Es un hecho palpable que las ciudades están en constante movimiento, de ahí la dificultad de realizar determinadas innovaciones en ellas. Así, zonas inhabitadas se convierten en espacios de primera necesidad, zonas de uso industrial se convierten en zonas de uso residencial o turístico, y muchos lugares se tienen que reconvertir para adaptarse a las nuevas realidades.
Lejos de parecer un embrollo y un caos, esta realidad de cambio constante supone un reto para los profesionales, para los urbanistas, las administraciones públicas, las empresas privadas y, en último caso, también para los usuarios, que tienen que acoplarse, o no, a las nuevas sinergias. Todo un camino apasionante que, este año, posee en su lista un nuevo edificio reconvertido al presente siglo: la refinería de azúcar Domino.
El frente marítimo de Brooklyn se ha convertido en un paraíso de rehabilitaciones, como ya pasó con el Industry City o el Brooklyn Navy Yard. El edificio de Domino Sugar se ubica frente a la Gran Manzana y tiene unas vistas impresionantes de sus rascacielos más famosos como en One World Trade Center, la torre Jenga o el mismísimo Chrysler Building.
Los promotores Two Trees Management encargaron al estudio de arquitectura PAU la rehabilitación del inmueble respetando su envolvente, pero actualizando su interior. El resultado es una perfecta dicotomía entre el pasado y el presente, mirando hacia el futuro. De la centenaria fábrica de ladrillo emerge una cúpula de cristal que, con respeto reverencial, se mantiene por debajo de la chimenea.
Cuentan en PAU, que el encargo fue generar una arquitectura abierta que conectara con el vecindario y con el plan maestro diseñado para la zona. Al final, han ejecutado un edificio con 42.735 metros cuadrados dentro del armazón de terracota característico de siglos pasados, un elemento tan versátil que su uso era prácticamente insustituible hasta hace muy poco. De ahí que Nueva York, como otras ciudades modernas, tenga ese característico tono rojizo general.
La desalineación de las ventanas en las distintas fachadas fue el primer gran reto al que se enfrentaron los diseñadores. La solución fue separarse al interior unos 3 metros, permitiendo dobles vistas desde las oficinas del interior: a las paredes antiguas y al resto de la ciudad. Además, esto permite una protección integral del nuevo edificio, generando espacios de ventilación y aislamiento térmico.
Se han tardado diez años en ejecutar el edificio, desde su concepción original, hasta la colocación de su última pieza. Una rehabilitación que ha transformado una fábrica de 1884 en una pieza central del entramado urbano actual, completando el paseo marítimo de Williamsburg. A nivel de calle se han transformado varias ventanas en puertas, para permitir la mejor fluencia, e instalar oficinas administrativas, y las plantas altas para oficinas privadas.
La empresa Silman encargada de la estructura explica en su web cómo se realizó un apeo estructural de la fachada original retacando las partes en mal estado para, en una segunda fase, ejecutar la estructura interior con parte de la misma, ayudando al sostén de la estructura de ladrillo exterior. Todo un reto. Los núcleos de comunicación verticales, escaleras, instalaciones y ascensores, se establecen dentro de pantallas de hormigón, siendo el resto estructura metálica y envolvente de cristal.
Con tantos metros cuadrados de uso, el promotor ha incluido en su interior una zona comercial, un gimnasio con piscina cubierta y hasta un vestíbulo con un atrio espectacular de triple planta libre. Además, posee un vestíbulo exclusivo para los amantes de las bicicletas, con un aparcamiento seguro para sus vehículos. Todo conectado con 4.000 metros cuadrados de espacio para eventos al aire libre.
Estos proyectos necesitan siempre muchas manos. La empresa Dencity Works Architecture se encargó de parte de los trabajos, la adecuación de los interiores, la adaptación del proyecto a las normativas urbanísticas y la estrategia de restauración de la fachada de ladrillo. Sin embargo, es notorio que la estrella del inmueble es la cúpula con forma de medio arco. Ésta tiene 2.500 metros cuadrados útiles con vistas de 360 grados sobre el horizonte neoyorquino. Toda una delicia que permanece debajo de la chimenea original.
Otras empresas de calado en el edificio fueron el estudio paisajístico Field Operations que introdujo especies de liquidámbares americanos y robles nativos. Utilizó otras plantas en los espacios entre fachada y edificio nuevo creando un verdadero jardín vertical. El estudio de arquitectura Bonetti/Kozerski architecture diseñó los interiores y la empresa Ettinger Engineering Associates se encargó de la ingeniería.
Por supuesto, un edificio se puede rehabilitar de múltiples formas y, a buen seguro, alguna podría haber sido incluso mejor. Sin embargo, es evidente que este inmueble va a destacar a partir de ahora por dos motivos fundamentales. Primero, por seguir teniendo unos restos de su pasado identificables, y segundo, por ser un espacio moderno de oficinas clase A. Honestamente, sólo tengo una curiosidad. ¿Habrán hecho la chimenea practicable?
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