Hoy quiero dedicar mis líneas semanales a los viticultores. Esas personas sin las que no tendríamos uvas, sin las que no tendríamos vino. No hace tanto tiempo, en España, la elaboración del vino estaba marcada más por la producción de kilos de uva que por la calidad de la misma. Por eso, toneladas de uvas y millones de litros estaban destinados a zonas donde se especializaban en hacer vinos a granel o parte de otros vinos que ya gozaban de un cierto nombre en el mercado.
En esa España rural, el agricultor que dedicaba sus tierras al cultivo de la vid, esperaba con el alma en vilo que la cosecha fuera muy productiva para poder sufragar el esfuerzo y contar un beneficio que le permitiese vivir de manera digna. Pero no ocurría en todos los casos y había años en los que el precio del kilo de uva nunca era boyante. Más tarde, se le explicó que para conseguir un producto de mejor calidad debía mermar la producción. Menos kilos, más expresión. Pero curiosamente, el precio más o menos, seguía igual.
Ante esta situación, grandes empresas elaboradoras de vino compraban las mejores cosechas a mejores precios con lo que el agricultor se veía beneficiado. Pero, aun así, la descompensación siguió existiendo. Por ello muchos viticultores decidieron reinventarse en hacedores de vino. De su propio vino. Pero los precios de la uva en ciertas zonas son insultantes si tenemos en cuenta el precio del producto final en el mercado. Lo cual lleva a que sea cada vez menos la gente que quiera o pueda dedicarse a la agricultura de la vid para vender a elaboradores.
Cobrar 15 euros por una botella de vino elaborada con una uva que se ha pagado a 50 céntimos es vergonzoso para el agricultor. En Francia, en la zona de Champagne, el kilo de uva se paga a 5 ó 6 euros. Esto garantiza varias cosas: Primero, la calidad de la uva y su estado en óptimas condiciones. Pasar estrictos controles de calidad antes de destinarlos a una u otra elaboración. Y además, el agricultor puede ganarse bien la vida y por ende, cuidar mejor sus tierras, legarlas a sus descendientes y perpetuar la olvidada dedicación a la viticultura.
No hace muchos días, en una jornada profesional en la que se mostraban vinos de una denominación de origen, en uno de los stands, un elaborador de vino entabló una interesante conversación conmigo que versaba sobre la elaboración de un vino con una determinada variedad casi extinguida en su zona y que requería un especial cuidado para poder extraer un producto singular y de calidad. La conversación quedó reducida al precio que tenía que poner al vino. Qué triste conclusión.
Leemos artículos o visualizamos vídeos de lo bonita que es una bodega u otra. Si el packaging de éste u otro vino nos ha sorprendido. Si la firma tal o cual ha lanzado un nuevo vino. Pero todo ello no sería posible sin la viña y sin todas aquellas personas que trabajan todo el año la tierra. Un trabajo muy duro sin el cual, no podríamos disfrutar del vino.
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