La Fundación Antonio Gala para Jóvenes Creadores cuenta desde esta semana con un miembro más en su patronato. Se trata de la pintora María Jesús de Frutos, con una dilatada experiencia con los pinceles y una tremenda vocación por captar con ellos la belleza de lo que le rodea.
La artista forma parte desde ahora de esta institución privada, sin ánimo de lucro, volcada en la labor de formar a quienes quieren dedicar su vida a crear. Su sede, sita en el convento del Corpus Christi de Córdoba, recibe cada año centenares de solicitudes para su Convocatoria Internacional de Ayudas a la Creación. De ellas, solo quince privilegiadas pasan el riguroso proceso de selección para formarse en las estancias de la Fundación.
Hablamos de jóvenes creadores de disciplinas como la narrativa, la poesía, la pintura, la fotografía o las artes plásticas, que destacan sobre los demás y tienen madera para dedicarse a su pasión. “Sois privilegiados» -les dijo María Jesús de Frutos a los alumnos de esta promoción tras su nombramiento-, «no solo porque vais a desarrollar un proyecto ilusionante, sino porque estáis conectados, vibrando en la misma energía. Todo el poder y la riqueza está dentro de cada uno de vosotros y en la medida en que sois capaces de expresarlo y dar lo mejor, conectáis con las distintas sensibilidades para disfrute de todos”.
De hecho, el lema de la Fundación Antonio Gala para Jóvenes Creadores tiene mucho que ver con sus palabras. Es un verso del Cantar de los cantares que dice: “Pone me ut signaculum super cor tuum” (ponme como un sello sobre tu corazón). Es decir, que el paso por la Fundación se impregne de tal forma en el carácter de sus alumnos, que ellos mismos se reconozcan unos a otros en el futuro, a pesar de no haber coincidido entre sus muros. Que al verse tengan conciencia de haber compartido un mismo sueño y que reconozcan su estancia en la Fundación Antonio Gala como un paso decisivo para cumplir su deseo de dedicarse para siempre a la creación.
Así lo dijo Antonio Gala: «En el Convento del Corpus Christi, construido y crecido biológicamente en Córdoba, en el siglo XVII, donde durante siglos se levantó la reflexión y el amor más espiritual, se instalarán las ansias, los deseos, los proyectos, el temblor y la luz de jóvenes creadores que llevarán después, vayan adonde vayan, el fértil recuerdo de su estancia. De ahí que el lema de la casa sea un versículo del Cantar de los Cantares: Pone me ut signaculum super cor tuum.
Y así, cuando el éxito, o la mejor plenitud, los embarguen, podrán reconocerse unos a otros. Porque en el mismo lugar se sedimentó y floreció su arte, se produjo y alumbró su solidaridad, se codeó con otros su inspiración, y los invadió la hermosura de la misma ciudad y las caricias exteriores e interiores de un clima semejante. Con todo el fervor de mi corazón así anhelo que sea. Entre otras razones, porque no conozco mejor inmortalidad que la de ser recordado, con afecto y respeto, por quienes nos sucedan”.
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