«A quien buen árbol se arrima…» seguramente es uno de los primeros refranes que aprendemos en nuestra infancia, a base de la repetición parental. Nuestros padres, en su momento, se preocuparon de transmitirnos la importancia de juntarnos con cierta gente, y evitar otra. En el caso de los nuestros hijos, a las malas amistades solemos referirnos como «malas influencias». Y hacemos bien en llamarlas así, porque en edades infantiles, y muy especialmente en la adolescencia, los amigos juegan un papel fundamental.
En el caso de los niños más pequeños (desde aproximadamente los seis años hasta la preadolescencia), es habitual que en los grupos infantiles exista un líder o persona más dominante en la que se fijan los demás y a la que imitan. Ese líder puede llegar a ser un auténtico influencer para los demás.
En algunas ocasiones, en estas dinámicas se establecerán relaciones de «pseudorreinado» en la que esa figura será venerada por el resto. Sucede mucho así entre las niñas. En estos casos podrían establecerse relaciones de abuso o incluso bullying si el líder promueve los comportamientos de acoso, tanto activamente mediante el hostigamiento directo, o pasivamente, dejando a un niño de lado y socialmente solo. En otras ocasiones, y afortunadamente, el líder puede serlo para bien.
En edades tempranas deberemos escuchar lo que nos cuentan y ver si tienden a imitar a algún amiguito en concreto. Mientras sea una imitación positiva, de cosas razonables y sin obsesiones, no debemos preocuparnos. Por ejemplo, querer apuntarse al mismo deporte que su amigo o comprar las marcas que llevan los demás e ir a los mismos sitios que van todos, podría considerarse normal. Dejar de lado de repente a un buen amigo y sustituirlo por otro debería hacernos como mínimo preguntar qué ha pasado y por qué. Deberemos ver si, tras un cambio de amigos, nuestro hijo presenta asimismo algún cambio, y si es a peor, investigar el tema.
En general, socialmente será mejor aconsejarlos que abran su campo social y no se empeñen en mantener el fenómeno «mejores amigos» (también conocido como «BFF» –Best Friend Forever-) con una sola persona. Sobre todo si el amigo es muy dominante o, por el contrario, excesivamente pasivo. En este último caso ese amigo aportaría muy poco a tu hijo, en el sentido de no presentar iniciativas ni ser motivante.
Si en los más pequeños la variable social de sus compañeros de edad es relevante, en el caso de los adolescentes es esencial. La influencia que pueden tener unos niños en otros a estas alturas tendrá consecuencias en forma de toma de decisiones que podrán afectarle posteriormente en la vida. Y, a riesgo de pecar de antiguos, podemos afirmar que los problemas de los adolescentes de hoy son muy parecidos a los de las generaciones anteriores.
Como padres ya hemos sido adolescentes y por tanto sabemos dónde están en mayor medida los focos de problemas: las notas y el consumo de sustancias. Así, las malas amistades serán las que empujen al adolescente a faltar a clase, a suspender, o a iniciarse en el exceso de consumo de drogas o alcohol. En general, aquellas que lo alejen del buen camino o supongan cualquier tipo de lavado de cerebro, ideologías extremas o autolesiones. También deberemos tener los ojos abiertos a las primeras relaciones sentimentales, para evitar casos de violencia de género.
Las buenas amistades, por el contrario, son las que impulsarán al joven a mejorar, a buscar la aprobación por méritos académicos y a evitar el consumo abusivo de sustancias. Partiendo de que los niños quieren impresionar a sus compañeros, lo mejor es que esos compañeros tengan motivaciones saludables y positivas. Si sucede lo contrario, lo más práctico será ir a un profesional (psicólogo o mediador familiar), ya que los adolescentes tienden a desoír los consejos parentales y a hacer justo lo contrario.
Cuando sabemos, positivamente, que nuestro hijo se está viendo afectado por las malas influencias, debemos pasar a la acción. No será fácil y no deberá intentarse bajo la prohibición de ver a esos amigos, ya que los adolescentes, tienden a rebelarse ante la autoridad de la imposición. El mejor consejo va a ser introducir una figura que medie en este conflicto en el que, recordemos, hay dos partes que tienen algo que decir. Si puedes ir a un psicólogo o mediador con experiencia en terapia familiar o adolescentes, ni te lo pienses. En cualquier caso, puedes seguir estos consejos básicos:
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