La sola idea de volver a un mundo sin las facilidades digitales a las que estamos acostumbrados parece cosa de ciencia ficción, pero de un tipo retrógrado y surrealista. Aunque también es verdad que, para algunos, Internet se ha convertido en una trampa psicológica que afecta negativamente a su bienestar emocional y social.
La compulsividad y la pérdida de control están en el centro de unos nuevos estilos de conducta, que no son solo fuente de malestar individual, sino también de conflictos en la vida familiar, laboral e interpersonal. Te descubrimos cuáles son esos comportamientos psicopatológicos o adicciones digitales nacidos con Internet para poderlos identificar en tu propia persona y mejorar la relación que tienes con las nuevas tecnologías.
En mayor o menor medida, casi todos llevamos a cabo estos comportamientos. Son fenómenos conductuales que a menudo pasan desapercibidos, al ser normalizados por el entorno, además de aceptados socialmente, dificultando su identificación y tratamiento.
Por ello es difícil referirnos a ellos abiertamente como psicopatológicos, a pesar de ser muy nocivos. Todos ellos reflejan cómo la tecnología, mal gestionada, pueden convertirse en trastorno y ser una fuente de problemas psicológicos y personales.
Haciendo analogía con el grave síndrome padecido sobre todo por personas mayores, en el plano digital, este comportamiento consiste en acumular archivos, fotos, correos electrónicos y otros datos digitales de manera descontrolada, incluso cuando ya no tienen utilidad.
Las personas que lo padecen sienten una necesidad constante de guardar ese contenido “por si acaso”, lo que genera desorden virtual y ansiedad al enfrentarse a su propio caos digital.
¿Dónde está el problema? Aunque, a priori, parece que si uno tiene suficiente espacio en sus dispositivos no debería haber inconveniente, sí que lo hay. El Diógenes digital genera saturación mental, estrés y, sobre todo, pérdida de tiempo buscando información entre un mar de datos desorganizados. Además, simbólicamente, puede ser reflejo de dificultades emocionales no resueltas, como el miedo a la pérdida o la incapacidad de tomar decisiones.
Se entiende que todos usamos Internet, pero en el caso de la adicción, se trata de un uso excesivo que interfiere con la vida diaria. Navegar online sin buscar nada en especial, pasar horas en redes sociales o consumir contenidos sin sentido puede llevar a un estado de desconexión con el mundo real.
La pérdida de tiempo es uno de los mayores daños: afecta al trabajo, al rendimiento académico y a las relaciones personales. Las personas adictas suelen experimentar insomnio, ansiedad y una disminución de la satisfacción vital.
La nomofobia es el temor excesivo por no tener el teléfono móvil disponible, ya sea porque se ha quedado sin batería, porque no hay cobertura, o porque se ha dejado olvidado en casa.
Este miedo, que debe ser irracional para hablarse de una fobia, genera estrés y dependencia extrema del dispositivo, llevando a las personas a perder oportunidades de disfrutar momentos presentes o incluso a descuidar su seguridad. Un ejemplo de ello es cuando usamos el móvil al conducir, aunque solo sea para mirarlo un momento.
Tal y como se intuye por el nombre, la cibercondria es la versión digital de la hipocondria: ese miedo sin base real a padecer alguna enfermedad -ya sea física o psicológica- y que lleva a los afectados a peregrinar entre especialistas. Como conducta, describe el hábito de buscar síntomas médicos en Internet y asumir el peor diagnóstico posible.
El problema de abusar de las consultas de salud a Google es bien conocido, además de incómodo para la comunidad médica. La cibercondría aumenta la ansiedad y fomenta el autodiagnóstico erróneo, lo que puede retrasar tratamientos médicos adecuados o llevar a pruebas innecesarias. También puede desgastar emocionalmente a los familiares que intentan tranquilizar a la persona afectada.
Es una de las estampas sociales típicas de nuestros días: dos o más personas están juntas, pero cada una está a lo suyo, mirando su propio móvil. Para definir esta nueva realidad cotidiana ha nacido el término “phubbing”, proveniente del inglés y de la conjunción de dos palabras “phone” (teléfono) y de “snubbing” (menospreciar).
La práctica se refiere, pues, al hecho ignorar a alguien a quien tenemos delante y en persona por estar mirando el teléfono móvil. El principal problema del phubbing es que daña las relaciones interpersonales al transmitir desinterés y falta de respeto hacia los demás. En entornos familiares o de pareja, puede ser fuente de conflictos y sentimientos de rechazo.
Si bien en otros comportamientos o adicciones digitales podría haber dudas de su grado de psicopatología o “malignidad”, no es el caso cuando hablamos de ciberacoso. También conocido como ciberbullying, el ciberacoso consiste en hacer uso de Internet para hostigar, intimidar o humillar a otras personas.
Se da en redes sociales, correos electrónicos y foros, y afecta tanto a menores como a adultos. Las víctimas experimentan ansiedad, depresión e incluso ideas suicidas. Para el acosador, normalizar este comportamiento puede ser una puerta de entrada a conductas más graves.
Enviar mensajes de texto como principal forma de comunicación puede parecer cómodo, pero a menudo supone una barrera para las relaciones personales que pretenden ser auténticas. La falta de interacción cara a cara dificulta la empatía y puede erosionar los vínculos personales. En adolescentes, la tendencia a evitar el contacto directo puede limitar el desarrollo de habilidades sociales.
Y no sólo eso. También afecta al desarrollo del lenguaje a la hora tanto de hablar como de escribir: las abreviaturas propias de la mensajería instantánea no facilitan precisamente la retención de las normas de ortografía, ni mucho menos la oratoria.
El primer paso es reconocer el problema. Pregúntate: ¿qué impacto tiene este comportamiento en mi vida y en mi entorno? Hablar con un profesional puede ser clave para entender qué está detrás de estas conductas y aprender a manejarlas.
Algunas estrategias útiles para abordar estas adicciones digitales incluyen:
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