Medir el impacto que tiene un complejo de edificios en una sociedad o cultura no es, por lo general, tarea fácil, entre otras cosas porque su contextualización no siempre depende de él mismo, ni de sus autores. Sin embargo, en otras ocasiones es tan sencillo medir la influencia que da pudor. Por ejemplo, cuando se habla del Festival de Cine de San Sebastián, la mayoría de personas piensan en las estrellas del celuloide y se las imaginan dentro del espectacular complejo que da cobijo al encuentro: el auditorio Kursaal.
Este aciago y complicado año no podía dejarnos sin el evento cinematográfico más importante de Europa. Bastante mal lo hemos pasado y, en concreto, el sector del celuloide, como para renunciar a este fantástico acontecimiento. Así, el 68º SSIFF o Festival de San Sebastián ha concentrado a muchísimas caras conocidas, desde el mismísimo Johnny Depp, pasando por el joven Benjamin Voisin, la promesa Amaia Aberasturi, la sólida Blanca Suarez o el veterano Javier Gutierrez.
Pero hablar de cine no es lo que pretende este artículo. Aquí venimos a cobijarnos en la bien hallada arquitectura moderna, esa que utiliza las herramientas de nuestra época para mejorar nuestra forma de entender el mundo, al mismo tiempo que nos envuelve con la maravillosa sensación de confort que tanto nos gusta experimentar.
En 1973 se demolió un edificio llamado el Gran Kursaal, que contenía un casino, un restaurante, salas de cine y un teatro. Después de varios intentos por ubicar otro inmueble en su vacía huella, un estudio de arquitectura ganó un concurso en 1990, dando paso al complejo que vemos hoy en la desembocadura del río Urumea.
Estamos hablando del auditorio y centro de congresos Kursaal, cuya construcción finalizó en 1999, de la mano de las empresas Dragados, Amenabar y Altuna y Uría. El presupuesto total del complejo ascendió a 54,09 millones de euros, lo que en aquel entonces eran unos 9.000 millones de pesetas.
Este dinero sirvió para confeccionar dos edificios: el auditorio, con aforo para 1.806 espectadores y la sala de congresos, con cabida para 624 personas. En números esto asciende a 60.440 metros cuadrados construidos, 49.908 útiles y 13.160 de terrazas y espacios exteriores.
El arquitecto decidió romper la trama urbana y convertir este lugar en elemento de fusión entre lo natural y la ciudad. Es decir, convertir los edificios en accidentes geográficos, reflejando los montes Urgull y Uría. Para ello diseñó dos edificios en forma de cubos, representando dos gigantescas rocas varadas, un exquisito guiño al entorno natural y una genialidad nada predecible.
Además, para redondear decidió que el material envolvente fuera el vidrio, perfecto como elemento intermediario entre los dos mundos.
El auditorio en el que se celebra el festival de cine tiene unas dimensiones de 60 metros de largo, por 48 de ancho y 27 de alto. Su forma rectangular, con una cubierta plana, se inclina levemente dando una sensación de movimiento a la que ayuda la cristalería translúcida y curva del exterior.
Dentro, la sala principal es accesible mediante rampas y escaleras, estas últimas ejecutadas con paneles de acero inoxidable y madera. Además, un fantástico vestíbulo ofrece vistas a la playa de Zurriola.
La sala de congresos posee unas dimensiones de 43 metros de largo, 32 de ancho y 20 de alto. Está ejecutada también con estructura metálica y doble pared y dispuesta de forma que da su espalda al otro inmueble. Debajo de los edificios hay dos plantas de garajes y las áreas destinadas a camerinos, maquinarias, una sala de exposiciones y locales comerciales. Por supuesto, no puede faltar la restauración en el complejo.
En este caso está representada por el restaurante ni neu, con la sombra del chef Andoni Luis Adúriz, guiando las manos de Mikel Gallo en la cocina.
Construir tan cerca de la costa conlleva sus dificultades. La cimentación ejecutada se ubica por debajo del nivel del mar. Esto obligó a colocar debajo de la losa de cimentación una lámina especial soldada y estanca, a la que le realizaron pruebas de estanqueidad en cada una de las soldaduras.
Todo ello mientras se controlaban las entradas de agua de mar para que no impidieran el trabajo. Según los contratistas, se dejaron galerías de ventilación debajo de la losa inferior, que se pueden visitar para comprobar el estado de las mismas regularmente.
En esta maravilla de la arquitectura se emplearon hormigones de 400 kilos de resistencia y vigas prefabricadas, algunas de 36 metros de longitud y 54 toneladas de peso, en las que se ubicaron plataformas de sostén de la maquinaria exterior.
Las cubiertas de las terrazas se ejecutaron sobre enormes vigas en forma de V, una forma muy efectiva y viable de transmitir las cargas dejando grandes espacios interiores. Las fachadas se peraltan por paredes cubiertas de piedra, verdadera materia conectora con la naturaleza, debido a su propia idiosincrasia.
La estructura metálica que mantiene el volumen de los edificios pertenece a la empresa Urssa, la misma que suministró los cristales curvos de la fachada. Los vidrios planos de la parte interior son obra de Cricursa, y la carpintería corrió a cargo de las compañías Blasco y Elorza.
Pero, con todo, seguro que lo que más nos gusta y/o sorprende es la fantástica iluminación LED (siempre Led´s) del edificio. Se trata de la mayor fachada led de España con 1.500 metros cuadrados de superficie. Esto permite un sinfín de utilidades, como la formación del cartel promocional del festival.
El complejo ha sido condecorado con el Premio de Arquitectura Contemporánea Mies Van der Rohe, el mayor honor arquitectónico al que se puede llegar en Europa. Pero desvelemos el secreto, el arquitecto que diseñó las rocas varadas no es otro que Rafael Moneo, el primer premio Pritkzer español y referente contemporáneo de un nutrido de importantes edificios dentro, y fuera de nuestras fronteras.
En fin, nuestras estrellas del celuloide tienen un buen lugar al que acudir a mostrar sus fantásticos trabajos, aún con las incómodas, pero necesarias medidas para prevenir la propagación del Covid-19.
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