se ha puesto por las nubes. La culpa en principio fue de una guía de neumáticos, la Michelin, (¿qué tendrá que ver el tocino con la velocidad?), que puntuaba con estrellas; y luego otra de Repsol (ídem) que concedía soles. Así pues, todo está en el firmamento, la cocina en los cielos. Ningún movimiento feminista protestó de que un oficio tan propio de mujeres fuera usurpado por hombres, pues en realidad fue uno de los primeros pasos en compartir tareas y unificar tendencias. Un punto para el mundo macho: la tecnología la puso el hombre (con permiso de doña Carme Ruscalleda, toda una crac con sus siete estrellas Michelin) y la esferificación, oxigenación, gelificación, cocina molecular y otras acepciones similares se deben a Ferran Adrià y adláteres: que conste en acta.
Como debe constar también que los sabores de nuestra infancia se deben a las faldas: no hay macarrones o paellas como las que hacía mi madre, ni galletas de mantequilla como las de mi abuela, y aquí no admito ni discusión. En ausencia de estas dos presencias insustituibles siempre estaba la tata, aunque en casas con poder de preferencia. Y en una de estas nació Isabella Heseltine, una rubia de carácter hija de diplomático, que vio la luz en Roma y se quedó huérfana desde muy pequeña. Así que el tiempo que ella pasaba con la tata en la cocina lo disfrutaba doblemente. Por un lado le compensaba la ausencia materna y por otro la familiarizaba con dos de los aromas que te hacen amar el hogar, uno es el de los guisos, el otro el de la ropa recién lavada y planchada.
Isabella aprendió a hablar, caminar y cocinar todo junto, como hacemos de pequeños, sin darnos cuenta. Y de la enorme variedad de su cocina natal se quedó con todo, aunque las pastas fueron su predilección, tanto que a veces se comía crudos los tortellini. Y ese aprendizaje interior le devolvió la vida años después a causa de su situación familiar.
Había llegado a Barcelona y se enamoró de Joaquín Garí, un más que atractivo señor con todos los complementos que un hombre tiene que llevar para que cualquier mujer perdiera la cabeza por él. Isabella la perdió, al tiempo que él la perdía por ella. Se casaron en 1986 y tuvieron dos hijos, Marco y Valentina, dos truenos como sus progenitores. Pasó el tiempo y el hogar se deshizo, aquellas cosas que pasan. Los negocios se pusieron de acuerdo para empeorar la situación y la pareja se separó, manteniendo una amistad que aún perdura.
Al cambiar (disminuir) los ingresos, Isabella buscó en su buzón de sugerencias una solución para aliviar la tensión económica. Recordó su tiempo entre fogones y las cenas que celebraban en su casa, donde ella cocinaba y se ganaba el aplauso de todos, fueran cuatro o veinte. Recapacitó: “¿Qué sé hacer?” Y ante una sola opción, tuvo una idea. Lanzó un mensaje a sus amigos en el que les adjuntaba una pequeña carta y una nota: “Elige, dime para cuántos y recógelo el viernes en casa”.
Asesorada por sus hijos descubrió los puntos de venta más económicos, es decir supermercados, y esperó alguna llamada. En menos de una mañana eran cien las personas que le hacían encargos. Se volvió loca guisando, no tenía infraestructura, pero logró ir saneando su economía. Cuando podía era ella quien hacía también el reparto: cogía la moto, a su perra Bimba (a la que aún llora) y, diluviando, con frío o sol, se presentaba impoluta donde fuera con sus menús.
Era de locura hasta que un buen día, dos amigos, Óscar Serra y Álex Figueras, le propusieron abrir un restaurante, Isabella’s, donde a cambio de un porcentaje, ella sería dueña y señora. Que no quiere decir figurar y sonreír, sino madrugar, ir a la compra, preparar la cocina, atender a los clientes (95% amigos o conocidos), durante dos servicios al día los siete días de la semana. El hechizo se terminó cuando al protestar por sus emolumentos (ganaba menos que su jefe de sala), sus en principio protectores le dijeron: “Ahí está la puerta”.
Dado el tremendo éxito de Isabella’s (facturó de un cero a muchos ceros en cuestión de días y no bajó el fuelle ni uno solo), el empresario Jose Cacheiro la fichó para el Bimba’s (sí, como su perra), al que siguió Valentina’s (como su hija) y una aventura en la ibicenca Torre del Canónigo de manos de Ferran Monge, que duró un mes porque el lugar, espléndido, era inaccesible. Pero le sirvió para conocer a Israel, el empleado nocturno del lujoso establecimiento (de Gaultier a Mariah Carey pongan el nombre que quieran), reconvertido hoy en millonario gracias a la app diseñada por su empresa, Check Collector, para autentificar cuadros. Ante la falta de clientes, los dos y Suzy Burton, viuda del actor, pasaban las noches discutiendo del bien y del mal. Luego Isabella bajaba a dormir a su apartamento de Sa Peña, el barrio más deteriorado de Ibiza.
De vuelta a la península los de Isabella’s (de nuevo amigos), le proponen la recompra del local, que realiza a partir de un accionista a quien tiempo después ella compraría su parte. Mientras, abre en plena Costa Brava, Calella de Palafrugell, el ‘Isabella’s by the sea’ y se dispone a iniciar una nueva aventura, esta vez con dos jóvenes inversores amigos de sus hijos, con los que en otoño inaugurará el Bella’s, un bistrot-trattoria en plena Diagonal de Barcelona con capacidad para doscientas personas. No es que Isabella’s esté de moda, es que le gente aprecia el valor de la comida con toque casero, aroma de cocina en el plato, buen trato y ambiente chic.
Mientras, la vida personal de la bella Isabella fluye al paso del tiempo. Su hijo Marco lleva los restaurantes mientras que Valentina, más independiente, es diseñadora y ha montado su propia boutique donde impera el estilo boho chic. Y nuestra cocinera se volvió a enamorar y a casar: se lo predijo una adivina que se equivocó en cuatro días de la fecha del encuentro: un viudo llegará a tu vida en mayo de 2016, te casarás y te irás a vivir a una isla. Y el señor apareció el 4 de junio.
Fue un flechazo en la boda de la hija de un amigo y a los tres meses, Isabella era la novia. El afortunado es Richard Carrión, presidente del banco Popular de Puerto Rico, miembro del Comité Olímpico Internacional y viudo de una mujer maravillosa de quien nuestra protagonista parece haber heredado el ánimo: Conchita Viñamata, ex de Javier, conde de Godó. Isabella vive ahora entre aviones, una semana en Puerto Rico, otra en Nueva York (donde Richard tiene negocios) y dos en Barcelona, de las que una procura estar con él. Porque ni puede ni quiere abandonar un negocio donde todos desean verla, y que es la sal de su vida. Y ahora, con Richard al lado, pues como en la película de Nicholson, mejor imposible.