Personas con personalidad pasiva: cómo son y cómo actúan con los demás
Frustración, resentimiento, culpabilidad y depresión subyacen a una personalidad que se sacrifica para ofrecerlo todo.
“Yo estoy bien”, “No necesito nada”, o “No os preocupéis por mí”. Quizá te suene familiar este discurso, ya que todos conocemos a alguien así, y estas suelen ser sus frases típicas. Se trata de la personalidad pasiva, una forma de ser caracterizada por la renuncia a los verdaderos deseos, y que va sumando frustraciones a lo largo del tiempo y de la vida. Descubre cómo son y cómo te afectan las personas con personalidad pasiva, sobre todo cuando explotan.
Otras frases habituales en este tipo de personalidad serán, por ejemplo: “Yo lo hago”, “Sí”, “Bueno”, “Vale”. Estas u otras palabras de asentimiento y conformidad a lo que diga o pida el otro; todo con tal de evitar la discusión o el confrontamiento. Coloquialmente se suelen describir -con perdón- como que “de tan buenas parecen tontas”. Sin embargo, estas personas no tienen por qué tener nada de tontas y son perfectamente conscientes de los abusos a los que son sometidas. Lo que falla en ellas es la comunicación y la asertividad.
Una relación a veces muy conveniente
Las ventajas de estar con una persona de estas características pueden ser notables: siempre dispuestos a ayudar, harán de las necesidades de los demás las suyas propias, asumiendo la responsabilidad de todo problema de quienes se encuentren en su entorno. Pero la realidad interior de estas personas es muy diferente, ya que no es la bondad lo que les impulsa a actuar como lo hacen, sino la incapacidad de plantarse ante los demás para expresar su voluntad, sus quejas o necesidades.
La paralización ante la dificultad como modelo de comportamiento
Para casi todo existe una explicación. El por qué de una personalidad que por norma se deja llevar, en lugar de hacerse con las riendas de su propia vida, puede obedecer a algunos factores biológicos, pero en la mayoría de los casos habrá un desencadenante en el pasado, y un motivo actual que mantenga el problema.
Una buena analogía la podemos encontrar en el reino animal: Al igual que algunas especies buscan refugio para pasar el invierno, porque no encuentran mejor manera de hacer frente a la adversidad del frío, la personalidad pasiva es aquélla que se paraliza ante las dificultades, en lugar de hacerlas frente. El estilo pasivo de personalidad es una forma crónica de depresión, porque la persona es consciente en todo momento de estar actuando siempre en función de los demás, y de supeditar su voluntad a los deseos ajenos.
El largo camino hacia la pasividad
La personalidad nunca se puede explicar de una forma simple, ni se puede hablar de una forma de personalidad o carácter “puros” (salvo en psicopatologías graves). Lo que sí existe es una gran diversidad de rasgos, muy combinables, y que todos asumiremos en función de las demandas del ambiente.
Además, cada uno de nosotros se sentirá más cómodo actuando de una u otra forma, en función de cómo le haya funcionado a lo largo de su experiencia anterior. En este sentido, para que se dé una personalidad pasiva muy acusada deben existir muchos condicionamientos y un aprendizaje anterior. Eso, y algún beneficio social o psicológico.
Así se llega a la personalidad pasiva:
Por condicionamientos del pasado.
La inhibición en la manifestación de afectos y deseos puede tener algunos motivos que vengan arrastrados ya desde los primeros años:
- No haber tenido modelos adecuados durante la infancia: Es frecuente que estas personalidades hayan tenido padres a los que les costara expresar sus emociones, y que, por tanto, tampoco permitieran al niño una adecuada comunicación emocional en la que poder manifestar sus debilidades.
- Que en su día no valoraran positivamente los comportamientos más adecuados y adaptativos: En estos casos, hablamos de niños que, aunque intentaran mostrar un carácter fuerte ante los demás, no vieron apreciado este tipo de comportamiento en sus educadores, o bien recibieron reprimendas, o una falta de atención tan evidente, que hizo que su comportamiento adecuado desapareciera.
- Una excesiva timidez, tal vez reactiva a algún adulto que le provocara temor o vergüenza delante de otros niños, y lo bloqueó a la hora de poner en práctica unos mecanismos de comunicación afectiva adecuada.
Por ventajas actuales
Las explicaciones de la psicología comportamental son concluyentes a la hora de decir que cualquier forma de comportamiento, por muy nociva que parezca, también obtiene algún beneficio secundario. Las motivaciones que actúan como resorte de un comportamiento basado en la generosidad excesiva pueden ser variadas:
- Las personas que menos se quejan reciben también menos críticas por parte de los demás.
- Su extrema disponibilidad en todo momento y de forma incondicional, los convierte en una especie de comodín a la hora de recurrir en busca de ayuda, por lo que tienen siempre personas a su alrededor y se sienten útiles y queridos.
- Su reputación ante los demás es siempre irreprochable.
Por ventajas futuribles
La personalidad del sacrificio tiene miedo al cambio y le asusta lo desconocido. Aunque la ansiedad ante lo nuevo no es patrimonio exclusivo de este tipo de personas, en ellas se ve agudizado, porque, en general, han optado siempre por un estilo de vida y actuación pasiva en sus relaciones con los demás. Siempre han preferido callar y no tomar decisiones. Un cambio en este sentido supone asumir la responsabilidad de equivocarse, y renunciar a la comodidad de hacer que otros piensen y actúen por uno mismo.
El estilo pasivo-agresivo: Una personalidad de doble filo
Aunque pueda parecer difícil de creer, los “buenos” también hieren. De una manera diferente a la de la mayoría de las personas, la personalidad de la que hablamos daña al otro desde su pasividad. El olvido permanente de necesidades propias lleva con frecuencia a estas personas a mantener relaciones insatisfactorias, en las que tienen la sensación de salir siempre perdiendo.
El malestar les sobreviene cuando empiezan a darse cuenta de que dan más de lo que reciben; y cuando ceden cuando en realidad no quieren hacerlo, sintiéndose a la vez egoístas y culpables por sus sentimientos. Esto hace que acumulen hostilidad contra quienes les rodean, y esta hostilidad terminará saliendo a la luz, tarde o temprano, a través de agresividad contra esa persona. Sin embargo, y debido a su enorme tendencia a la represión de cualquier comportamiento motivado por la emoción o por “el nervio”, su forma de agresividad será frecuentemente pasiva.
El estilo pasivo-agresivo tiene una manera muy particular de atacar o de fastidiar al otro. Su “venganza” vendrá siempre disfrazada de la bondad propia de su comportamiento habitual, lo cual confundirá doblemente a los que conviven en su entorno, quedando la relación doblemente dañada. En general, las formas nocivas de defenderse ante los demás serán omitiendo comportamientos, siempre mediante estrategias indirectas y sin perder nunca del todo los nervios.
Ejemplos de agresión desde la pasividad: no contestar cuando le hablan o llaman u olvidarse de hacer algo importante con lo que contaba el otro. O hacer las cosas, pero hacerlas mal, para fastidiar. En general, sus comportamientos serán supuestamente justificables de forma que no se puedan recriminar, pero podrán tener graves consecuencias para el otro. Y todo ello con mala cara, desde la queja y la hostilidad.