Un moderno edificio debe estar conectado con las raíces del entorno del que emerge. “Ni que fuera un ente vivo”, podría pensar algún incrédulo, y no le faltaría algo de razón. Los edificios albergan personas, y éstas introducen la parte natural que le falta al ente construido. Un edificio es como el caparazón de una tortuga, cambiante, crece con sus usuarios, identitario y fiel, el mejor amigo del hombre, está claro.
Desde octubre, los noruegos pueden disfrutar de un espectacular edificio que se funde en el pasado y presume de futuro. Para Oslo es ya todo un referente, no sólo por la ubicación, en su paseo marítimo, sino también por su geometría, que generó cierta controversia debido a su altura. Y es que muchos lo consideraban excesiva para la zona de la ciudad en la que se encuentra: tan sólo 13 plantas, alcanzando unos 57 metros.
Por suerte, nada detuvo la construcción del Museo Munch, cuya idea se gestó gracias a un concurso internacional, ganado por el estudio Herreros, con el arquitecto Juan Herreros y su compañero y socio Jens Richter a la cabeza. Ambos han desarrollado el espectacular diseño que ven tus ojos, y que alberga la colección más grande del mundo del creador del cuadro El grito. En total unos 26.000 metros cuadrados de uso y disfrute, pero no te vayas, que el edificio aún da para más.
El inmueble, ubicado en el barrio de Bjørvika, se desarrolla en vertical, posándose sobre una base en forma de podio, que contiene un vestíbulo que da paso a usos lúdicos, comerciales, culturales y de restauración. De esta forma, el museo se vuelve un elemento social del entorno, dando servicio a otras inquietudes de la población.
Del vestíbulo se asciende hasta la cúspide mediante un enorme escaparate, ascensores panorámicos y escaleras mecánicas que miran a la ciudad de Oslo gracias a enormes vidrieras. Pero, a partir de la octava planta algo cambia. El edificio empieza a inclinarse, formando una reverencia de cinco plantas en la parte superior, y haciendo un reconocimiento a la ciudad. Si esto no es un gesto grandilocuente, no sé qué lo será.
La estrella del inmueble es una terraza/observatorio/restaurante que hará las delicias de todos los visitantes y que, según el propio Herreros, da vistas de la ciudad que se sabía que existían, pero que hasta ahora no se podían disfrutar. La cubierta será, sin lugar a dudas, el vínculo perfecto entre los ciudadanos de Oslo y su propia urbe.
Otro acierto de la edificación es la colocación de chapas de aluminio perforadas en la fachada, con distintos grados de abertura, permitiendo la translucidez, mientras difuminan la luz y los elementos visualizados. Esto da un aspecto enigmático al inmueble, que cambia según el ángulo y la climatología. Por supuesto, estos elementos también sirven como protectores de altas temperaturas, reteniendo en parte el sol directo.
La construcción del edificio empezó en 2016 y ha finalizado recientemente. Los promotores han sido Oslo Kommune y Kultur- og idrettsbygg y el estudio de arquitectura español ha tenido como acompañante a su homologo noruego LPO Arkitekter. En ingeniería destacan las empresas Multiconsult, Hjellnes Consult, Brekke & Strand Akustikk y Rambøll Norge.
El inmueble, además, se provee de todas las herramientas que es capaz para ser considerado un edificio verde. Ha utilizado materiales reciclados, como una parte importante del aluminio de la fachada; se han colocado esclusas de aire para regular la temperatura y la humedad mediante su apertura, ahorrando en refrigeración y calefacción; y la fachada este es la más opaca, evitando así la incidencia solar. En general, se han utilizado criterios de FutureBuilt, pensados para una ciudad y un futuro sostenibles.
El edificio se ha construido con hormigón bajo en carbono, lo que reduce el impacto de carbono entre un 40 y un 80% respecto del hormigón tradicional; y acero reciclado, estimando la vida útil de la estructura en 200 años. Han sido relevantes las aplicaciones de los estándares de la construcción pasiva, reduciendo el consumo energético con ventanas considerablemente aisladas. Por cierto, las fachadas poseen más de 7.000 metros cuadrados de cristal.
La huella de carbono se reduce gracias a la conexión del inmueble con el sistema de calefacción urbano y a una planta de refrigeración de agua de mar. Y por si esto no fuera suficiente, el edificio ha renegado de las plazas de aparcamiento, para evitar que los usuarios se acerquen demasiado con sus vehículos. ¡¡Ni siquiera el personal posee plazas de aparcamiento!!
Obviamente, todos los recursos empleados en la mejora de las construcciones son bien recibidos, sobre todo si estos recursos alargan su eficacia y su vida útil. El Museo Munch es una pieza singular que dará mucho que hablar, aportando 11 grandes salas donde exponer, once enormes espacios con distintas dimensiones para adaptarse a todo tipo de arte. Oslo tiene un nuevo skyline, un nuevo punto de observación y, ante todo, un edificio que dará larga vida a la obra de Edvard Munch.
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