Termina la semana de la moda por excelencia, París, con las propuestas más chic para el próximo otoño invierno. Pero al margen de las colecciones, las firmas más exclusivas tienen un claro objetivo, invertir importantes cantidades de dinero en la escenografía para ser más mediáticos y garantizar el éxito de los desfiles. Al fin y al cabo, la pasarela es la presentación de un trabajo de muchos meses a invitados y clientes. Un desembolso económico que sólo pueden permitirse las casas más poderosas del planeta como, por ejemplo, Chanel.
Una vez más, Karl Lagerfeld, director creativo de la firma, ha vuelto a sorprendernos con una puesta en escena muy parisina, en un claro homenaje a Gabrielle Chanel, no sólo por los diseños de la colección, sino porque también a mademoiselle le encantaba quedar con sus amigos en este tipo de locales.
El Grand Palais, lugar de referencia para los desfiles de la maison, se ha rendido a la creatividad del Káiser convirtiéndose, en esta ocasión, en una enorme y elegante brasserie francesa, llamada como la fundadora de la casa. Ingenio y audacia no le faltan al maestro alemán que sabe rentabilizar el arte de la costura tanto en Prêt à Porter como Haute Couture.
Al igual que en anteriores desfiles, nada sucede al azar, todo está estudiado al detalle, recreando a la perfección cada rincón. Camareros uniformados, bollería francesa, hasta los invitados podían desayunar, en sus mesas, mientras veían desfilar.
El káiser vuelve a revolucionar la manera de concebir la moda sirviendo un menú de lo más exclusivo en la brasserie Gabrielle de París. Faldas lápiz realizadas en tweed o en tartán combinadas con jerséis de lana, chaquetones deportivos, abrigos de tres cuartos realizados en lana de angora, mosaicos bizantinos, clutchs con tenedores y cucharas… un modelo de bolso cubierto por platos blancos de postre y otro que simulaba la carta del restaurante.
Un sinfín de ideas, propias de un genio como Karl Lagerfeld que en cada desfile nos traslada al universo Chanel sin olvidar el espíritu de Cocó. Una estrategia de negocio que le ha servido para llevar más de 30 años al frente de la maison. La casa, propiedad de la familia Wertheimer y reacia a proporcionar números, está presente en los barrios más elitistas de las principales capitales del mundo y podría estar valorada en 14.000 millones de euros.
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