Salvo excepciones, la vida es un viaje de breve recorrido del que te apean cuando menos te lo esperas. Por eso es preciso disfrutarla sin prisas ni pausas, tomándose sus tiempos y haciendo pie en todas las paradas y apeaderos. No conviene acelerarse pues he perdido ya a algunos amigos que se han precipitado al vacío, por querer avanzar a un paso demasiado ligero que el marcado por la técnica, y se han bajado cuando no tocaba. Todo a su tiempo, reflexionando con el paso de los años sobre si lo que hemos vivido lo hemos jugado bien. Y eso es lo que ha hecho Jimmy Giménez-Arnau, disfrutar del cambalache para mostrar algunas de sus experiencias en ‘La vida jugada‘ (Arzalia Ediciones), un compendio abreviado (leído lo leído suponemos que muy abreviado), de lo que está siendo su paso por el planeta, en el plano terrenal, y por satélites circundantes cuando ha merecido la ocasión.
Dividido en dos partes, la primera da buena cuenta de sus correrías infantiles y adolescentes, donde deja a nuestros héroes de la época en pañales. Cualquiera de las aventuras de nuestro pequeño protagonista ni de lejos lo emulan los diseñados por Enyd Blyton o Richmal Crompton. Ni las pandillas de la primera ni el ‘Guillermo’ del segundo superan en ninguno de sus textos las diabluras de Jimmy en cualquiera que sea el escenario de la tierra donde se mueva, ya sea en su casa madrileña o en cualquiera de los países donde era enviada la familia en función del destino diplomático del patriarca, por quien nuestro protagonista siente devoción.
En esta primera mitad Jimmy es brillante y sus andanzas están narradas casi irreflexivamente, como el diario de un pequeño príncipe de las mareas que se rebela contra todos, familia incluida. Lejos de los afectos de una madre y unos hermanos por los que no siente aprecio alguno, por el distanciamiento entre colegios unas veces y otras por esas lejanías que no sabes a qué obedece y te sitúan a años luz del ser con quien compartes hogar, Jimmy aprende de la vida por sí mismo.
Y lo hace jugando con las armas (in)conscientes de un chaval que tiene filias y fobias sin saber siquiera lo que son. Ama y detesta atendiendo a sus primarios instintos y se mueve como la cría soltaría de un lobo en celo que recibe sus correspondientes castigos a pesar de todo. El niño rebelde da paso a un adolescente curioso, a veces demasiado, al que la pluralidad de culturas le facilita el más amplio de los conocimientos, el de la vida por la vida en cualquier parte.
En la segunda mitad del libro empieza, demasiado pronto, una reflexión que quizá hubiera tenido que ser una tercera parte (tal vez nos sorprenda el autor con otro tomo pasados unos años) donde actúa y juzga, ensaya y dictamina, prueba y cuenta, sus experiencias laborales y salta de los viajes geográficos a los desplazamientos astrales. La mezcla es explosiva y aceptable cuando se disfruta en esa época de la vida que es la juventud y se dispone de paisajes tan proclives como Ibiza y Londres salpicados de otros tanto o más exóticos en todos los aspectos.
Este juego de vida no le sale mal a Jimmy, que tiene la enorme suerte de tener un trabajo de periodista que le fascina y es el soporte (económico, autonómico) ideal a su existencia, que hoy denominaríamos boho-chic porque encierra la bohemia del Swimming London y la psicodelia implícita. Modos y modas de vivir el día y la noche, fármacos y alcohol (aunque Jimmy Giménez-Arnau solo beberá vino tinto en las comidas a partir de los cuarenta), porritos de hierba buena (que no yerbabuena), que facilita el acceso a paraísos con destinos tan inescrutables como los designios del Señor. Escritor bajo influencia astral y periodista rebelde, alterna fracaso y triunfo sin que ninguno de ambos le afecte lo suficiente como para tomar decisiones drásticas.
Lo suyo es seguir jugando, apostando a por todas, controlando las pujas hasta que los años, el amor y otras soledades, le hagan reflexionar no ya sobre la pasión de vivir que eso ya lo domina con fruición, sino cómo llegar al desamor cuando uno no tiene ya fichas suficientes para reactivar la máquina del cariño.
Que es nuestro hombre un animal herido con la dureza suficiente para escribir que no quiere a su madre y que, con el tiempo, ha aprendido a no querer a su hija. De ella, ahora en los cuarenta, no sabe nada desde los doce por deseo explícito de Merry, la madre y una de las nietas del dictador Franco, con quien se casó para no molestar a la abuela Polo. Y también por la propia hija influenciada por la mamá y por los aspectos públicos que una prensa sensacionalista facilitaba de un hombre, Jimmy, que no se portaba como debía pero “il faut pas exagérer” porque no molestaba a nadie.
Texto valiente, inteligentemente divertido, ameno, plagado de experiencias y consejos (sin la mínima intención ni interés en darlos), feliz para los nostálgicos de una época, formativo para quienes van a iniciarse en la búsqueda de paraísos. ‘La vida jugada’ se lee con atención y te engancha hasta en esos últimos capítulos, en especial el que cierra el libro donde cuenta una aventura de su tío Enrique Giménez-Arnau y Gran, sobre el encuentro entre Franco y Hitler en Hendaya el 23 de octubre de 1940. Un apéndice curioso sobre el que no vamos a explayarnos para mantener la curiosidad del lector acerca de tan nutritivo y a la vez emocionante texto. Jimmy Giménez-Arnau, impar, rojo y gana.
*Fotografía principal Gtres.
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