Buena parte de la aristocracia europea y de la aún llamada jet-set sigue eligiendo Saint-Tropez como destino vacacional. Una villa de poco más de once kilómetros cuadrados cuya historia cambió en el momento que Brigitte Bardot protagonizó el rodaje en sus calles de Y Dios creó a la mujer.
Era 1956 y en aquel pueblo costero apenas residían unas cinco mil personas todo el año. Ahora, con una población estable que apenas supera las ocho mil personas, acoge durante el verano a unos cinco millones de visitantes.
Todos ellos buscan entre sus estrechas calles tranquilidad, diversión, buen clima y buena gastronomía para disfrutar de unas vacaciones inolvidables.
E impregnarse, por qué no, de la esencia que enamoró a mitos como la citada Bardot, Romy Schneider o Catherine Deneuve. Pero también Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvoir o Picasso disfrutaron de sus rincones.
Hace pocos días llegaban hasta allí María Chiara y María Carolina de Borbón-Dos Sicilias, las hijas de los duques de Castro y primas de la princesa Leonor y la infanta Sofía. Alexandra de Hannover, hija de Carolina de Mónaco y Ernesto de Hannover ya disfruta de la localidad desde hace unas semanas.
Y Jared Leto también se ha dejado ver por Saint-Tropez.
Buena parte de las tendencias del verano salen precisamente de las calles de la localidad. Y es que Saint-Tropez es un destino elitista que no escapa por supuesto a las grandes marcas. Balenciaga acaba de abrir una tienda efímera allí y Louis Vuitton acaba de abrir su primer restaurante de la mano del chef Mory Sacko.
Su hotel más lujoso es Byblos, un lugar donde se hospedan la gran mayoría de famosos que no poseen casa propia en la localidad. Cuentan que por sus habitaciones, restaurante o playa privada han pasado temporadas con mucha discreción los Beckham o el propio Mick Jagger.
Antes de que la mismísima Brigitte Bardot popularizara su nombre, fueron los artistas del movimiento post-impresionista los que se alojaron en ella. Sus lienzos dieron a conocer una imagen que se ha mantenido fiel a sus costumbres.
Aparte de su bello patrimonio histórico o su ciudadela con vistas al golfo, Saint-Tropez posee un extraordinario mercado provenzal tradicional. En él se pueden adquirir como antaño productos de la comarca, incluido un excelente pescado fresco.
Su museo de pintura sigue sorprendiendo a un visitante que llega atraído también por la belleza de la playa Pampelonne o por el ambiente acogedor en las terrazas de los bares. Allí donde los visitantes gustan de charlar en unas veladas casi eternas.
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