La Rioja Alta cumple ciento veinticinco vendimias y es el momento de volver la vista atrás y recordar tantas añadas cuya gloria hizo historia: del 85 al 2001, del 70 al 68, sin dejar pasar ese 64 con el que los riojas ascendieron a los cielos. Son botellas con las que conviene hacerse antes de que la presión al alza de los precios las convierta en motivo de nostalgia. Ya vemos lo que ha ocurrido con Tondonia. Y también estamos viendo cómo el Financial Times y el delirante How to spend it recomiendan la compra masiva de rioja viejo.
No les falta razón en la sugerencia. Riojas viejos como los de La Rioja Alta condensan algunas de las virtudes y sorpresas de los vinos de la zona. Por ejemplo, su portentosa capacidad de envejecer cuando se elaboran al modo clásico. Ese carácter frutal que sabe mantener la tempranillo incluso después de largo tiempo. E incluso la propia oferta de los vinos: en La Rioja hay bodegas industriales con producciones masivas sin aparente demérito de la calidad. Basta pensar que si del Viña Ardanza se pueden poner más de medio millón de botellas en el mercado, también hay años en que –por apego a esa calidad- simplemente no sale. Ha pasado, y no hace tanto.
Otro de los rasgos dignos de admiración en La Rioja Alta ha sido su apego a un estilo propio: una vertical del 64, 68, 85, 89, 98 y 2001, en fecha reciente, nos hizo alabar una continuidad pasmosa. En verdad, ocurre con diversas casas: Tondonia, Riscal, Murrieta. Sin embargo, en La Rioja Alta concurre un acierto extra: mientras otras bodegas en esta última década han puesto todo su afán en vender vinos “de alta expresión”, la casa del 890 ha seguido a lo suyo, a las largas crianzas, las trasiegas artesanales, los coupages clásicos riojanos, las barricas de roble americano ensambladas en la propia casa…
Es de justicia que ese conservadurismo hoy se vea reivindicado. Pero hay que matizarlo: La Rioja Alta ha ido aumentando el viñedo propio –ya posee más de 400 hectáreas- y sus instalaciones, lejos de las telarañas, son modélicas en limpieza. Se trata de apuestas de fondo por la calidad. Y es también una manera de evitarse baches como los que la bodega conoció allá por los noventa.
Otra matización al conservadurismo es que –en buena parte- no es lo que era: del Alberdi al Arana, del Ardanza al 904 o el 890, hoy las crianzas no son tan largas, se busca más extracción, se emplea menos madera vieja… Signo de los tiempos. Pero si las añadas viejas de La Rioja Alta quitan el aliento, la bodega sigue haciendo las cosas tan bien como muestran las cosechas de 2001 o 2004, cuya gloria –es de justicia- también hará historia.
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