El pasado fin de semana acudí al cumpleaños de una de mis mejores amigas. Lo organizó con unas 15 personas en un restaurante del centro de Madrid, con posibilidad de mantener las distancias entre personas, bien acondicionado y con constante ventilación. Sin embargo, es inevitable que en el trasiego de una cena de celebración o en un encuentro común de «vida social», no haya algún momento en el que dos personas se crucen, algunas decidan abrazarse llevando su mascarilla, u otras se acerquen casi inconscientemente para poder charlar de algo en particular o para oírse mejor sin perder el miedo al contagio.
Una de las invitadas no se quitó la mascarilla en toda la noche, la mantuvo incluso durante la cena. Nos explicó que aún no había podido salir de Madrid para ir visitar a sus padres y quería ser máximamente cauta. Al menos, hasta conseguirlo. Todos lo entendimos y simpatizamos con ella.
Otro de los amigos solo se acercó a dar su regalo, a saludar con la mano y desde lejos, y se marchó. Nos explicó que estas situaciones aún le agobian, que no quería ser descortés, pero que lo pasaba mal sintiendo la facilidad con la que las medidas sanitarias pueden incumplirse. Todos sentimos mucho no poder contar con él esa noche, la homenajeada lo sintió especialmente. Pero todos lo entendimos y simpatizamos con él.
Lamentablemente, las reacciones de estas dos personas que se mantuvieron fieles a sus principios no son las mas frecuentes. Incurrimos demasiadas veces en patrones de comportamiento imprudentes o irresponsables por el mero hecho de encontrarnos en grupo. Sucumbimos a la presión grupal y eso nos lleva a relajarnos en exceso.
Las personas que están siendo más cautas, en lugar de sentirse respetadas, lo que te cuentan es que se sienten presionadas. Que los demás no respetan su prudencia o que hacen comentarios entre jocosos y ofensivos. Al final, quien respeta las normas a rajatabla, como deberíamos hacer todos, se siente señalado. ¿El resultado? Terminan por quedarse en casa.
Es muy probable que ya te hayas encontrado en este tipo de situaciones y que hayas tenido que transigir. Que incluso hayas incurrido comportamientos que te incomodaban. Tener cierta dosis de miedo, sin que llegue a ser limitante, es normal. Porque este virus es tremendamente contagioso, porque ha causado mucho sufrimiento en muchos sentidos y porque ser responsable en el cuidado de uno mismo y en el cuidado de los demás es hoy, más que nunca, una cuestión de civismo y de educación.
Lo que sucede es que, por otro lado, la vida sigue. Y no nos la podemos perder. Porque, por otro lado, los efectos psicológicos de sucumbir en exceso ante un miedo irracional y paralizante pueden ser devastadores en el medio y largo plazo. El miedo excesivo o irracional, el miedo más allá de la prudencia necesaria, conduce a la evitación y al aislamiento. Nos impide desenvolvernos con funcionalidad en nuestro día a día, nos aleja de nuestras metas. Además, pervierte nuestros horizontes y merma nuestras habilidades y los recursos con los que le hacemos frente al mundo.
Por ello, si te sientes identificado con este perfil de personas cautas que, en ocasiones, se ven en la tesitura de tener que elegir entre contradecir sus principios y participar en dinámicas sociales irresponsables o renunciar por completo a gran parte de su vida social, toma nota de estas pautas que pueden serte muy útiles en la práctica para evitar el contagio. Se trata de no caer en la pasividad del miedo, de hacerle frente a la recuperación de rutinas de normalidad, pero sin renunciar a la máxima cautela.
Para enfrentarte a los compromisos y las situaciones sociales de manera progresiva, estableciendo una jerarquía de prioridades de manera que aquellas actividades que sean más relevantes para el día a día empiecen a abordarse antes. Siempre con todas las medidas de seguridad que son exigibles.
Ese acercamiento gradual puede ir de la mano de más herramientas que aumenten tu sensación de seguridad. Puedes llamar por teléfono al establecimiento al que vayas a acudir y solicitar información acerca de cómo se están organizando con las medidas de seguridad pertinentes. Puedes elegir solo negocios que se tomen muy en serio las medidas de aforo o las citas previas, desplazarte solo a lugar a los que puedas ir caminando por anchas avenidas o en tu propio coche, etc.
En cuanto a las personas con la que te vayas a encontrar, no dudes en hablar con ellas antes de verlas, de modo que ya sepan de tu actitud precavida y puedan ser más fácilmente comprensivas, para que no se sorprendan. Expón con naturalidad que eliges ser todo lo precavido que se debe ser. No tienes por qué dar explicaciones, solo sigues las normas y pídeles, por favor, que cuando estén contigo, y, en general, siempre, no relajen la atención. Que no dejen de usar la mascarilla, que no se tomen a mal que tú no vayas a abrazarles, que no vayas a quedarte mucho tiempo, etc.
Avisa incluso de que, en el momento en el que percibas que la situación no está controlada, pues te irás, pero que en ningún caso eso supone una ofensa o un agravio a ellos. Tu vida social y el miedo al contagio no tienen por qué estar reñidos.
Esa es, en definitiva, la finalidad. Pero, por muy obvio que sea, es posible que tengas que recordártelo y repetírtelo varias veces antes de cruzar la puerta de la calle. Como es posible que tengas que tenerlo bien presente cuando alguien se te acerque y te diga «oye, que yo sí abrazo» antes de repetirle «lo siento, pero yo no», sin causar ningún conflicto, pero sin que nadie anteponga sus deseos a los tuyos.
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