La soledad es uno de esos sentimientos complejos que se viven de forma íntima y que invitan a la introspección. Si atendemos a su definición, hace referencia a permanecer en un estado de aislamiento y sin contacto con otras personas. Pero la soledad tiene muchos matices, siendo el primero de ellos la vivencia subjetiva de esta realidad. Este último aspecto es clave en los niños, quienes a menudo acusan una soledad acompañada que podría ser el reflejo de la falta de un vínculo seguro con los padres.
Según se perciba, la soledad podrá ser tanto positiva como negativa. La clave para entenderla está en “estar solo versus sentirse solo”. En su primera vertiente, la soledad es algo positivo. ¿Qué puede tener de malo estar uno solo durante un rato? Lejos de molestarnos, esta soledad temporal y física hace referencia a un espacio íntimo y reponedor que puede ayudarnos: nos sirve para preservar la intimidad, la tranquilidad, y hasta para hacer cosas o avanzar en ciertos trabajos o rutinas. Estos espacios de soledad también serán positivos para el niño, que se encontrará seguro y con tiempo para jugar con sus cosas y proyectar su pequeño mundo interior.
Esta soledad positiva y que nos hace sentir bien es necesaria para todos; lo que variará en cada uno de nosotros, también en los niños, será la duración de estos estados de soledad, antes de que comiencen a percibirse como algo negativo. Cada persona, además, podrá necesitar con mayor o menor frecuencia de estos momentos para reflexionar, sentirse plena o incluso para cultivar la creatividad.
Por el contrario, también puede producirse una soledad subjetiva y vivida negativamente a partir de la sensación de sentirse uno solo. Con independencia de que sea o no real. Esto implica la sensación de sentirnos aislados y sin apoyo social. En niños, este sentimiento suele vivirse con una sensación de desamparo que se acusa en la falta de comunicación con las figuras adultas que le podrían ayudar.
Cuando el niño comienza a acusar estados de tristeza o algún tipo de síntoma para evitar el ir al colegio, podría tener algún problema social o estar viviendo una soledad real en el entorno social de la escuela. Aunque es verdad que todos los niños pasan por etapas, y en alguna ocasión podrán tender a un retraimiento por alguna discusión puntual, tanto padres como educadores debemos estar muy pendientes. Si sospechamos que están dejando de lado a nuestro hijo conviene ir a hablarlo al colegio, puesto que puede tratarse de una forma de acoso escolar por omisión.
Una de las necesidades básicas de las personas es la de pertenecer a un grupo social. Esto se conoce como “necesidad de afiliación” y es una de las motivaciones humanas expresadas en la Pirámide Motivacional de Maslow. Según esta teoría, en la que se describe la jerarquía de necesidades humanas, las necesidades sociales ocupan un papel clave, siendo más importantes incluso que el recibir el reconocimiento de los demás. En el caso de los niños, la necesidad de pertenencia a su grupo de iguales se manifiesta desde edades tempranas, alcanzando su mayor importancia en la adolescencia. Es por ello que la soledad respecto a su grupo de iguales se considera un indicador de que algo malo sucede.
En el caso de los adolescentes, tan proclives a crisis existenciales y sociales, el apoyo de la familia en el entorno del hogar será fundamental. “Si el adolescente no encuentra en su familia el sentido de pertenencia, puede buscarlo fuera, en redes sociales o en otros grupos, tribus, bandas, y eso puede conllevar riesgos adicionales”, expresa Diana Díaz, Directora del Teléfono ANAR (900 20 20 10). Desde esta fundación y en ese número reciben diariamente una media de 1200 llamadas de niños que necesitan ayuda pero no saben a quién recurrir. Y en muchos casos está detrás la soledad.
“Ellos comentan que sufren de soledad a pesar de vivir acompañados o de estar con más gente. En ocasiones tienen la percepción, real o subjetiva, de que no existe comunicación suficiente con sus familias y prefieren relacionarse a través de las redes sociales, con el peligro que su mal uso conlleva”, comenta la psicóloga y experta. Por otro lado, nos recuerda la paradoja adolescente a la hora de comunicarse. “La soledad adolescente no siempre es buscada, a pesar de que lo pueda parecer. Su aislamiento puede poner en relieve problemas como la sensación de incomprensión, dificultades emocionales u otras cuestiones más graves que identificamos en el Teléfono ANAR”. Por estas se refiere a problemas como el acoso escolar o el ciberacoso, los abusos o violencia de género, las dificultades de relación o incluso el cometer autolesiones.
Aunque vivimos en una sociedad que propicia la inmediatez, la prisa, pasar de un tema a otro y tomar decisiones rápidas, y esto no favorece la escucha, debemos estar atentos y presentes en lo verdaderamente importante. Por ejemplo, “el sentarnos a hablar qué tal nos ha ido el día y preguntar a nuestros familiares por sus momentos más agradables o sus desafíos”, propone Diana Díaz. El primer paso será mostrarnos disponibles para ellos, y con interés. “La falta de conciliación de la vida familiar y laboral no ayuda a pasar tiempo juntos, ni tampoco la conexión excesiva a los dispositivos móviles, que resta tiempo a ese preciado momento familiar e impide el mostrarnos lo suficientemente disponibles”.
Poniendo todos de nuestra parte podremos favorecer la comunicación con el adolescente sin mostrarnos intrusivos, y siempre a través de la observación y escucha activa. No olvidemos que “el entorno familiar y los vínculos en la infancia tienen una influencia en la formación de la personalidad, en la seguridad, en la autoestima y determinan las pautas para relacionarnos con los demás en el futuro”, nos recuerda Díaz. Señala, además, que el sentido de pertenencia de las personas, surge precisamente de las experiencias compartidas donde los diferentes miembros son tenidos en cuenta. “Todos necesitamos sentir esa pertenencia, y aunque para el adolescente cobra mucha importancia el integrarse en su grupo de iguales, también lo es el mantener un vínculo seguro con los padres”.
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