El aislamiento no ha hecho más que empezar. Nos quedan por delante semanas duras de limitaciones, anhelos, soledad y, por qué no decirlo, también de algo de tristeza y de frustración. Esta experiencia solo se ve alentada por el espíritu de la solidaridad y el compañerismo. Hemos sido llamados a ser responsables, y tanto la ética personal como la política institucional – no olvidemos que nos encontramos en pleno Estado de Alarma – nos obligan a ello.
El horizonte es halagüeño, eso también debe motivarnos: el control de la pandemia es posible, la evitación del colapso del sistema sanitario también. Pero el objetivo que perseguimos solo puede ser entendido como el resultado de un complicado proceso en el que algunos han de tomar decisiones drásticas (de consecuencias muy trascendentales en el corto, medio y largo plazo, inconmensurablemente difíciles de tomar como para estar ya con la crítica de que tenían que haberse tomado antes…) y otros hemos de ser constantes en el mantenimiento de las normas que se nos impongan.
«Es momento de ser flexibles y remar en la misma dirección»
Este es el escenario al que TODOS nos enfrentamos, sabiendo que toda renuncia y toda incomodidad es poca en comparación con las vidas que pueden salvarse y con el sufrimiento que puede ahorrarse. La inmensa mayoría de las personas no nos tomamos esto en serio por nosotros – que tampoco hacemos mal en protegernos, dicho sea de paso – sino principal y prioritariamente lo hacemos por los más vulnerables, por aquellos para quienes la enfermedad que el COVID-19 provoca puede ser mortal. Y también, por supuesto, por los sanitarios que han de velar por su supervivencia y cuidar de todos nosotros, sin perder de vista su autocuidado.
En los próximos días y semanas escucharemos quejas, reproches y críticas de todo tipo. A algunos por no seguir las normas, a otros por sus comportamientos imprudentes o incoherentes, a los políticos por no tomar algunas decisiones o no tomarlas a tiempo, etc. Pero, si nos fijamos bien, con nuestras inseguridades nuestras dudas y nuestros titubeos, en general, todos estamos haciendo las cosas bien. No es momento de señalar al vecino sino de hacer lo posible por ser flexibles y remar todos en la misma dirección.
«Nos cuesta horrores cambiar nuestros hábitos»
¿Saben ustedes cuánto tiempo y esfuerzo cuesta cambiar un hábito? ¿Han analizado ustedes alguna vez la inmensa cantidad de resistencias que se activan en todos y cada uno de nosotros cuando somos confrontados frente a nuestras propias disonancias? ¿Se hacen a la idea de lo potentes que son los impulsos, los deseos y las emociones en general? ¿Se han parado a pensar en lo mucho que cuesta mantener eso a lo que tan alegremente nos referimos como «fuerza de voluntad» y que, en el fondo, tiene más de inercia que de voluntad?
Los psicólogos sabemos mucho de esto: de resistencias, de auto boicot, de tendencias de acción y de patrones rígidos de conducta. Pongamos algunos ejemplos muy ilustrativos, de esos que son el pan nuestro de cada día en el contexto de nuestra práctica profesional: piensen ustedes en quien debe cambiar de dieta instigado por la amenaza de la enfermedad pero que, a escondidas, se entrega a sus pequeños y fatales placeres. Piensen en ese que ha de dejar de fumar, sí o sí, que tiene antecedentes oncológicos y para quien un cigarro es más peligroso que el veneno, pero que se autojustifica cada día con eso de que «este es el último» o eso otro de que «de algo hay que morir».
O, por poner un ejemplo que nada tenga que ver con lo adictivo de determinadas sustancias o con el refuerzo asociado a la comida, piensen en esa persona que sabe que debe poner límites a los demás, porque está ya ella misma al límite de sus fuerzas y ha hipotecado su salud mental, pero que una y otra vez incurre en la sumisión y en la entrega incondicional al otro por temor a ser rechazada si cambia su forma de relacionarse con otras personas…
«Dejemos de lado la suspicacia y hagamos que reine la colaboración»
Somos animales de costumbres y nos puede el refuerzo. Nos pirra el refuerzo, ¡y más si es inmediato! Ese refuerzo está en todas partes, tanto en lo mucho que nos gratifican las cosas que hacemos (quiero salir a tomar unas cañas con los amigos) como en lo mucho que nos alivia aquello que dejamos de hacer (sé que he de ser responsable pero suele ser más fácil y menos costoso no serlo, sea en el ámbito que sea). Y, por ende, nos cuesta horrores renunciar a aquello a lo que nos hemos acostumbrado, nos cuesta un triunfo introducir cambios en determinados patrones de comportamiento que nos proporcionan tanto placer como seguridad.
Y, sin embargo, aquí estoy, escribiendo desde mi casa un domingo cuando jamás en mi vida he conseguido no salir a tomar el aperitivo en un día soleado (ni no soleado tampoco, semos sinceros). Ahí está usted haciendo malabares para entretener a sus hijos mientras saca algo de tiempo para trabajar, ahí están nuestros autónomos encerrados en casa aunque eso suponga no ingresar (y ya veremos cómo nos las conseguiremos apañar…). Ahí están los tíos y los primos cuidando de los niños para que no se encarguen los abuelos, ahí están otros haciendo la compra para esa pareja de mayores que no es recomendable que salgan… Y, sobre todo, ahí están nuestros sanitarios llegando a casa reventados, con la cara enrojecida después de llevar horas sudando bajo su traje de protección.
Seamos todos responsables, pero en todos los sentidos. Dejemos a un lado la suspicacia y hagamos que reine la colaboración. El ser humano no es malo por naturaleza, más bien lo contrario, y esta es una excelente ocasión para reivindicar nuestros valores y que reine el auténtico espíritu de la solidaridad.
Cuidémonos, todos, y en todos los sentidos.
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