Diana se divorció hace ya cinco años. Después de eso, tuvo varias relaciones fallidas, pero no tardó en rehacer su vida sentimental. Lo hizo junto a un hombre viudo con tres hijos. Sumados a los suyos, son cinco niños los que, junto a ellos, componen hoy en día una nueva unidad familiar.
Lo que se conoce en psicología como una familia reconstituída o familia reunificada o ensamblada. Sin embargo, no ha sido fácil llegar hasta aquí. Si tú también te has divorciado, seguramente te surgirá la duda de cómo tratar a los hijos de tu nueva pareja y qué esperar de su comportamiento y actitud hacia los tuyos propios.
El caso de Diana no es aislado. Casi todos los padres divorciados, en su camino hacia rehacer su vida afectiva, pasan por la dificultad adicional de aceptar las cargas familiares de su pareja potencial. Y, por supuesto, de que esta nueva media naranja acepte las suyas, además de acatar ambos la influencia de los “ex”, que al fin y al cabo son los verdaderos padres. En la situación concreta de Diana, este papel recae sobre los abuelos maternos. Como veremos, las opciones son múltiples.
Cuando se pretende volver a tener una pareja tras el divorcio, es fundamental tener el tema de los hijos del otro muy presente. Sobre todo, si lo que se busca es una nueva convivencia marital (haya matrimonio o no) en el sentido tradicional de la palabra: dos adultos con la presencia de hijos en la casa. Si se desea, en suma, formar una nueva familia.
Desde que se aprobó la ley del divorcio en España en 1981, podemos afirmar que han surgido nuevos modelos familiares. Tantos, que quizá no merezca la pena ni poner etiquetas. A la típica familia nuclear que hemos conocido boomers y millennials, se han sumado nuevas configuraciones, y hoy por hoy la diversidad familiar es notable.
Biparental, monoparental, homoparental, familias compuestas, de acogida, adoptante, familia extensa… Las opciones son múltiples; quizá demasiadas como para perder el tiempo en categorizarlas. En vez de esto, debemos centrarnos en la esencia de la familia como tal.
Así lo explica la psicóloga Aránzazu Cámara, psicóloga clínica, mediadora y coordinadora parental en Protección de Menores en entidad privada para el Ayuntamiento de Madrid. «Todas ellas son familias, aunque no respondan a ese modelo tradicional. Sólo cambia la estructura, pero mientras respondan a la función que ha de tener la familia, pueden ser consideradas como tal. Si caemos en prejuicios e ideas preconcebidas, reduciremos la riqueza de esta diversidad familiar».
Cuando se forma una familia reconstituida, o lo que es lo mismo, cuando dos padres divorciados con hijos propios deciden vivir bajo el mismo techo, pueden surgir algunas dificultades adicionales en la convivencia. Como dice Cámara, “todos llevamos la mochila educativa de nuestros padres, que vamos llenando con la familia que nosotros mismos vamos formando”. Y cuantas más mochilas haya, más podrá complicarse todo, planteándose nuevos retos y adversidades.
«Cuando se forman estas llamadas familias reconstituidas o ensambladas, se hace a partir de una pérdida (duelo por separación o duelo por fallecimiento). Sólo con este punto de partida, ya se juega con desventaja en relación a una familia nuclear tradicional«, señala la psicóloga.
«Ya ha habido un rodaje previo, una historia familiar vivida que, según esté elaborada, servirá de protección para una buena convivencia. Si la pérdida no está suficientemente resuelta, las dificultades se van a ir proyectando en el día a día y trasladándose a situaciones triviales que pueden acabar instalándose y constituyendo un verdadero conflicto», añade.
Sin embargo, también señala un elemento muy positivo como clave en la formación de las familias reunificadas: «La fortaleza, consistencia y coherencia de la pareja, del proyecto familiar de esta unión sentimental». Igual que hablamos de la pareja, debemos hablar de los hijos de cada uno de los miembros de esta pareja. ¿Cómo viven los niños toda esta transición hacia una nueva unidad familiar?
Lamentablemente, no existe una única respuesta a esta pregunta, ya que depende de varios factores, como enumera la experta. «Esto depende de la edad, del momento evolutivo de cada uno y de cómo haya elaborado esa pérdida anterior; además del apoyo de la familia de origen y de la extensa. Influye cómo se les haya preparado antes de la convivencia en familia; qué vinculación o relación previa han mantenido con la nueva pareja con la que conviven; y qué mensajes reciben, en el caso de las separaciones o divorcios, del otro progenitor».
Lo que sí se espera en casi todos los casos es una evolución, presumiblemente a mejor, y condicionada por la gestión de la situación por parte de los adultos o nuevos progenitores. «Es normal y adaptativo al inicio de la convivencia que haya una mayor dificultad para que cada uno vaya marcando su rol y su lugar en la nueva familia. Dependerá la evolución en gran medida de la fortaleza de la relación de ambos adultos y de la vinculación que vayan teniendo con sus hijos y los de su pareja», aclara Cámara.
Cualquier cambio puede producir estrés en las personas, pero aún más en los niños, que son todo emoción, y a menudo no saben expresarlo, ni mucho menos gestionarlo. Como experta en protección de menores, Aránzazu Cámara nos hace algunas observaciones y da los siguientes consejos:
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