En España tenemos un patrimonio histórico que deja sin sentido a viajeros de medio mundo. Monumentos, edificios e incluso pueblos enteros que, de un tiempo a esta parte, incluso nosotros estamos empezando a valorar como merecen. Porque pisar, disfrutar e incluso alojarse en edificios con un pasado interesante y un presente prometedor es un lujo del que cada vez más destinos pueden presumir.
Uno de ellos es Brihuega, un coqueto pueblo de la Alcarria conocido por los campos de lavanda y con una riqueza histórica espectacular. Allí se erige desde hace aproximadamente un año el primer hotel de cinco estrellas de Guadalajara. Hablamos, por supuesto, de Castilla Termal Brihuega, un hotel balneario de 78 habitaciones cuyos muros hablan de pasado e invitan al bienestar.
El imponente edificio se inauguró en el año 1750 y funcionó como Real Fábrica de Paños hasta 1936. Lo que significa que durante casi dos siglos fue un importante motor económico para el pueblo de Brihuega y para toda la provincia de Guadalajara.
La herencia de su actividad, que también acogió 86 telares, está presente en todos sus rincones. De hecho sus estancias y habitaciones se han adaptado a la estructura primigenia del edificio, combinando una decoración actual con elementos de la época.
Así, su imponente entrada, diáfana y luminosa, recuerda irremediablemente al paso de los carruajes y las caballerías del siglo XVIII. Y una vez dentro, el sobrio recibidor – con un escudo y un portón históricos – da lugar a un amplio patio central bautizado como ‘La Redonda’. Una plaza antaño centro neurálgico y distribuidor de estancias de la fábrica -salas de tinte, prensa e hilado- y ahora espacio gastronómico del establecimiento.
Bajo su espectacular cúpula acristalada se suceden las mesas para desayunos, comidas y cenas, así como la barra de cócteles y bar. Todo custodiado por un tilo hiperrealista de gran belleza (y 9 metros de altura) obra de un artista local.
Un homenaje a la identidad de la zona que también se puede degustar en los platos de cocina tradicional y moderna de la carta, en los que predominan los productos autóctonos de la Alcarria.
Y alrededor de la plaza, dos pisos con ventanales a la misma cuyos monacales pasillos albergan muchas de sus habitaciones. Estas se dividen en tres categorías (superior, deluxe y junior suite) y comparten una exquisita y acogedora decoración, acorde al pasado del edificio, de un estilo rústico e industrial.
Muros de piedra vista, techos altos y abovedados con vigas de madera, ventanas con grandes cortejadores y mobiliario de colores neutros son sus ingredientes para invitar al huésped a una estancia basada en el descanso y el bienestar.
Y es que esta parcela, la del wellness, es otro de los bastiones importantes de Castilla Termal Brihuega. El hotel cuenta con una amplia zona dedicada al relax con una gran piscina de chorros, otra exterior más pequeña y 11 cabinas de tratamiento donde, cómo no, el pasado también vuelve.
No solo físicamente, con tinas originales del siglo XIX, arcos de piedra y una gran apuesta por la luz natural; sino también en sus rituales y programas de bienestar. De hecho, el más demandado tiene el nombre de ‘1750‘, año de apertura de la fábrica, y se realiza con paños y aceite artesano de lavanda. Sin duda una mezcla de naturaleza e historia omnipresente dentro y fuera de los muros del hotel.
Porque fuera, su cuidado jardín versallesco acondicionado por paisajistas invita a la contemplación, al paseo y al deleite. Sus tres fuentes históricas, su gran pajarera y sus verdes pasillos custodian el mirador sobre el valle y el pueblo de Brihuega. El mismo que enamoró a Camilo José Cela en los años 40.
De él habló en ‘Viaje a la Alcarria’ diciendo que era “un jardín romántico para morir de amor”. Desde luego, ahora no está pensado para morir de amor pero sí para evadirse del mundanal ruido, apostar por lo esencial y dejarse seducir por los pequeños placeres de la vida. Detalles que tienen mucho que ver con la fortísima política de sostenibilidad muy presente en el edificio.
Con todo, no quedará duda de que Castilla Termal Brihuega es, por méritos propios, un destino en sí mismo. Pero es que además cuenta con el beneplácito de situarse en un pueblo riquísimo tanto en historia como en naturaleza y gastronomía. Una joya histórica a una hora en coche desde Madrid en la que el mundo y los relojes se paran en cuanto llegas allí.
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