Lanzarote es la isla más antigua del archipiélago canario. Las Islas Canarias, nacidas de volcanes marinos tras la colisión de dos placas tectónicas son una sorpresa. Afortunadas, bellas, sorprendentes, únicas, insólitas… De todas ellas, Lanzarote es la más inquietante. Decenas de volcanes y cráteres de los más insospechados colores. Tierras oro, ocre, amarillo, naranja, caldera, rojo, negro, marrones en todas sus gamas. Montañas salpicadas por pueblecitos blancos con las puertas y ventanas pintadas de azul o verde. Alguna palmera insolente desperdigada.
Solo hay árboles en los pueblos, en donde los vecinos riegan. Buganvillas que son árboles de colores en medio de un paisaje lunar. Timanfaya es el gran parque nacional de Lanzarote. Cuenta con unos 30 conos volcánicos y este gran espacio de la naturaleza está catalogado por la Unesco, desde 1993, con el distintivo de Reserva de la Biosfera.
César Manrique, genial escultor, pintor, pensador y re-inventor del marketing de la isla es la seña insigne, también, del Timanfaya. Su “Diablo” se levanta en el corazón del parque natural para deleite de turistas. El pollo se hace a fuego lento gracias al calor de la lava a 600 grados. Y comes el pollo en un restaurante cuyas vistas quitan el hipo.
Lo más parecido a la soledad es el paseo por las laderas del Timanfaya y sus volcanes. Doscientos años después de la última erupción comienza, poco a poco a surgir la vida. Poca vida, aunque según cuentan hay más de 100 especies autóctonas de la isla.
Lanzarote tiene espectaculares complejos hoteleros, el más famoso, el hotel la Sardinia en Costa Teguise, otro invento- encargo a Manrique. Ahora en manos de Meliá, es un súper lujo de 5 estrellas solo para adultos. Pero si lo que buscas es ir en familia, hay una casa emblemática en Haría, en el norte de la isla, el pueblo del mítico Manrique, sencillamente encantadora.
Villa Delmás era la vivienda de uno de los pro-hombres del norte de la Isla, ahora maravillosamente regentado por Alejandro, un hombre cuyo reino no es de este tiempo.
Típica casona canaria, con enorme jardín y piscina. Las habitaciones son amplias y decoradas al estilo lanzaroteño de la época colonial. Altísimos techos y suelos de madera. Posee un corredor que se abre a un patio interior en el que se descubren las plantas más preciadas de la isla, los cactus. Allí Alejandro da de desayunar en la sala del piano- bar de la casona. No da comidas ni cenas, un bread and breakfast de lujo.
La villa emblemática en el corazón del no menos emblemático pueblo norteño de Haría, promete días cálidos y noches fresquitas, si has leído bien, entre 15 y 17 grados. Hay quien duerme con manta en pleno verano, y una de las ventas estrella son los jerséis.
En Haría, además de la casa de Manrique y de disfrutar de su nave taller, hay que perderse en su plaza mayor y en un restaurante que, como Alejandro, no es de ese mundo: Tacande. Comida de autor para paladares exquisitos con vistas al volcán la Corona… el volcán donde comenzó todo hace miles de años.
El menú de la noche es degustación, y es sencillamente magnífico. Productos de la tierra que, por su propia naturaleza, tienen sabores fuertes. Mar y tierra fusionados para un público que busca algo más que la típica comida internacional o el chiringuito de playa. Es un restaurante caro, pero merece la pena. Quizá sea el único de esas características en toda la isla. Eso si, ir a cenar exige dormir en la villa de Haría porque las carreteras, aunque tienen buen firme, son tan explosivas como sus volcanes. Si bebes, no conduzcas.
Y en Lanzarote hay que beber, y preferiblemente el vino blanco de El Grifo. El animal mitológico da nombre a una de las bodegas más antiguas de España, de 1776. Fueron los monjes, como casi siempre, los primeros que empezaron a hacer vino en la montaña del volcán. Vides que dan color a la arena negra de las laderas.
En aquel entonces los camellos eran los encargados de llevar las uvas hasta la bodega. Uvas que probablemente viajaban en cesto de palma, como los que aún hace Eulogio, el cestero más famoso de la isla. 89 años de vida dedicada a transformar hojas de palma seca en cestos y lámparas. Un arte maravilloso a punto de extinguirse “No hay jóvenes que quieran seguir con estas profesiones artesanales”, dice Eulogio, cuyas manos trabajan sin descanso de sol a sol. Sus hijos no quieren que siga haciendo cestos, pero él se aburre si no los hace.
Nuestros abuelos estaban hechos de otra pasta, o la pasta de la que estamos hechos nosotros es una porquería comparada con la suya. Solo por conocer a Eulogio ya merece la pena visitar Haría.
Merece la pena visitar las bodegas de El Grifo, cada año reciben a más de 80.000 personas que nos visitan para vivir una experiencia inolvidable en una bodega y entorno incomparables en la isla de Lanzarote.
El Grifo se constituye como la bodega más antigua de Canarias, la quinta más antigua de España y la única bodega conocida que ha producido vinos durante casi 250 años sin interrupción. Tras los monjes, la erupción volcánica y la consiguiente devastación, surgió de nuevo la bodega. Mantienen algunas vides del siglo XIX que maduran en la ladera y son vendimiadas a mano, una por una. El fuego, el viento y la roca, crean unas condiciones extremas de las que nacen unos vinos con un marcado carácter y personalidad.
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