Con la llegada de San Valentín se desatan algunas emociones y son muchos los que aprovechan para reflexionar sobre el papel del amor en su vida. En la fiesta más odiada por los solteros celebramos el amor de tipo romántico, ese que comienza con una pasión irrefrenable y pasa a convertirse después en un sentimiento más sereno.
Mientras que a unos les parece pan comido lo de concatenar amores apasionados a golpe de “un clavo saca otro clavo”, a otros les resulta más difícil encontrarlo y, sobre todo, mantenerlo. Y es que, en realidad, son asuntos diferentes. Esto nos lleva a preguntarnos si el amor es una respuesta impulsiva y pseudo-refleja o si, por el contrario, el amor se puede provocar.
Por más singles declarados que haya, la realidad es que son muchos los solteros que lo son sin convicción y porque sienten que “no han tenido suerte” o que “en su momento no salieron bien las cosas con alguna pareja.” Estas personas están bien con su vida y no suelen darle muchas vueltas al tema.
Pero en el fondo más de uno envidia secretamente a las parejas de su entorno y la vida que han conformado en torno a un ambiente más tradicional, hijos incluidos. Sólo cuando oyen hablar del divorcio de estas parejas se alegran de no haberse casado ellos mismos, autoconvenciéndose de que su soltería es la mejor opción.
Al hilo de las reflexiones íntimas y privadas de los solteros sobre por qué están solos, conviene señalar que en el asunto del amor, al igual que en la mayoría de las cosas, también hay que ponerle voluntad. La elección de pareja es, de hecho, una de las decisiones más importantes en la vida. Para empezar, se apuesta por caminar en compañía en vez de hacerlo solo. Tomar esta decisión es más difícil de lo que parece y requiere una reflexión anterior en la que uno mismo tome conciencia de sus necesidades y deseos:
Si se desea encontrar pareja, aclarar estas cuestiones será fundamental en la medida en que nuestras expectativas y deseos están basados en la imagen que tenemos de nosotros mismos. Por ello, el hecho de estar solo o de tener pareja no suele ser por casualidad, sino porque se falla en alguno de los primeros pasos en relación a la voluntad real de comprometerse.
El amor romántico se suele presentar sin avisar, pero “casualmente” sólo sucede cuando se está preparado y receptivo. En su primera fase, la del enamoramiento, se presentan síntomas de distorsión de la atención que se centran exclusivamente en el ser amado, minimizándose u obviándose todos sus defectos. Asimismo, el efecto novedad produce un potente deseo sexual. Ambas cosas, la focalización de la atención y la atracción física, son respuestas naturales y esperables en todos nosotros a partir de la edad en la que somos fértiles.
El impulso de enamorarse y desear a alguien forma parte de nuestro repertorio biológico más instintivo y responde a la llamada natural a la perpetuación de la especie. Tanto es así que según la psicología evolucionista, los humanos, como especie, buscamos como fin casi último en la vida la transmisión de nuestros genes y en suma, el dejar descendencia.
Revisadas las cuestiones anteriores sobre si existe o no una voluntad real de emparejarse, hay que preguntarse también si uno está dispuesto a hacer algo al respecto. Esto quiere decir, si se está por la labor de esforzarse relativamente. Al fin y al cabo, comenzar una relación con visos de larga duración conlleva un esfuerzo y un trabajo inicial. Por poner unos pocos ejemplos, para enamorar a otra persona habrá que incorporar nuevos comportamientos: quedar a menudo, hacer cosas bonitas por el otro y serle fiel.
Salir con alguien supondrá alterar algunas de nuestras costumbres, renunciando con frecuencia a cosas que antes nos gustaba hacer en solitario, para empezar a compartir con el otro nuestro tiempo, espacio y recursos materiales. En muchos casos sí que existe un deseo romántico de emparejarse, pero es en realidad es casi platónico, ya que a la hora de la verdad, cuando llega el momento de poner toda la carne en el asador, el soltero patológico se echa para atrás porque no quiere renunciar ni cambiar nada en su vida.
Otra de las razones por las que se falla a la hora de encontrar pareja está en la falta de autoestima. Tengamos en cuenta que el amor propio es el primer idilio que debemos mantener, porque es lo que vamos a reflejar a los demás. La falta de seguridad en nosotros mismos nos hará resultar mucho menos atractivos para los demás, por lo que seremos menos competitivos a la hora de precipitar interacciones facilitadoras del amor romántico. En términos coloquiales, ligar será siempre mucho más difícil con una carta de presentación que anuncie una baja autoestima o la sensación de falta de valía.
En relación con este último aspecto suele estar la falta de habilidades sociales a la hora de ligar. Sin embargo, hay que saber que no hay que ser un Donjuán para tener pareja, y que este tipo de dificultades se pueden tratar de resolver en el psicólogo. En una terapia psicológica se dotará a la persona de herramientas para ir solventando estos primeros obstáculos a la hora de romper el hielo y conseguir citas.
El amor no caduca, aunque evoluciona. El deseo físico inicial se convierte en una relación más madura en la que cobran más importancia los proyectos y la calidad de los momentos que se comparten. Lo de “los polos opuestos se atraen” es un mito, ya que en general las parejas que mejor funcionan son las que están de acuerdo en los valores importantes. Por ejemplo la forma de vida que se quiere tener, los principios morales, las aficiones o la decisión de tener o no tener hijos.
Los desacuerdos en estas cuestiones suelen pronosticar el final del amor una vez se apaga la llama de la pasión. Por ello, para que las cosas tengan mayor probabilidad de funcionar, lo mejor es tratar de juntarnos con alguien afín a nosotros y con quien tengamos cosas en común.
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