Ángel de la Peña, el surrealismo abstracto del siglo XXI
Afortunadamente, aún quedan espíritus libres que reivindican un verdadero mecenazgo ajeno al marketing y a las modas. Hoy conocemos a uno de ellos.
El mercado del arte mueve millones de dólares en todo el mundo y se ha convertido en uno de los mercados emergentes de inversión e ingeniería financiera. Bancos, los más importantes fondos de inversión y coleccionistas de todo el mundo se han lanzado en los últimos años a la adquisición de obras de artistas que, consideran, se revalorizarán con rapidez. Este espíritu inversor ha llevado a muchos artistas a olvidar la otra cara del arte, aquella más íntima y personal, la estética entendida por el artista sin dejarse llevar por las tendencias. El arte entendido única y exclusivamente como una forma de generar dinero ha favorecido la aparición en escena de nombres, no exentos de polémica, cuyo equipo son grandes profesionales del marketing y la publicidad, consiguiendo cotizar su obra por millones de dólares.
Sin embargo, aún quedan espíritus libres que reivindican un verdadero mecenazgo ajeno al marketing y a las modas. Hoy en El Rincón de Carla descubrimos a uno de ellos. Ángel de la Peña estudió arquitectura pero muy pronto decidió dedicar su vida a la pintura. En 1987 fue finalista de uno de los premios más prestigiosos del panorama artístico, Blanco y Negro. Ha expuesto en miles de galerías por todo el mundo, colecciona premios y medallas y su obra se encuentra en importantes colecciones privadas en España y en el extranjero, así como en museos, embajadas e instituciones. No en vano, fue el primer español que expuso en el Museo de Escultura de Shangai con la prestigiosa galería Artincapitals Art Gallery.
Pero Ángel de la Peña jamás ha realizado un encargo. Esto define a la perfección su idea de pintor libre. Le pregunto cómo define su obra, ni siquiera eso le importa. Algunos la definen como abstracta, pero él no se basa en algo real para abstraerlo, él no es un expresionista. De la Peña dibuja lo que le pide su subconsciente. ¿Estamos quizá ante un surrealista abstracto? Dalí, Miró y Juan Gris en la coctelera y como resultado un refresco con alma, corazón y vida: Un cóctel realmente interesante, El cóctel Ángel de la Peña.
Él quizá no se de cuenta, su humildad le impide ver el poder de su obra. Una obra que admira desde el primer momento en que coloca el lienzo en el suelo y, tras prepararlo, como hacían los maestros clásicos, se pone pincel a la obrano sin antes, y de nuevo al igual que los clásicos, hacer una metódica investigación. Luego llegará el acrílico para dotar de vida a ese lienzo que espera rendido en el suelo. Admira lo complejo y difícil que resulta crear algo de la nada. Pero parte de una base incorrecta, ni siquiera ese lienzo recién preparado es nada. Es el origen de su arte. Y eso no lo tiene cualquiera.
De espíritu mediterráneo, adora los clásicos: Grecia, Egipto, Roma… influencias que se transforman en pinceladas de colores primarios y formas que recuerdan a peces, animales y símbolos egipcios. El origen.El surrealismo abstracto de Ángel de la Peña le convierte en un artista diferente en todos los sentidos. Rebelde con causa, libre por encima de todo. Reivindica que el artista encuentre su propio lenguaje con el que expresar al mundo. Un estilo único con el que se identifique la obra con el autor. Porque son un todo en uno, sin aditivos, sin tendencias, sin marketing.
Ya lo decía Coco Chanel, a todos nos gusta mucho su frase y sin embargo no siempre la aplicamos: «La moda pasa, el estilo permanece».Copiar es muy fácil, me asegura De la Peña en su estudio. Un espacio de caos ordenado. Bien podría ser uno de sus cuadros. Sencillos, pocas figuras, pocos colores y, sin embargo, cuánta vida, cuánto misterio. El meticuloso caos del genio.
Hablar con él es un no parar de aprender, mejor aún, de reflexionar. En el entorno de su estudio es fácil entender lo que quiere explicar. Lo complicado será cuando salgamos de ese paréntesis de creatividad. Aún más complicado es explicarlo con letras. La pintura, la escultura, el arte en general deben hacernos meditar. Admirar lo que estamos viendo y generar en nosotros una inquietud que nos lleve a la admiración pero también a la reflexión. Me divierte cuando reconoce que pinta sin importarle saber qué pinta, simplemente lo que le pide su subconsciente y una vez terminada la obra, la interpreta. ¿Se interpreta a sí mismo? ¿Se va conociendo mejor con cada cuadro terminado? Sin duda, Freud y él harían buenas migas.
Le pido que me explique su obra. No lo hace jamás, como tampoco hace encargos. Si él es libre a la hora de pintarla, el espectador ha de ser libre a la hora de interpretarla. Ángel de la Peña pinta con honestidad, la honestidad de su propio carácter. Coherencia pura. Como la unión que debe haber entre estilo pictórico y técnica utilizada. Su trabajo no va dedicado a satisfacer el mercado, sino a aquellos ojos que quieren verlo, entenderlo o no, simplemente para quien quiera valorarlo. Reconoce que esta coherencia intrínseca a su filosofía de vida es una decisión difícil, pero que le da grandes satisfacciones. Quiere ser rebelde y buscar la libertad por encima de todo. Huye de la pautas del mercado pero también de galerías y marchantes. Nadie le marcará su ritmo. La libertad es el origen de la felicidad y el pilar fundamental de su vida, eso sí, junto a un altísimo nivel de auto exigencia y trabajo.
Quizá estemos ante el nuevo surrealismo abstracto del siglo XXI. Pero lo que es cierto es que estamos ante un clásico moderno. Un espíritu libre en un mundo encorsetado. *Fotografías: Carla Royo-Villanova.